LOS 92 DEL 92

Paloma del Río, la banda sonora de varias generaciones olímpicas

Paloma del Río

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Marcos López

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Hay voces que chillan. Otras reprenden. Algunas incluso colocan al telespectador ante un incómodo espejo. Y voces que son extrañas e invasivas porque hablan mucho, pero no transmiten nada. Luego está ella. Didáctica, inteligente, culta, empática, capaz de ofrecer una mirada distinta porque jamás maltrata el diccionario. Lo cuida y lo mima, consciente como siempre fue de que cada palabra es un vehículo que conecta con el receptor.

Ella se quebró hace un año cuando, vestida con camisa blanca, logotipo olímpico con los cinco anillos sobre su pecho derecho y el logotipo naranja de RTVE, pronunció las palabras que jamás querría haber soltado. Pero el tiempo, caprichoso y burlón él, no entiende de talentos comunicativos como el suyo. Descomunales talentos comunicativos. «Sayonara, que es adiós», empezó mirando a la cámara en la última cita de Tokio-2020, aunque se celebrara en el 2021 de forma obligada por la pandemia que detuvo el mundo.

"Nosotros lo dejamos aquí..."

Ella, pertrechada bajo unas generosas gafas oscuras, que poseían patillas naranjas (a juego con el color del logotipo de la cadena), y con un diminuto micrófono negro agarrado al penúltimo botón derecho de su camisa, pronunció su último legado. "Nosotros lo dejamos aquí…" .

Y ella, Paloma del Río (Madrid-1960), la voz que ha tejido a diversas generaciones en los últimos 15 Juegos Olímpicos (nueve de verano, seis de invierno), se apagó. Seguía mirando a la cámara, pero esa breve y fugaz despedida (apenas duró cuatro segundos) sacudió la memoria de millones y millones de personas.

"Muchas gracias a todos. ¡Hasta siempre, señores!", se le escuchó decir atrapada por la emoción, mientras ordenaba esa montaña de folios que había utilizado para su última transmisión de gimnasia. El deporte que solo se escuchaba con la voz de Paloma. Alzó la mano izquierda y se despidió. En silencio, con exquisita y elegante discreción. Aquella mujer que trabajó de auxiliar de enfermería en la Clínica Ruber de Madrid para pagarse la carrera de periodismo se convirtió en una pionera, que quebró todas las barreras posibles.

Se apagó su voz, prisionera de la edad legal de la jubilación, y desde entonces la gimnasia está huérfana.