LOS 92 DEL 92

José Luis Corcuera: "Metimos muchos policías entre los voluntarios"

4461957. ESPAÑA-DETENCIÓN CÚPULA ETA: MADRID, 30-3-1992.- (De izq. a dcha.) El secretario de Estado para la Seguridad, Rafael Vera; el ministro de Interior, José Luis Corcuera; y el director general de la Guardia Civil, Luis Roldán, durante la rueda de prensa ofrecida en Madrid en la que hablaron sobre la detención, en la localidad francesa de Bidart, de Francisco Múgica Garmendia "Artapalo" y otros responsables de la cúpula de etarra. EFE/López Contreras/ct

4461957. ESPAÑA-DETENCIÓN CÚPULA ETA: MADRID, 30-3-1992.- (De izq. a dcha.) El secretario de Estado para la Seguridad, Rafael Vera; el ministro de Interior, José Luis Corcuera; y el director general de la Guardia Civil, Luis Roldán, durante la rueda de prensa ofrecida en Madrid en la que hablaron sobre la detención, en la localidad francesa de Bidart, de Francisco Múgica Garmendia "Artapalo" y otros responsables de la cúpula de etarra. EFE/López Contreras/ct

Juan José Fernández

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Un montón de voluntarios de los Juegos de Barcelona saltó a la pista del Estadio Olímpico cuando Hassiba Boulmerka celebraba su triunfo en los 1.500 metros. Se acercaron a ella, que en ese momento se señalaba ostensiblemente la bandera argelina en el pecho, y se la llevaron en volandas. Parecía un festejo de fans lo que fue en realidad maniobra policial para reducir la exposición de la atleta musulmana que, amenazada por el terrorismo yihadista, osó correr en pantalón corto.

“Teníamos muchos policías entre los voluntarios -recuerda a sus 77 años José Luis Corcuera, entonces ministro de Interior-.  Tantos que  hubo que retirar escoltas a muchos altos cargos; nos faltaban policías”.

Para la seguridad del Estado, los Juegos eran una guinda descomunal de un año que no había arrancado en enero, sino en octubre anterior con la Conferencia de Paz de Madrid, y que se prolongaría hasta acabar la Expo de Sevilla, “o sea –dice Corcuera-, con ocasiones de peligro día tras día”.

Unas palabras de Juan Antonio Samaranch, presidente del COI, le elevaron la tensión. Fue días antes de comenzar los Juegos, en una reunión de altos cargos. “Estaba Felipe [González], estaba el rey Juan Carlos… Samaranch dijo que todo iba salir bien, todo a la hora fijada… pero que un solo incidente de violencia convertiría todo en un fracaso”, relata Corcuera. Cuatro años después, un atentado ensombreció los Juegos de Atlanta.

En la inauguración de Barcelona 92, Corcuera estaba sentado con Nelson Mandela y el ministro del interior francés Philippe Marchand. Un agente le trajo un sobre. Dentro, fotos de los tres en su grada. “Se las enseñé, y se pusieron a mirar al cielo, a ver si veían desde dónde nos habían sacado”, recuerda el exministro. En 1992, eso era casi magia. “Las fotos venían desde muy alto –dice, sin aclarar si de un satélite o un avión-. Aquellos días, las matrículas de coches tomadas desde tan alto llegaban casi en tiempo real a la Policía. Los americanos nos prestaron tecnología que hasta entonces solo les pasaban a sus primos británicos”.

La amenaza de ETA

Recuerda Corcuera noches saliendo por ahí con su propio coche a solas. “Me iba a comprobar si me paraba algún dispositivo policial en algún control. Y me pararon en varios. Vi que funcionaba”.

Desde el punto de vista de la amenaza terrorista, 1992 no era ni mucho menos un año cualquiera. El 22 de marzo, Interior había desarticulado el Comando Itinerante de ETA, que se proponía atacar en Barcelona durante los Juegos. Cayó en Tarragona el etarra Fernando Díez Torre y huyeron los demás miembros, “entre ellos, el peor, José Luis Urrusolo Sitiaga, que se nos escapó”, recuerda Corcuera. Siete días después cayó el colectivo Artapalo en su refugio francés de Bidart.

Pasados 30 años, reconoce Corcuera que todo aquel dispositivo policial podía llegar a ser saturador a ojos del vecindario. Y eso le provocó un roce con el que llama “mi amigo Pasqual”, o sea Maragall, el alcalde de Barcelona. “Me dijo que si no podía yo mostrar menos uniformes de Policía y armas en los alrededores del estadio. Le dije que haría lo que pudiera, pero ya sabía yo que al día siguiente íbamos a poner no solo hombres de azul, también agentes vestidos con uniforme de camuflaje, casco, y armas largas”. 

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