Retrato de los jóvenes que cometían masacres

Por Rafa Julve
Diseño e infografías: Ricard Gràcia, Francisco J. Moya, Alex R. Fischer y Andrea Hermida-Carro

Estados Unidos ha registrado más de un tiroteo en una escuela cada semana en lo que llevamos de año y 118 desde 2018. Lejos de amainar, este tipo de violencia sigue perpetuándose en aquel país con masacres como la cometida en Texas este 24 de mayo. Salvador Ramos, un joven de 18 años, se suma a una larga lista de asesinos juveniles cuyos perfiles coinciden en muchos aspectos, como se verá en los seis sujetos retratados en este reportaje.

Son chicos muy jóvenes. Alguno llega a los 23 años, pero la gran mayoría no pasa de 18 o 19. Ninguno fue precisamente el más popular del colegio y muchos han sido objeto de burlas y agresiones en clase. Los hay que suman los problemas familiares a los escolares y todos, todos, han encontrado en las armas el mecanismo para exhibir su descontento con el mundo que les ha tocado vivir.

¿Pero por qué estos ataques pasan en EEUU más que en ningún otro sitio? La respuesta fácil -algo así como 'porque allí es muy sencillo y legal tener armas'- se queda corta. Falta por añadir un aspecto que apunta José Ramón Ubieto, psicoanalista y profesor de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC): "Esos ataques hay que enmarcarlos en el contexto propio de Estados Unidos, donde predomina la cultura de la sospecha y de la autodefensa". Una desconfianza con el Estado y con los demás que ya viene del lejano Oeste y que quedó rubricada en la segunda enmienda (la de la libre tenencia de armas, de 1791). Es el reflejo de una "sociedad paranoica".

A las 11.30 horas del 24 de mayo y ataviado con un chaleco antibalas y varias armas en la mano, este joven de 18 años logró zafarse de los miembros de seguridad de la escuela Robb Elementary de Uvalde (Texas) y empezó a disparar por las aulas sin un objetivo fijo. Muchas de sus víctimas tenían entre 7 y 10 años.

El homicida, que la víspera había disparado a su abuela, se parapetó entre algunos alumnos cuando la policía trataba de apresarle.

El atroz comportamiento de Salvador Ramos es un calco del de muchos otros que perpetraron matanzas en centros escolares. Víctima de bullying en la escuela durante la infancia, encontró en las redes sociales el lugar donde crear una burbuja que lo convirtió en alguien importante. Al ser marginados por el grupo, estos sujetos se desenvuelven mejor encerrados en la "cultura de la habitación", explica Xavier Martínez-Celorrio, profesor de Sociología de la Universitat de Barcelona.

"Son chicos que se encapsulan en su propio mundo de internet; allí alardean de un narcisismo tóxico. En el exterior, al verse insignificantes, recurren a este tipo de ataques para tratar de perpetuarse y dejar huella en la sociedad". En el ciberespacio no tienen ningún pudor para avisar y fardar de sus "actos de venganza".

Joven de altas capacidades intelectuales y de personalidad retraída (apenas hablaba), Seng Hui Cho llegó al West Ambler Johnston Hall de la Universidad Técnica de Virginia, una residencia universitaria mixta, el 16 de abril de 2007 y mató a una chica que lo había rechazado.

Posteriormente, Seng Hui Cho se dirigió al pabellón de Ingeniería, Ciencias y Mecánica y la emprendió a balazos con varios profesores y alumnos. Minutos después prosiguió con la masacre en varias aulas del centro universitario, hasta que se pegó un tiro en la cabeza tras dejar 32 víctimas mortales.

El retrato vital de Seung Hui Cho guarda muchas semblanzas con Salvador Ramos. Harto del desprecio que sufría por parte de sus compañeros de colegio, usaba las redes sociales para transformarse y exhibir su matonismo. Estaba obsesionado con la violencia y antes de agredir a otros se lesionó a sí mismo tratando de apaciguar su rabia interior. Lo mismo hicieron Ramos y demás asesinos de idéntica tipología.

"Cuando esas autolesiones no logran calmar su angustia, ponen el foco en los demás", apunta el profesor Ubieto, que subraya la tendencia suicida de la mayoría de estos individuos. Seung Hui Cho, por ejemplo, se acabó quitando la vida. Otros como Salvador Ramos no lo hicieron directamente pero, como indica Ubieto, cuando estaban en pleno tiroteo buscaron la situación idónea para ser abatidos por la policía. Y si en el intercambio de balas caía algún inocente, mejor para su abominable objetivo.

Expulsado del instituto Marjory Stoneman Douglas, en Parkland (a unos 72 kilómetros al norte de Miami), Nikolas Cruz decidió vengarse del centro educativo un día de San Valentín de 2018.

Armado con un rifle que había comprado el año anterior, Cruz entró en el instituto y disparó sin un objetivo concreto y solo con el deseo de causar el mayor daño posible. Tras ser detenido por la policía, dijo haber escuchado una voz "diabólica" que le empujó a cometer la masacre.

De Salvador Ramos se reían en clase porque sus padres eran pobres. Nikolas Cruz nunca pudo superar la desdichada infancia que le había tocado vivir. La pareja que le había adoptado murió cuando él estaba en plena adolescencia y la grieta que se abrió fue ya insalvable. Tenía 19 años y no supo (ni nadie le ayudó con el suficiente acierto) a encontrar una salida durante esos años de tránsito a la edad adulta.

"En esa etapa de la adolescencia, de los 17 a los 19 o 20 años, es cuando más posibilidades hay de que esos chicos caigan en el abismo. A medida que crecen van encontrando mecanismos para superar esas ideas", reflexiona el psicoanalista y docente de la UOC. Los datos lo corroboran. De los cinco perfiles reflejados en este reportaje, solo Cho Seung-Hi tenía 23 años. El resto, 20 o menos.

Aquel 14 de diciembre de 2012, Adam Lanza entró en la habitación de su madre, le disparó cuatro tiros en la cabeza, le robó sus armas y su coche y se encaminó hacia la escuela Sandy Hook, en Newton (Connecticut), dispuesto a llevarse por delante a diestro y siniestro.

Nada más llegar al colegio, Lanza sacó un rifle Bushmaster (capaz de disparar 45 balas por minuto), reventó un cristal cercano a la puerta del centro educativo y comenzó una matanza. Murieron 20 niños de entre 6 y 7 años antes de que él se pegara un tiro en la cabeza.

El caso de Adam Lanza (otro suicida solitario profundamente trastornado que, como Cho Seung-hi, había recibido tratamiento psiquiátrico) sirve para poner sobre la mesa un aspecto relevante. Todos estos asesinos son varones. Y no por casualidad, sino "porque en la sociedad actual, y más en la de EEUU, la violencia forma parte de la construcción de la masculinidad", reprocha la psicóloga social Gemma Altell.

Es más, el día antes de matar a otras 26 personas, Adam Lanza había asesinado a su madre mientras dormía; Salvador Ramos también disparó a su abuela la víspera antes de asesinar a 19 estudiantes y 2 alumnos y Cho Seung-hi había sido interrogado por la policía por "molestar" a dos compañeras tiempo antes de segar 32 vidas. "Hay ahí un paralelismo con la violencia machista -sostiene Altell-. Influidos por la mirada machista del mundo, intentan sobresalir de esa manera y ejercer una posición de dominio. Es una exhibición de masculinidad por parte de unos agresores que antes han sido víctimas, en su propia casa o en la escuela".

Víctimas de 'bullying' durante su infancia, Harris y Klebold quisieron llevar a la práctica lo que habían difundido en su página web. Tras sembrar con 99 explosivos la Escuela Preparatoria de Columbine la mañana del 20 de abril de 1999 , los dos jóvenes de 18 años empezaron a pasearse por el recinto y a disparar contra estudiantes y profesores que se interponían a su paso. Aquella zona donde habían fallado los artefactos, ellos la llenaron de balas.

Los autores de la masacre, en la que murieron 13 personas y más de 20 resultaron heridas, acabaron suicidándose.

La masacre de Columbine de 1999, que sirvió de tétrico referente para posteriores asesinos escolares, representa una excepción en sí misma. Como en el resto, en ella hay pensamientos violentos, obsesión con las armas, exhibición de fuerza en internet y hasta suicidio, pero en este caso fueron dos adolescentes de 18 años los que mataron a 12 estudiantes y un profesor. Generalmente, en cambio, se trata de comportamientos individuales porque es precisamente lo que tratan de reforzar quienes los perpetran: la prevalencia del individualismo.

Como detalla el sociólogo Martínez-Celorrio, la sociedad estadounidense -desde la propia Administración hasta los medios de comunicación pasando por los centros educativos- poco está ayudando a "fomentar la humanización en lugar de la individualización". La escuela es en parte fuente de la inseguridad de estos asesinos, de ahí que viertan su rabia llevando a cabo sus tiroteos en esos recintos; por eso no bastaría con prohibir las armas en EEUU. "Habría que reducir el exceso de competitividad y mejorar la socialización", avisa Martínez-Celorrio.

Este reportaje se ha publicado en EL PERIÓDICO el 25 de mayo de 2022

Textos:
Rafa Julve
Diseño e infografías:
Ricard Gràcia, Francisco J. Moya, Alex R. Fischer y Andrea Hermida-Carro