LOS 92 DEL 92

Carles Buxadé, el último de los cinco arquitectos de la Anella Olímpica

Urbanizó el área olímpica de la montaña junto con los fallecidos Federico Correa, Alfons Milà y Joan Margarit

Carles Buxadé, durante una intervención en la crisis de la aluminosis del Turó de la Peira.

Carles Buxadé, durante una intervención en la crisis de la aluminosis del Turó de la Peira. / Julio Carbó

Ernest Alós

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En este espacio deberíamos hablar de cinco nombres, recitados de carrerilla, como una delantera de cuando las delanteras eran de cinco: Correa, Milà, Buxadé, Margarit y Gregotti. Los cuatro primeros, autores del proyecto de conjunto de la Anella Olimpica de Montjuïc. Y, con la incorporación del arquitecto italiano, también de una de sus piezas, el Estadi Olímpic Lluís Companys. De los cinco, solo Carles Buxadé (Barcelona, 1942) habrá llegado a ver el 30º aniversario de los Juegos. Alfons Milà falleció ya en 2009, el covid pudo, en el fatídico 2020, con Federico Correa y Vittorio Gregotti, y el 2021 nos dejó Joan Margarit. Dos parejas de socios de largo recorrido (Milà-Correa y Margarit-Buxadé, estos dos últimos derrotados en el concurso para la Torre de Collserola que se llevó Norman Foster) se unieron para crear la gran plataforma en la que debían encajar el estadio, la piscina olímpica, el Palau Sant Jordi y el INEFC. Lograron coser entre sí los edificios y encajar el conjunto, en forma de terrazas escalonadas, completando la urbanización de la montaña heredada de los Rubió y Forestier. 

Especialmente doloroso para el tándem Margarit-Buxadé, especialistas en cálculo de estructuras, debió de resultar la mítica inundación del Estadi Olimpic con motivo de su apresurada inauguración por la Copa del Mundo de Atletismo de 1989 (asumiendo el riesgo de hacerlo con juntas aún sin sellar). Pero el enfado de verdad vino con la imposición, allí donde solo debía ir un monolito, de la torre de telecomunicaciones de Telefónica. Calatrava fue otro de los perdedores del concurso de la Torre de Collserola y por imperativo municipal la Barcelona de 1992 debía tener un Calatrava. Los cinco arquitectos recibieron el apoyo estéril de sus colegas para rechazar, sin éxito, la teatral banderilla de 136 metros que rompía todas las proporciones del conjunto y achataba al resto de edificios. Eran años de arquitectos estrella frente a la discreción del trabajo en equipo.