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Mariscal, el padre de Cobi, la mascota olímpica más icónica

Javier Mariscal con Cobi

Javier Mariscal con Cobi / Alejandro Yofre

Carol Álvarez

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Grafitis con la silueta como un garabato del perro más icónico de Barcelona, Cobi, asomaron hace unas semanas en algunas paredes de Ciutat Vella. Su reaparición cuando se cumplen 30 años de su verano más glorioso, el que le convirtió en símbolo de los Juegos Olímpicos en aquella Barcelona efervescente en la que parecía que nada podía salir mal, vinieron de la mano del mismo amo de Cobi, el artista Javier Mariscal. Nunca antes una mascota se había convertido en un fenómeno pop de vida tan duradera. 

   Mariscal nació en Valencia en 1950 pero enseguida cogió los bártulos y se trasladó a la Barcelona de los sesenta, donde la gauche divine imprimía una huella inédita, de marca, que ya en los años ochenta se reinventaría contra la contracultura para disparar el optimismo colectivo. Ahí estaba Mariscal, con su mirada luminosa y de imaginación desbordante, y con él los garriris, sus personajes de cómic underground que ya incluían a Cobi sin poder saber la vida que le esperaba. 

Mariscal marcó sus primeros hits globales. La deconstrucción de la palabra Barcelona en tres sílabas, Bar, Cel y Ona, llevados a un cartel que treinta años después aún es reconocible en todo el mundo y que ha sido reproducido y readaptado en distintos soportes publicitarios y de merchandising. El taburete que diseñó para completar sus trabajos de interiorismo del mítico pero ya desaparecido bar Duplex, de Valencia, literalmente un dibujo animado, con su equilibrio imposible y su colorido. Su éxito fue tal que el mundo del de diseño le dio su reconocimiento internacional, clientes y premios.

   En pleno despegue profesional llegó la candidatura de los Juegos Olímpicos de Barcelona, y en 1988, la puesta de largo de Cobi ante el público. Mariscal ha explicado que entendió la polémica de su apuesta, que rompió con los cánones culturales de las mascotas olímpicas precedentes, y defendió su poco espíritu atlético, pese a diseñarla practicando todos los deportes. Lo importante, más que nunca, era defender la idea de que todos podemos competir. Triunfó, de una manera que Petra, la mascota que también ideó para los paralímpicos, no le haría nunca sombra pese a seguir su estela de innovación. Nada lo hizo. 

   Mariscal cambió de tercio y siguió en otros proyectos como el cartel de la película Calle 54, que le unió a Fernando Trueba y le llevó al cine: suya es la premiada cinta animada Chico y Rita, todo un homenaje al jazz y La Habana que ganó un Goya en 2010 y una nominación a los Oscar. El trabajo de creación y producción de un largometraje así le ha llevado a embarcarse en otra película, They Shot the piano player, sobre el caso real de la desaparición de un pianista durante la dictadura argentina. 

   Que el estudio de Mariscal, que llegó a emplear a un centenar de personas, quebrara al ser duramente golpeado por la crisis de 2008, no deja de ser una muestra, amarga aquí, de la extraordinaria simbiosis que mantiene la trayectoria de Mariscal con el pulso de Barcelona. Si Cobi se ha convertido en icono de un momento único, su creador ha sido y es el termómetro más creativo y emocional de la ciudad.