25 AÑOS DE BARCELONA-92

Pasqual Maragall: campeón olímpico

El mejor alcalde de la ciudad en cien años no quería ser líder. O no sabía que quería serlo

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LUIS MAURI

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Pasqual Maragall era un niño más bien tímido y vergonzoso. No le gustaba que los demás se fijasen demasiado en él, mucho menos ser el centro de atención en una reunión. En la escuela, odiaba que le mandaran salir a la tarima para recitar un poema, cosa que sucedía cada año por Navidad. ¿Por qué siempre yo? A ver, Pasqual, eres el nieto del poeta. Otra vez, qué fastidio. Su abuelo Joan fue un gran poeta, pero él no quería seguir sus pasos. Tampoco quería ser cantante, ni actor, ni nada que le obligase a plantarse en solitario frente al público. Él quería ser cartero. Ese sí que era un oficio interesante.

Pasó la niñez y llegaron los años de la universidad, la militancia antifranquista y el trabajo político en el PSC. En todas esas facetas Maragall actuaba como un joven inquieto y participativo, pero no parecía ambicionar el liderazgo ni poseer un carisma especial. Se sentía más abrigado en los segundos planos.

DOS AXIOMAS

Cuando Felipe González ganó sus primeras elecciones generales, en 1982, y llamó a Narcís Serra, entonces alcalde de Barcelona, para que fuera su ministro de Defensa, este informó al presidente del COI, Juan Antonio Samaranch, de que dejaba la alcaldía y las riendas del proyecto olímpico de Barcelona en manos de Maragall. Una ráfaga helada de inquietud recorrió el espinazo de Samaranch, que no conocía a aquel joven greñudo y desgarbado que iba a suceder a Serra en la alcaldía.

-¿Eso cambiará algo? -interrogó el jefe del COI.

-De ningún modo -repuso el ministro in péctore-. Maragall conoce y comparte el proyecto olímpico. Todo irá bien, te lo aseguro. Verás hasta qué punto será un alcalde eficiente.

Samaranch pudo comprobar sobradamente a partir de entonces, en ocasiones con desagrado, el empuje, la determinación, la firmeza y la obstinación del nuevo alcalde en la defensa de los dos axiomas principales de Barcelona 92: los Juegos estarían al servicio de la ciudad, no al revés, y el ayuntamiento, no las demás administraciones partícipes, tendría el control efectivo de la operación. La discusión de estos dos principios dio pie a diversas crisis con los demás actores olímpicos (COI, Generalitat, Gobierno) y la burguesía local, pero la firmeza del tándem formado por Maragall y Josep Miquel Abad, su hombre de confianza en el comité organizador, los mantuvo a flote hasta el final.

LA METAMORFOSIS

¿Qué había sido de aquel joven introvertido que en 1979 había rechazado ser candidato socialista a la alcaldía de Barcelona y que en 1982 intentó, esta vez sin éxito, rehuir el encargo de relevar a Serra? Lo explicaba el propio Maragall a EL PERIÓDICO en el 2003, una semana antes de las elecciones que le llevarían a la presidencia de la Generalitat:

-Es difícil precisar cómo nace un líder. ¿De dónde proviene el carisma? Yo nunca busqué protagonismo en política. Ni en la clandestinidad, ni luego en el PSC. Siempre estuve entre los que cortaban el bacalao, eso sí, pero no era el líder. No suspiraba por destacar. En los primeros años del PSC, lo que de veras me gustaba era repartir propaganda en la calle. Bien mirado, eso ligaba con mi deseo infantil de ser cartero, ja, ja, ja. Yo no entendía a los compañeros que rehuían esa tarea. Créalo, nunca pretendí tener responsabilidades. Y cuando me tocó aceptarlas, me resistí hasta que no hubo más remedio. Pero de repente todo cambió, incluso la percepción subjetiva de mí mismo. Fue el día que recibí la alcaldía de manos de Serra. Yo ya no estaba en el patio de butacas, sino en el escenario. Todos los demás te miran y tú debes representarlos. Son los otros quienes te confieren el carisma. Tú te sientes representante suyo y ellos te ven como una extensión de sí mismos. Te escuchan como a alguien que habla por ellos. Y tú lo entiendes y lo asumes. Eso es el carisma, no hay más misterio. El Maragall tímido y retraído había desaparecido, metamorfoseado en un líder carismático y vibrante: el mejor alcalde de Barcelona en al menos cien años. Maragall, el líder que no quería serlo, o que no sabía que quería serlo, pilotó con acierto palmario la radical transformación urbana de la ciudad y su conversión en una capital moderna de atractivo mundial.

El proyecto olímpico de Barcelona fue el eje de su mandato, un resorte de excepción, una ventana de oportunidad sin parangón. Que él supo llevar a puerto navegando a través de no pocos temporales.

-Dime cuánto nos va a costar todo esto-, le había inquirido Felipe González en los primeros años 80.

-Cinco mil millones de pesetas-, repuso sin pestañear el alcalde.

'LA GOTA MALAYA'

Casi diez años más tarde, dos semanas después de clausurar los JJOO, el presidente invitó a Maragall al coto de Doñana. Ahí le esperaba:

-Así que cinco mil millones, ¿eh, tío?-, disparó González con una sonrisa. La factura olímpica del Gobierno central ascendió a 237.000 millones de pesetas. Durante los años de las obras olímpicas, los ministros se echaban la mano a la cartera al oír el nombre de Maragall. 'La Gota Malaya', lo apodaron González y Alfonso Guerra.

Después de construir la ciudad olímpica, aquel niño que quería ser cartero alcanzó la presidencia de Catalunya. En este cometido nunca brilló como en la alcaldía. Su estrella política declinó, víctima de la tremenda inestabilidad de su gobierno de coalición y del desencuentro con su propio partido.

Pero nada de eso le privaría ya de la gloria reservada a los auténticos campeones olímpicos.