UNA RUTA SINGULAR

Las vicisitudes de la antorcha olímpica

Los participantes en la caravana de la llama olímpica se juntan para recordar el sinfín de anécdotas del recorrido

Llegada de la antorcha olímpica de los Juegos del 92

Llegada de la antorcha olímpica de los Juegos del 92

Albert Guasch / Barcelona

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Con la fideuá en fase de digestión, los convocados giraron las sillas y contemplaron un vídeo de unos 10 minutos que comprimía el recorrido de la antorcha olímpica. Nostalgia pura. Diez minutos de suspensión del presente, de entrega a recuerdos dulces, propulsados por un metraje a ratos a cámara lenta, de música enternecedora, para humedecer pupilas. Qué jóvenes se veían. Y cuántas cosas pasaron.

«Han transcurrido 25 años. Ya se puede contar todo. Está todo prescrito», comentó relajado y bronceado Antoni Rossich, que fue el organizador de aquel viaje monumental. Desde Grecia hasta Barcelona. Un total de 43 días. Fue un verano intenso, inolvidable, que hoy se recuerda feliz. Como siempre, el tiempo ha dulcificado hasta lo amargo y los pleitos de aquellos días se rememoraron apelando a la camadería y al espíritu del reencuentro, propiciado por el anfitrión Pep Vila, director de logística de todo el trayecto por la geografía española.

En el vídeo,<strong> la flecha de Rebollo</strong> volvió a pasar certeramente por encima del pebetero y todos aplaudieron. Esa flecha significó el punto final de una aventura extenuante. Debió resultar muy liberador entonces. Tanto como para irrumpir en esta ovación 25 años después.

«El desafío más bestia»

En la comida 'revival' había representantes de diferentes gremios. De la dirección, de la logística, de la seguridad, de la comunicación, del márketing... Chóferes, azafatas, periodistas. Todos con más canas, más arrugas, algunos con más kilos. Los recuerdos y las anécdotas, cada uno desde su vivencia particular, se compartieron en público. Sin ningún orden cronológico.

"Sufrimos mucho, dormíamos poco, pero lo pasamos bien", dice el director de márketing

Rossich, sentado en un taburete sobre una tarima, extrajo unos folios con unas anotaciones. «Me puse anoche a apuntar lo que me salía. Yo cuento cómo lo recuerdo y ya vosotros decís la vuestra». Y así fue. Unos y otros se interrumpieron y complementaron ante el sinfín de anécdotas que propició el recorrido del fuego olímpico, «el desafío más bestia de mi carrera», según Rossich, quien años después llegó a ser (del 2010 al 2015) el poderoso director general del FC Barcelona, lo cual no es poca cosa en términos de presión.

La caravana, compuesta de 26 vehículos, recorrió pueblos y ciudades a lo largo de 6.000 kilómetros en 43 días. Cada portador trotaba durante medio kilómetro con la antorcha en alto. Pero en un principio no fue pensado así. En un principio se pensó en relevos de un kilómetro, en que la antorcha avanzara sin parar. Se planteó incluso montar dos equipos... «Aprendimos en el día a día», recordó Rossich».

Bajas inesperadas

Las crisis se amontonaron en las primeras etapas. «Sufrimos mucho, hubo varios catacracks, dormíamos muy poco, pero lo pasamos bien. Formamos un grupo bastante salvaje», apuntó Jaume López, director de márketing de la caravana. Se sufrió por el miedo a una gran tormenta, que al final no cayó, en el desembarco a Empúries. Se sufrió por una amenaza de huelga de los chóferes a las primeras de cambio.

Emili Sabadell, el director de operaciones, cayó enfermo de agotamiento nada más arrancar. Tuvieron que encerrarle una mañana en la habitación del hotel para que no saliera. La directora de comunicación, Ita Fàbregas, presentó a su vez su dimisión. No fue aceptada.

Todo ello sin haber salido ni siquiera de Catalunya. «Muchos vips no se presentaron en la primera etapa de L'Escala a Girona y fueron huecos que hubo que cubrir. Luego, al ver el fenómeno en que se convirtió la antorcha, muchos vinieron a pedir una segunda oportunidad», apuntó con sorna Rossich.

Fraga se plantó en la frontera de Asturias y Galicia con unos gaiteros y exigió desviar el recorrido

De entre todos los momentos rememorados triunfaron los lances protagonizados por la figura de Manuel Fraga. El entonces presidente de la comunidad gallega se plantó sin avisar con un grupo de gaiteros en la frontera entre Asturias y Galicia. «¿Quién manda en esto?», pidió. Hechas las presentaciones, exigió una modificación del recorrido. La llama olímpica no pasaba por Vigo y eso a Don Manuel le pareció intolerable. Trataron de hacerle ver que aquello no era posible. Inútil. «O lo cambian ustedes o lo arreglo yo en 10 minutos», espetó. Huelga decir que Vigo vio pasar la antorcha por sus calles. «Ese día me di cuenta lo que es mandar. Pero mandar de verdad», dijo Rossich.

Sarta de golpes

Otros episodios memorables. En Lleida la caravana olímpica llegó con dos horas de retraso, a la una de la madrugada, y con los activistas independentistas de Freedom for Catalonia dispuestos a liarla gorda. «Se vio una buena sarta de golpes», comentó alguien. Para golpes y tangana, en Bilbao. Quedó claro que lo que pasó allí daría para un libro. «Un caos, de locos, de 'Apocalypse Now», dijo uno. «Hubo una enorme tensión», dijo otro. «Pasamos mucho miedo», añadió un tercero.

ETA era una amenaza latente. Se juntaron varias manifestaciones. La Etzaintza, encima, exhibió una exasperante pasividad. La caravana no podía cruzar un puente y fue necesaria una intervención expeditiva de los guardias civiles que acompañaban a la comitiva. Al portador, por suerte, no lo tocó nadie.

No se puede decir lo mismo en la provincia de León. Unos jóvenes molestos porque la eterna llama no pasaba por Zamora arrebataron la antorcha a un relevista y corrieron campo a través con ella. Emili Sabadell salió disparado de uno de los vehículos y placó al ladrón del fuego con un placaje digno de un jugador de fútbol americano.

En Igualada la caravana tomó un giro equivocado, dejando con un palmo de narices a la multitud que aguardaba en otra calle. Lo mismo ocurrió en El Escorial, con el consiguiente escándalo. Y qué mala suerte: ese día Pasqual Maragall se encontraba en la universidad dando una conferencia. «¿Qué habéis hecho, cabrones?». Así empezó la llamada del alcalde de Barcelona a Rossich. Le costó tragar saliva. Al día siguiente, salieron dos antorchas. La verdadera, hacia Madrid, y la segunda, de mentirijilla, por las calles olvidadas de la localidad. Al final, todos contentos.

Cuesta sudada

En Cartagena se encontró el proselitismo olímpico con una amenaza de boicot en toda regla por parte de unos estibadores en modo de huelga aguerrida. En A Coruña el protocolo dictó que detrás del alcalde «no habla ni Dios». Y así fue. El último turno correspondió a Javier Vázquez, posteriormente embajador en el Vaticano. En Sevilla, al cruzar por la sede de la Expo Universal, de tan grande y caótica que fue la muchedumbre, el coche del director general perdió de vista a la llama olímpica. Algo inasumible.

Porque si algo caracterizó el recorrido de la antorcha fue el entusiasmo de los vecinos que vieron pasar la inusual comitiva. Los episodios de catalanofobia fueron escasos. Un conductor recordó con jocosidad cómo le forzó a acelerar el ritmo en una subida calurosa a un concejal aragonés al que le escuchó un comentario con prejuicios. Fueron 500 metros la mar de sudados.

Y de este modo transcurrió la tarde. Con recuerdos, con risas, con fotos para inmortalizar el reencuentro 25 años después de una experiencia única. Se brindó por otra reunión dentro de 25 años más.