LOS 92 DEL 92

Narcís Serra, el motor diésel

El primer alcalde democrático fue clave para el arranque de la candidatura y para garantizar la estabilidad de la nueva democracia española tras el 23-F

Acto de traspaso de la alcaldía de Barcelona entre Narcís Serra y Pasqual Maragall.

Acto de traspaso de la alcaldía de Barcelona entre Narcís Serra y Pasqual Maragall. / Pepe Encinas

Rafael Jorba

Rafael Jorba

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Narcís Serra era el motor diésel de la política que Barcelona necesitaba para que el proyecto de los Juegos Olímpicos del 92 llegara a su destino. El primer alcalde democrático de la capital catalana (1979-1982) tras la dictadura lanzó públicamente la candidatura el 31 de enero de 1981. Previamente, en verano de 1979, Juan Antonio Samaranch, entonces embajador en Moscú, mantuvo una reunión discreta con el joven alcalde socialista en la que puso sobre mesa la idea: "Pactamos que no se sabría nada hasta que él fuera presidente del COI" (1980). En síntesis, aquel pacto permitió a Samaranch, un político forjado en el franquismo, redimir su pasado a cambio de jugar a fondo la carta de Barcelona.

Serra, el 30 de mayo de 1981, buscó la complicidad de la Corona en el proyecto olímpico. “Yo os pido, señor, autorización para iniciar la competición que supone ofrecer esta candidatura y os ruego vuestro alto patrocinio y apoyo”, afirmó en un discurso ante Juan Carlos I en el Ayuntamiento. El alcalde, además, enmarcó políticamente el proyecto olímpico: “Afirmamos nuestra decisión de convencer y, para ello, queremos manifestar que la autonomía catalana debe contener, como elemento esencial, el espíritu de solidaridad con todos los pueblos de España”. Serra, que se forjó como político en la Generalitat provisional –fue conseller de Política Territorial de Tarradellas–, aprendió del ‘savoir faire’ del ‘president’.

Un saber hacer y saber estar que resultaron determinantes para el arranque de la candidatura olímpica: tejer consensos políticos transversales y asegurarse la complicidad de la sociedad civil. El alcalde Serra, además, fue un actor clave para garantizar la estabilidad de la nueva democracia española tras el 23-F de 1981. Solo tres meses después del fallido golpe de Estado, la capital catalana fue la anfitriona de la Semana de las Fuerzas Armadas que se cerró el 31 de mayo con un gran desfile al que asistieron, según las crónicas, unas 300. 000 personas. La elección de Barcelona como escenario era doblemente relevante: tenía un ayuntamiento de mayoría de izquierdas –socialistas y comunistas– y era la sede de una Generalitat que presidía desde hacía sólo un año el nacionalista Jordi Pujol. El proyecto olímpico hubiese naufragado si la democracia española no hubiese superado aquella prueba de fuego.

El Ayuntamiento, de la mano de Narcís Serra y de su mano derecha, el entonces concejal Lluís Reverter, fue el responsable de poner a punto el espacio público y las infraestructuras. El éxito de aquella semana militar tuvo su traducción política tras la victoria electoral del PSOE en las elecciones generales del 28-O de 1982: el joven dirigente del PSC, que no había hecho el servicio militar, fue nombrado ministro de Defensa y traspasó la vara de alcalde a Pasqual Maragall, el político que dio el impulso definitivo al proyecto olímpico. Serra, sin embargo, primero como ministro (1982-1991) y después como vicepresidente (1991-1995) siguió velando desde Madrid para sumar complicidades en el Gobierno y en la Corona. En resumen, el motor diesel que aseguró la buena marcha de Barcelona 92.