Un año de la victoria talibán

El pasado 15 de agosto, el grupo insurgente volvió a tomar las riendas del país centroasiático, tras una guerra de 20 años y decenas de miles de muertes.

Pese a sus promesas de moderación, los talibanes han implementado un régimen brutal que persigue y reprime a mujeres y detractores

 

Entre las columnas de mármol y pasillos eternos completamente vacíos, un grupo de unos 20 hombres, tranquilos, sin complicaciones, paseaba por el palacio buscando algo.

Todos, con el fusil en la mano y vestidos tradicionales de las zonas rurales y conservadoras de Afganistán, iban a por lo mismo, una habitación concreta, pero ninguno de ellos había estado antes en un sitio parecido, y menos en este.

Tras unos minutos buscando, uno de ellos abrió una gigantesca puerta doble de madera, y allí, al otro lado, estaba el sitio indicado: la oficina del presidente de Afganistán, en su palacio de la capital, Kabul. Era 15 de agosto de 2021, hace justo un año, y su inquilino, Ashraf Ghani, lo acababa de abandonar esa misma mañana.

Tras años de guerra, los talibanes habían llegado a las afueras de la capital unas horas antes, pensando que lo que vendría a continuación sería una batalla calle por calle como había ocurrido en algunas otras ciudades provinciales. No fue así: el Gobierno afgano apoyado por EEUU y la OTAN cayó como un frágil castillo de naipes.

El grupo de 20 hombres en el palacio presidencial se dirigió a la mesa de madera y cristal. El jefe del grupo de talibanes, cansado de cargar su kalashnikov en el hombro, lo dejó encima de la mesa. Sentado, miraba hacia la cámara.

Afganistán, 15 de agosto, pasaba a sus manos. Todo cambiaba

“Cuando me enteré me entristecí, pero me dio una sensación de alivio. Nosotros abandonamos Afganistán en abril, cuando todo parecía que iba a salir mal. Acabó así y por suerte ya estábamos fuera”, recuerda Hadayat, un refugiado afgano que ahora vive en Turquía.

En suelo afgano, sin embargo, el caos siguió. Las tropas de la Coalición liderada por EEUU —que llevaba 20 años en Afganistán— se retiraron de todo el país menos del aeropuerto de Kabul. Miles intentaron llegar al lugar; cientos consiguieron ser evacuados. La mayoría, sin embargo, se quedó en las puertas, donde los talibanes buscaban a detractores y el Estado Islámico castigó a los que intentaban huir. A los 46.319 civiles que murieron durante la guerra liderada por los EEUU, se sumaron 170 más. También murieron 13 soldados estadounidenses. Ellos fueron los últimos antes de la caótica desbandada de las tropas aliadas.

Décadas de lucha

La llegada de los estadounidenses al país centroasiático ocurrió hace 21 años exactos. Los talibanes, que ganaron la guerra civil afgana de principios de los 90, se establecieron en el poder de Kabul en 1996 con su anterior líder, el mulá Omar, en la cima.

Su primer gobierno fue brutal: se prohibió el acceso a la educación a las mujeres, se instauró obligatoriamente el burka —un velo negro que cubre todo el cuerpo, incluidos los ojos de la mujer— y se implementó una retahíla de prohibiciones: nada de música, nada de reír, nada de hablar con hombres que no sean de la propia familia y nada de afeitarse, entre muchos otros nadas.

Los talibanes, además, cobijaron a Al Qaeda en su territorio. Su por aquel entonces líder, Osama bin Laden, planeó los atentados del 11-S desde allí. Dos días antes, el 9 de septiembre de 2001, Al Qaeda asesinó al líder de la resistencia antitalibán en el norte del país, Ahmad Shah Mansur. Un favor a los talibanes para reclamar protección para lo que vendría dos días después: el mayor atentado de la historia.

No funcionó. En octubre, EEUU inició la Operación Salvo. En diciembre, los talibanes eran derrocados. Sin el poder en sus manos, pasaron a la insurgencia, a las regiones rurales del país, en zonas mucho más conservadoras que las ciudades. Desde ahí, extorsionando, gobernando y luchando, empezaron a rearmarse.

“Esos años fueron muy difíciles”, dice Hadayat. “Yo trabajaba en una empresa de transportes y a veces trabajábamos para los ejércitos de la coalición internacional. Cuando viajábamos por territorio talibán, era normal que nos hiciesen emboscadas. Alguna vez podíamos pagar para seguir. Otras, amenazaban con matarnos”, dice Hadayat.

La vuelta al poder

Desde entonces, los talibanes empezaron a avanzar. En febrero de 2020, el Gobierno de Donald Trump firmó un acuerdo de paz con los talibanes que prometía la retirada de EEUU en septiembre de 2021 a cambio de que los talibanes se comprometiesen a no permitir que se planeasen atentados internacionales desde su territorio.

Desde la firma se precipitó todo: los talibanes avanzaban en todo el país y el Ejército afgano, el que tenía que pararles, se evaporaba en su camino. El 15 de agosto de 2021, un kalashnikov talibán se sentó en la mesa presidencial de Kabul.

“La guerra ha terminado”, anunció el grupo. Un año después, sin embargo, la situación no invita a pensarlo. El Estado Islámico realiza atentados constantes contra la población afgana, sobre todo contra la minoría chií. Los talibanes, que prometieron moderación y diversidad al llegar al poder, instauraron un gobierno radicalmente talibán, y dieron paso a la persecución y represión contra todo afgano que hubiese colaborado anteriormente con los valedores extranjeros del gobierno anterior.

El burka obligatorio ha vuelto a las calles, y las chicas tienen prohibido ir a clase. “Desde fuera yo estoy bien, pero mi familia no… —dice Farid—. Mi madre y mi hermana viven escondidas en Kabul. El marido de mi hermano fue detenido hace cuatro meses. Creemos que los talibanes le mataron”.

LA RÁPIDA RECONQUISTA TALIBÁN

El avance talibán fue frenético: a inicios de la primavera de 2021, el grupo, aunque luchaba por todo el país, solo controlaba algunas regiones rurales de Afganistán, mayormente en el sur.

Pero con el paso de las semanas, el Ejército afgano empezó a perder la moral y el territorio.

Y sin el apoyo aéreo de unos estadounidenses que se marchaban, la batalla llegó a las capitales de provincia, donde no había habido guerra durante 20 años.

A finales de julio y principios de agosto, los talibanes conquistaron Kandahar y Herat, la segunda y tercera ciudades más grandes del país.

Poco después caería la capital, Kabul.

Tras unas semanas, en septiembre, con la resistencia en el Panjshir eliminada, el grupo pasó a controlar la totalidad del territorio afgano.

Un nuevo gobierno

En las ciudades, el nuevo gobierno impuso su orden, un orden muy frágil. El gobierno instaurado en Kabul sobrevivía completamente gracias a la ayuda internacional que regaba Afganistán durante la guerra, mientras sus miembros se enriquecían a costa de embolsarse esta ayuda y no pagar salarios a los funcionarios, algo que costó la derrota en 2021, cuando los soldados afganos, sin armamento, dinero ni ganas de luchar, se rindieron sin oposición a los talibanes.

Y así, con los años, los talibanes fueron avanzando territorio. Tras más de una década de lucha, en 2018, el grupo empezó a pisar las ciudades del sur del país, entre las que se encontraba Kandahar, el centro histórico de los talibanes. “Un día se presentaron a la radio en la que trabajaba [en Kandahar]. Entre ellos estaba mi tío, que era miembro del grupo. Se me llevaron y me amenazaron de muerte. Mi tío me quería obligar a que me uniese a los talibanes porque de pequeño recibí una buena educación y hablo varios idiomas”, explica Farid, un joven afgano.

“Me negué. Yo y mi familia estamos en contra del grupo. El marido de mi hermana, de hecho, trabajaba por aquel entonces de traductor para los estadounidenses.

Entonces me condenaron a muerte. Antes de que me viniesen a buscar a casa me escapé”, añade Farid, que pudo llegar a Alemania —desde Turquía y Grecia— hace tres años.

Un reportaje de EL PERIÓDICO

Textos:
Adrià Rocha Cutiller
Infografía:
Francisco José Moya
Edición gráfica:
Imma Coy
Coordinación:
Laura Puig y Ricard Gràcia