Barcelona-92: unos Juegos con truco

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fcasals12162831 rebollo epi170718153118 / ANTONI CAMPANA

EMILIO PÉREZ DE ROZAS / BARCELONA

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Era la primavera de 1990. Sonó mi teléfono. Era mi amigo Àlex Martínez-Roig, aún en 'El País': «Me tienes que hacer un favor». Le dije que sí sin saber qué era. Su amigo y colega norteamericano George Vecsey estaba colgado y desolado en un hotel de Nápoles. Por imposible que pareciese, el periodista más importante de EEUU, el hombre que firmaba en la biblia de las biblias, en 'The New York Times', había sido plantado por Diego Armando Maradona, que no quiso someterse a la entrevista que, tres meses antes, había pactado con el diario norteamericano. «Perdone, es que vengo expresamente desde Nueva York para entrevistarle...», le recordó Vecsey. «Como si viene usted de la Luna. No hay entrevista. Adiós».

Vecsey llamó a su director y le contó el incidente. Y su jefe le sugirió una alternativa: «Ya que estás en Europa, pásate por Barcelona y mira cómo están los preparativos de los JJOO. Puede ser una manera de amortizar el viaje». Y Vecsey pensó en Àlex. Y Àlex le dijo: «Tranquilo, tengo a tu hombre». El hombre parecía ser yo. Y, sí, Vecsey se instaló en el Hotel Princesa Sofía. Y, entre todos, entre Pedro Palacios, Martí Perarnau y yo, logramos que en tres días lo viese todo, pasease por la ciudad y se entrevistase con Pasqual Maragall y Josep Miquel Abad, ya saben, el sumo hacedor del milagro olímpico barcelonés.

DOS HORAS MARAVILLOSAS

Nuestro hombre en Nueva York me pidió dos últimas horas de conversación antes de dejar Barcelona y poner en orden sus apuntes. Fueron dos horas maravillosas, solo equiparables a los tres reportajes que publicaría en su diario nada más pisar Nueva York y que significarían, lógicamente, la mejor propaganda y un triunfo adelantado de lo que serían los Juegos del arquero.

En la charla de despedida, Vecsey me dijo que había quedado maravillado por la manera y la complicidad con que la ciudad y sus habitantes se implicaban en el proyecto. «Yo he estado en muchos Juegos, Emilio, pero los vuestros, por su gente, por la ciudad, van a ser los más hermosos de vivir. Así que me tienes que hacer un último favor», me pidió. Yo, la verdad, creía haberle devuelto ya toda la fama que poseía en favores. «Tienes que buscarme un piso en un barrio muy barrio para que pueda vivir los Juegos junto a mi esposa. Mis compañeros vivirán en la Villa de Prensa pero yo, Emilio, después de conocer esta ciudad, sería un idiota si me perdiese lo mejor de esta sede: su vida, sus calles, su gente».

LA SOMBRA DE GAUDÍ

Vecsey tuvo su piso. Su esposa, las mejores vacaciones de su vida. Y Barcelona la resonancia que merecía ya que, el 11 de marzo de 1990, Vecsey publicó el primero de sus reportajes en las páginas del 'New York Times', con el título' Antonio Gaudí ya está listo para los Juegos de 1992'. En él, un entusiasmado Vecsey, que se había enamorada de Barcelona, empezaba diciendo: «Todos los Juegos Olímpicos tienen una figura relevante. Roma-60 tuvo a un boxeador de nombre Cassius Clay. En Montreal-76, emergió la gimnasta Nadia Comaneci. En Seúl-88, vimos correr al veloz Ben Johnson. Pues Barcelona-92 ya tiene su figura en la persona del arquitecto Antonio Gaudí».

Todos los miembros del COOB-92 con los que he comentado estas semanas esta anécdota, aquella llamada y lo que supuso, a nivel de

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espaldarazo inicial, la visita y los textos del prestigioso Vecsey, me han dicho lo mismo: «Es que para que aquella locura nos saliera bien, debíamos tener suerte. Y, ahora, podemos reconocerlo: ¡Tuvimos mucha potra!», comentan al unísono cinco de los más altos ejecutivos que rodearon a Abad en aquellos años. «Fue, eso sí, una suerte muy buscada, perseguida con mucho trabajo, preparación y la ayuda de miles y miles de personas», insiste uno de ellos.

Y, a partir de ahí, empiezan a relatarte lo que pudo haber sido y, afortunadamente, no fue. «Yo nunca olvidaré el momento de cada día, recién salido el sol, cuando Antoni Rossich, uno de nuestros jefes, entraba en el centro de control de los Juegos y decía: ‘Hoy es el día que se nos cae el teatro’. Y ese día nunca llegó. Es más, las incidencias fueron tan mínimas, que cada vez que sonaba un teléfono rojo en aquella sala, cinco personas se lanzaba a por él, pero no porque estuviésemos preocupados, sino porque nadie tenía nada que hacer».

Si había un instante donde era muy necesario tener suerte, o mucha suerte, ese momento era el de la flecha de fuego, por cierto, idea del diseñador catalán Carles Riart. «Lo habíamos ensayado tantas, tantas, veces en el foso del castillo de Montjuïc, que Antonio Rebollo, nuestro arquero, había desarrollado tal memoria muscular, que ya era capaz de hacerlo con los ojos cerrados».

EMOCIÓN EXTREMA

El cosquilleo que provocó aquel instante fue, cuentan, similar al que vivió mi amigo Félix Arias cuando concluyó su caja mágica de la precandidatura, el que sintió Maragall al ganar en Lausana, el mismo que estremeció ese día a Abad cuando su alcalde y amigo ascendió 10

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escalones y le abrazó o el que experimentó Pedro Balandin, el truquero que, escondido tras el reloj de la puerta Maratón del Olímpic de Montjuïc, encendió el pebetero cuando vio que la flecha de Rebollo pasaba por encima de las bocas de gas.

Como me contó un día, 10 años después, el propio Balandin, el hombre al servicio del extremeño Reyes Abades, mago de los efectos especiales, contratado especialmente para que la flecha no fallase («Rebollo solo la tenía que hacer pasar por encima del pebetero, nosotros, ocultos, nos cuidábamos del resto»), el ingenio era acertar en el efecto, el secreto es que sea creíble. «Ni siquiera el día que asistí en el quirófano al nacimiento de mis dos hijas gemelas, Elena y Marta, me emocioné tanto», me confesó Balandin.

JUEGOS DE MAGOS

De nada hubiese servido que todo hubiera funcionado a las mil maravillas si la flecha de Rebollo choca contra la pared. Ni siquiera la contratación para aquella ceremonia inaugural del mago de la iluminación, el británico Mark Brickman, que trabajaba para Pink Floyd, hubiese podido evitar con sus trucos luminotécnicos aquel fracaso de haberse producido, cuya mayor dificultad, al parecer, no era su lanzamiento, insisto, algo chupado para Rebollo, sino la cápsula creada por Abades para que la llama no se apagase en su vuelo.

Como no cesa de explicar Abad, cuando se encendió el pebetero, «ya creíamos haber logrado el éxito y los Juegos ni siquiera habían comenzado». Lo que sí había empezado era la buena suerte. «No nos engañemos, tú te pasas años planificando, construyendo, organizando y los Juegos te los puede estropear, convertir en fracaso, una ensaladilla rusa con salmonella, como ha ocurrido mil veces. Pues nosotros no tuvimos ni siquiera una mayonesa en mal estado, ni un himno mal seleccionado, ni un equipo que no llegase a competir porque se perdiera el autobús o enfermase su conductor», explica uno de los directores del COOB. 

Potra hasta con la climatología: ¡aquel 25 de julio de 1992, no llovió! Pero sí muchos, muchísimos, de los días anteriores. Es más, todos los ensayos de la ceremonia inaugural, todos, se hicieron con lluvia. Josep Roca, director de ceremonias, nunca, jamás, ha olvidado el día que se presentó en 'Els matins de Catalunya Ràdio', de Josep Cuní, y le preguntaron si tenían plan B «por si el día de la inauguración llueve, como está sucediendo últimamente». «No, no tenemos plan B. ¿Por qué? Porque, simplemente, no va a llover». Y no llovió, no.

MASCANDO LA TRAGEDIA

¿Suerte? La que tuvimos, todos, en la clausura, cuya ceremonia pudo acabar en tragedia, mucho más que fracaso. ¿Es eso cierto? Lo es. En los minutos de prórroga de los Juegos, cuando Peret y Los Manolos entonaban sus rumbas, los atletas que había en la pista se subieron al segundo escenario, que era, simplemente, decorativo. No estaba previsto que nadie se subiese a él. Y, de pronto, cientos de atletas empezaron a bailar y brincar sobre un entarimado que era, poco menos, de cartón piedra. Se mascó el fracaso. Aquel escenario no iba a

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resistir. La voz de Constantino Romero, el locutor de locutores, intentaba persuadir a los atletas, sin alarmarlos, de que se bajasen del escenario. Lo logró, de ahí que, décadas después (2013), el grupo catalán Manel titulase su tercer disco 'Atletes, baixin de l’escenari'.

Miguel Botella, director del Plan Director de los JJOO, ha sido uno de los ejecutivos de aquel fenómeno olímpico que más entrevistas ha mantenido, desde la clausura de 1992, con muchas de las candidatas y organizadoras de los siguientes Juegos. Y, sí, Botella también cree que Barcelona-92 tuvo mucha suerte. «Siempre es mucho más fácil acertar cuando repites, cuando copias, cuando imitas, que cuando haces algo por vez primera». El éxito, según Botella, es de todos pero, sobre todo, de los ciudadanos que les ayudaron.

«Piense –explica el discreto Botella, en un bar de Sants— que, durante los Juegos, hubo gente que abrió su tintorería, ya cerrada, porque un miembro de la familia olímpica, cualquiera, acudió a ellos porque su traje estaba manchado y debía ir a una recepción. Eso ocurrió, que lo sepa». Por eso, cuenta Botella, ninguna de las candidatas u organizadoras que acuden aún a Barcelo na en busca de la fórmula, se va satisfecha de lo que oye. «Ellos saben que su ciudad no es como Barcelona, ni sus ciudadanos como los barceloneses». Ese fue el potencial escondido de Barcelona que hicieron emerger los Juegos.

SIN INTERNET

Botella, que habla pausada y sigilosamente, recuerda, admirado, que los Juegos se hicieron sin internet. «Mientras los hacíamos no podíamos imaginarnos semejante éxito y,lo que ha venido después para la ciudad era impensable a todas luces». Este hombre, que se ha pasado la vida planificando y ejecutando, tiene una explicación a la explosión de Barcelona en el mundo, que es bastante más sencilla. «Tuvimos el mayor éxito de nuestra historia el año antes del boom de las compañías aéreas low-cost. Antes de los Juegos del 92 era carísimo venir a Barcelona desde cualquier rincón del mundo, especialmente desde EEUU o Japón. El 92, los Juegos, pusieron a Barcelona en el mapa en el momento exacto en que venir a Barcelona empezó a costar casi lo que cuesta un billete de autobús. 500 millones de europeos descubrieron que Barcelona estaba a solo un puñado de euros».

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Todos los consultados prefieren hablar de empatía antes que de suerte, de implicación antes que de potra, de colaboración antes que de azar. Organizar unos Juegos no es tan difícil. Donde no llegan las organizaciones, los estados, las economías, llegan la NBC, la CBS o la ABC, la televisión norteamericana que tenga los derechos y, si aún falta ayuda, ahí están Coca-Cola, Apple, Sony, Visa o Nike. Pero lo que nunca tendrán las ciudades organizadoras es la complicidad de los barceloneses con el evento del 92. «Sin esa complicidad, la organización está vendida, porque el calendario corre, los problemas se acumulan, los presupuestos tienden a dispararse y todo se complica», cuenta Botella. «Si, llegado el momento, la gente no empatiza contigo, si no piensan ‘pobres, si no les ayudamos, no saldrán de esta’, es evidente que no te sales. Y Barcelona tuvo gente por arrobas, por toneladas, que nos echó una mano».

405 CONTRATISTAS

La maravillosa gente que hizo irrepetibles aquellos Juegos no estaba solo en las tintorerías, estaba y se desvivía en cualquier cosa. Por ejemplo, en la reforma y/o adaptación a los usos olímpicos de las instalaciones ya existentes. «Llegamos a tener 405 contratistas y es evidente que, sobre el papel, todo es fantástico, pero cuando llegabas a la instalación, todo eran problemas», narra Botella. «Si esa gente hubiese querido, nos tenía cogidos por los…, nos hubieran podido reclamar, meter querellas y sacarnos hasta los ojos. Pero ¿qué hacían? Sacaban el trabajo adelante con su esfuerzo, empatía y complicidad. De querer, nos hubieran arruinado».

«Samaranch –insiste Abad– transmitió a los suyos, de forma indirecta y diplomáticamente, que su candidata era Barcelona. Los compañeros del

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presidente sabían que no votar a Barcelona se interpretaría como una censura al presidente». Y Barcelona ganó. Y Catalunya venció. Y España triunfó. Y eso que, tres días antes de la votación, ETA, ahora ya casi historia, mató a dos policías. Y todos en Lausana nos pusimos a temblar. Y quien diga que no, miente. Incluso aquel miembro del COI, importante él, hispanohablante él, que, a 24 horas de la votación, me dijo en un pasillo de su hotel: «Esos crímenes no van a influir en la votación de mañana, se lo digo yo que vivo en un país donde esas cosas ocurren cada mediodía. Atentados así pueden producirse en cualquier país, cualquier día, no importa que haya o no Juegos Olímpicos».

Y, como dijo el propio Maragall al volver de una gira por España acompañando a la antorcha olímpica, «todo el mundo cree en nosotros, porque todos dicen que los catalanes somos serios y cumplidores». Eso sí, con quien no pudo cumplir Maragall fue con Javier Mariscal, pues el COI vetó «por frívola» la escenificación de una paella gigantesca que el creador de Cobi había propuesto para la inauguración, con cientos de voluntarios disfrazados de granos de arroz, gambas, cigalas, mejillones y pimientos. El estallido gastronómico que se produjo con el paso de los años hubiese convertido aquel número en algo muy actual. Entonces, el COI pensó que no tenía sentido. Aquel truco no funcionó.