LOS 92 DEL 92

El banquero que dirigía la cocina de las Olimpiadas del 92

Lograr que el Dream Team de la NBA superara el pánico y desfilara en la inauguración. Ningún reto se resistió al centro de operaciones de los Juegos que pilotaba Pedro Fontana.

Barcelona 22/06/2022 Entrevistas 30 aniversario de los Juegos Olímpicos. Pedro Fontana que fue Director General del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos de Barcelona entre 1990 a 1993 Fotografía de Ferran Nadeu

Barcelona 22/06/2022 Entrevistas 30 aniversario de los Juegos Olímpicos. Pedro Fontana que fue Director General del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos de Barcelona entre 1990 a 1993 Fotografía de Ferran Nadeu / FERRAN NADEU

Gemma Martínez

Gemma Martínez

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Hotel Méridien Barcelona, julio de 1992. Unos huéspedes de altura están alojados en el establecimiento, inaugurado en 1957 como Hotel Manila y levantado sobre el solar de la Rambla donde estaban los Almacenes El Siglo antes de incendiarse en 1932. Son los jugadores de la NBA de baloncesto que por primera vez en la historia representan a su selección, Estados Unidos, en unos Juegos Olímpicos. Es casi la víspera de la inauguración y los Magic Johnson, Michael Jordan y Larry Bird, aquejados de pánico en el estadio, se niegan a desfilar en Montjuïc. Temen por su seguridad entre tanta multitud.

Randy Falco, estadounidense directivo de NBC Sports, está desesperado. Su cadena ha pagado más de 400 millones de dólares por los derechos de televisión de los Juegos para Estados Unidos y sin los chicos del Dream Team sabe que la audiencia le dará la espalda. Falco pide ayuda a Pedro Fontana (Barcelona, 1952), director general de Operaciones del comité organizador de Barcelona-92. Fontana y el ejecutivo de la NBC se desplazan hasta Le Méridien. «La NBC era nuestro mayor patrocinador. Nos reunimos con Magic Johnson, Michael Jordan y el entonces comisionado de la NBA David Stern. Les convencimos aceptando que solo desfilarían en la recta del estadio y saliendo desde el ‘set’ de la NBC», recuerda orgulloso Fontana, treinta años después de aquel momento.

El actual vicepresidente de Banc Sabadell conversa con EL PERIÓDICO en la azotea del diario, en L’Hospitalet, desde la que se divisa el anillo olímpico

Salvar el desfile de la NBA fue uno de los retos que Fontana tuvo que afrontar antes de que empezaran los Juegos desde su posición como director general de Operaciones del Comité Olímpico Organizador (COOB’92) y hombre de confianza de José Miguel Abad, consejero delegado del COOB’92. Fontana fue el responsable de todas las áreas de los Juegos, como la alimentación, el transporte, la logística o la Villa Olímpica. Solo quedaban fuera de su radar las finanzas (a cargo de Josep María Vilá) o las pruebas deportivas (dependientes de Manuel Fonseca).

Ya en la competición, cuando la planificación dejó paso a la acción, Fontana pilotó el centro de operaciones, la cocina organizativa de las Olimpiadas, siempre pegado a un móvil Motorola. «Sólo teníamos teléfono Abad y yo. Tirábamos de walkie talkie», señala.

La lista de órdagos en la España de hace tres décadas incluyó también montar una cocina con capacidad para servir a 15.000 personas, 24 horas los siete días de la semana. O fletar 600 autocares para trasladar a 10.000 deportistas. «Ninguna empresa en España los tenía. Hubo que coger de aquí y de allá con un concurso», recuerda Fontana. Parte de la flota y de sus conductores llegaron del extranjero a una Barcelona donde los servicios de navegación eran un bien casi de lujo.

«Venían chóferes de medio mundo, que se perdían para llegar al estadio de rugby de La Foixarda. La solución fue poner taxistas de la ciudad dentro de las autobuses. Esto no estaba dentro del plan director de los Juegos», bromea el banquero, que tiene su casa repleta de recuerdos, incluido el primer Cobi que se hizo en maqueta. «Se lo regaló a mi hija María José, que había nacido en 1989, su madrina, la mujer de Miguel Giménez-Salinas, que era el director de Imagen de los Juegos». 

Fontana había llegado al COOB de la mano de Abad en septiembre de 1990. En ese momento y tras desarrollar la mayor parte de su carrera en lo que hoy es BBVA, Fontana trabajaba en NH Hoteles. «Me había ido de BBVA enfadado porque no me nombraron director general. Abad, que vio en mí a un gestor de banca, es el jefe que más me ha cubierto las espaldas. Nunca nos dejamos avasallar por el entorno. Profesionalmente fue la etapa más divertida y apasionante que he vivido. Hice cosas que nunca repetiré», evoca Fontana, «un deportista de sillón».

Abad y él reclutaron a un ejército de voluntarios de oro, los directivos de grandes empresas que pusieron al frente de cada una de las unidades de la organización. Aceptaron el puesto cobrando de sus respectivas compañías.

«¿Quién iba a dirigir el estadio, el puerto o La Teixonera del tenis? Necesitábamos gestores pero no los podíamos fichar para dos meses. Buscamos a los mejores y les pedimos a las empresas que nos los dejaran. Fueron una veintena, todos de la confianza de Abad, y no se miró el carnet político de nadie», afirma.

Tres décadas después, el banquero contempla los Juegos utilizando el espejo retrovisor del tiempo presente y cada vez le gusta más lo que ve de una competición que fue rentable (logró unos ingresos de 1.176 millones e hizo frente a unos gastos de 1.173 millones) y que permitió que la ciudad absorbiera inversiones por 5.749 millones entre 1986 y 1993.

Tres fueron las claves del éxito, según Fontana: la planificación, la colaboración entre las empresas y el sector público; y la alineación de las administraciones (municipal, autonómica y estatal). Sin olvidar ni a los 34.000 voluntarios ni a la suerte. «Esta te ha de coger trabajando y era una lotería en la que teníamos todos los números», dice Fontana, que destaca que tampoco «hubo guerra de banderas. Se habló en 4 idiomas y rotando el orden», afirma emocionado al recordar que la gente «se quedó en la ciudad y participó de la fiesta» y del medallero español (se consiguieron 22). «Barcelona cambió física y emocionalmente, disparando la autoestima».

Fontana volvería a decir que sí al cargo si se lo ofrecieran hoy, a pesar del desgaste. A su hijo Pedro, que había nacido un año y medio antes, solo le vio una vez despierto entre el 24 de julio y el 10 de agosto. «Apenas dormía y fumaba como un carretero, pero tenía 40 años», explica el vicepresidente de Sabadell, que también echó al velocista Ben Johnson de la Villa Olímpica por pelearse con un voluntario.  

Porque fue mucho más lo positivo, como la agenda de contactos que construyó, sobre todo en la esfera política, que luego le fue muy útil. Lo admite con los ojos iluminados, como siempre que habla de los Juegos. «Lloré varias veces y no soy muy llorón. Me emocioné con Amigos para Siempre en la Clausura o con el tiro al arco de Antonio Rebollo. Fue como celebrar tu cumpleaños, pero no en tu casa, sino en una ciudad que estaba preparada para 100.000 personas».

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