LA FLECHA QUE MARCÓ UN MOMENTO HISTÓRICO

Rebollo, el arquero que iluminó el cielo olímpico

Antonio Rebollo, ebanista de profesión en un taller de carpintería del popular barrio madrileño de San Blas, fue el hombre que protagonizó, sin duda, el momento más espectacular de la historia de los Juegos Olímpicos

"Si me hubiesen pedido que colocase la flecha en el interior del pebetero, lo hubiera logrado. Yo pasé de ser un atleta a ser un artista", comenta, desde su puesto de trabajo, el hombre que, con su pericia, cautivo al mundo

Antonio Rebollo

Antonio Rebollo / EL PERIÓDICO DE CATALUNYA

Emilio Pérez de Rozas

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De pronto entró alguien en la reunión del Comité Ejecutivo del COOB-92, la organización de los Juegos Olímpicos de Barcelona-92. Y le comentó al oído una pequeña incidencia, que el portador de la noticia creía vital y el receptor consideró una bobada, lo que hizo, sin duda, que la reunión continuase sin menor problema.

Pasadas algunas semanas, se supo, porque todo se sabe, que la noticia, la confidencia, la información relatada en secreto al ejecutivo del COOB-92 era la inquietud porque, de los 1.000 flechazos, o lanzamientos, o pruebas, que había realizado el arquero Antonio Rebollo, medallista paralímpico, de Madrid, de 67 años, y sus dos sustitutos, una mujer y un hombre, por si a él le ocurría algo en las horas previas a la ceremonia inaugural de los JJOO, tres ¡tres! Habían chocado contra el pebetero, es decir, no había sobrevolado la gigantesca antorcho del estadio Olímpico de Montjuïc.

¿Y si falla?

¿Y si la flecha choca contra el pebetero, qué hacemos?, fue la pregunta con la que alguien trató de inquietar a José Miguel Abad, máximos responsable de los JJOO. Abad lo tenía clarísimo, el tío del mechero activaba el truco que estaba preparado y, al día siguiente, asumían las críticas “pero nada de repetir el flechazo ¡no hablar! Se enciende manualmente, como si la flecha hubiese sobrevolado el pebetero y punto pelota”.

Es posible que Rebollo no sepa nada de esto. ¿Por qué?, porque se hubiese ofendido un montón. Él, todo lo que lanzó, acertó. ¡Menudo es Antonio! “Si me lo hubiesen pedido, si yo hubiese querido, es más, hasta lo propuse, yo hubiera hecho entrar la flecha en el pebetero”. Y es que Rebollo, que sufrió polio a los ocho años y se apuntó al deporte para saberse fuerte, capaz, recuperado, atleta, ha sido triple medallista paralímpico y olímpico, es decir, competía en las dos modalidades, lo que todavía lo hacía más merecedor del mérito de ser, sin duda, el atleta que provocó lo que todo el mundo considera el momento olímpico (y efecto, y encendido, y segundo) más espectacular de la historia.

Rebollo cuenta que él era el más tranquilo del Estadi. Y yo, después de hablar con él durante una hora, me lo creo. Les cuento, un tipo que se convierte en el rey de una noche única, histórica, y, 30 años después, sigue trabajando en el taller de carpintería (“yo soy ebanista pero, Emilio, ahora, eso ya está pasado de moda, ahora todo viene hecho, todo son colas, tableros, herrajes, tornillería…¡adios al arte, a las manitas!”) de siempre, en San Blas, es un tipo muy grande, muy único y merecedor, desde luego, de haber pasado, no digo a una mejor vida, pero sí a contar con un reconocimiento especial. Lo tuvo, pero…

"Cuando Pepo Sol me propuso la idea no le hice ni caso, pensé que estaba loco, pero el tío insistió y, mira, fue fabuloso"

— Antonio Rebollo / Arquero que encendió el pebetero de Barcelona-92

Rebollo nunca pidió, aunque merecía, un sueldo para toda la vida, ni siquiera una estatua (aunque las hay y no tienen su nombre), ni una calle, ni una plaza, pero sí que se le considere un grande de aquellos JJOO. Yo, y muchos, lo consideramos así ¿a qué sí? Y es que este veterano arquero, que, cierto día, mientras practicaba en la plaza Eliptica, de Madrid, se le acercó el gran Pepo Sol, el inventor de ese original, único y arriesgado número de la flecha para encender el pebetero, y le preguntó si él se veía capaz de lanzar una flecha con fuego, se quedó tan flipado con la idea “que, la verdad, lo tomé por loco, no le hice ni caso, creí que era una broma, una chinga, pero el tío insistió y, mira, acabó siendo algo fabuloso, perdón, más que fabuloso, único, histórico, precioso”.

Los arqueros, el titular y los suplentes, lanzaron 1.000 flechas y solo tres chocaron contra el pebetero

Pero ¡menudo era Pepo Sol! Volvió y le convenció. Y Rebollo empezó a hacer pruebas y más pruebas. Cada fin de semana, viajaba a Barcelona y en un campo de tiro, en el foso de Montjuïc, en la falta de la montaña barcelonea, con una batería de arqueros, él iba ensayando. Y ya les digo yo que Antonio no fallaba, no. Por eso estaba tranquilo Abad. ¡Tres de 1.000! ¡Por favor!

“Yo pasé”, explica el bueno y generoso de Rebollo, “de ser un arquero paralímpico ¡y olímpico! a ser un artista, de ser un deportista de élite a ser un actor, muchos dicen que el principal y ¡mira que había artistas allí!, de una espectáculo único. Y no podía fallar, ¡no podía fallar!”

Antonio Rebollo, el arquero que encendió el pebetero olímpico de Barcelona-92.

Antonio Rebollo, el arquero que encendió el pebetero olímpico de Barcelona-92. / EL PERIÓDICO DE CATALUNYA

Era evidente que Rebollo sabía más de arcos y flechas que Sitting Bull, el jefe sioux, que acabó trabajando en un circo para Buffalo Bill. Y, en ese sentido, Rebollo se convirtió, cómo no, en el mejor asesor, no ayudante, del gran Reyes Abades, el experto en efectos especiales de cine que debía encontrar la fórmula, la pócima, para que la cápsula que transportaba el fuego olímpico en la punta de la flecha no se apagase.

Y aquí sigue, de ebanista

“Aquello no era tarea fácil, la verdad. Es más”, sigue contando Rebollo, “si Reyes Abades, cuyo primer intento fue una locura, pues se trató de un trozo de tubería de gas, daba con el truco, lo demás, el lanzamiento, era coser y cantar. Bueno, no tanto, pero era lo menos difícil. Y, a base de probaturas, lo conseguimos”.

Cuando Rebollo habla del resto del ejercicio está pensando en que él lanzaba con un arco a 40 o 50 libras y el ‘olímpico’, el que debía propulsar el vuelo prodigioso de esa flecha mágica y olímpica debía ser de 80 libras, doble esfuerzo, pues salía a casi 300 kilómetros por hora del arco.

Rebollo triunfó, su flecha fugaz encendía el pebetero, iluminó el estadio, convirtió a Barcelona en el centro del mundo y la luz que provocó su flechazo fue máxima audiencia en el planeta. Y, ahora, él sigue en su taller de San Blas, pidiéndole a su compañero de trabajo que pare un momento la sierra “porque estoy hablando con este periodista de Barcelona, que me está haciendo una entrevista” y, minutos después, encolara un estante “porque, Emilio, esto de ser ebanista, ya no es lo que era”.