Bolsonaro, algo más que un Trump sudamericano

Jair Bolsonaro llegó a la presidencia hace cuatro años a golpe de 'fake news' y aupado por la élite económica. Lula le ha apartado ahora del poder, tras una cuestionada gestión de la pandemia, poner al límite la Amazonía y glorificar la violencia con la flexibilización del uso de las armas. Esta es una síntesis del camino vital recorrido por el líder ultraderechista.

Por Abel Gilbert

La comedia profética

En 2017, el comediante Márvio Lúcio, más conocido como Carioca, arrancó carcajadas de millones de brasileños con su imitación de un diputado histriónico y apenas conocido por la defensa de la dictadura militar y la tortura, así como su homofobia e inveterado racismo. Lúcio se presentó en el programa Panico como Bolsonabo, rodeado de un enano y personajes esperpénticos. Su imitación fue profética, en el peor de los sentidos. Un año más tarde, Jair Messias Bolsonaro se convertiría en el primer presidente de la ultraderecha de Brasil, un país que por estas horas oscila entre la perplejidad y el deseo de que el capitán retirado se mantenga cuatro años más en el palacio Planalto.

La aventura militar

Bolsonaro nació en un pueblo del estado de Sao Paulo, Glicério, el 21 de marzo de 1955. Hijo de un dentista rural, sintió la llamada de la vocación militar en 1970 cuando, cerca de donde vivía, tuvo lugar una operación contra Carlos Lamarca, uno de los líderes de la insurgencia contra la dictadura (1964-1985). Vestir el uniforme no lo privó de escribir sus propias reglas. Intentó buscar oro de manera ilegal junto con sus subordinados. Reclamó en los medios por los bajos salarios en el Ejército. Lo sancionaron, pero el capitán subió la apuesta y pensó en hacer explotar un cuartel. Ahí se terminó su carrera.

El Parlamento

La política marginal lo recibió con los brazos abiertos. En 1988 fue parte de la legislatura municipal de Río de Janeiro. Luego saltó al Congreso nacional donde renovó su cargo en seis oportunidades, cada vez por un partido distinto. Su papel como parlamentario fue anodino. La notoriedad le llegó a través de la televisión o sus diatribas. "Yo no soy violador, pero si lo fuera, no la violaría porque no lo merece", le dijo a una diputada del Partido de los Trabajadores (PT), el de su rival en estas elecciones, Luiz Inácio Lula da Silva. "No hacen nada. Más de 1.000 millones de dólares al año estamos gastando en ellos", aseguró sobre los afrobrasileños.

Elogio de la barbarie

En 2016, al votar en favor de la destitución en el Congreso de Dilma Rousseff, Bolsonaro le dedicó su mano alzada al coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, gran represor de la dictadura, a quien definió como el "pavor" de la todavía presidenta durante su encarcelamiento bajo el régimen militar (1964-85), cuando fue objeto de tormentos y lesiones en la mandíbula. Ya entonces, los exabruptos del diputado habían dejado de ser, como las imitaciones de Carioca, una expresión bizarra de la política: anunciaban el futuro de Brasil.

Bautismo y atentado

En mayo de 2016, el capitán retirado viajó a Israel para bautizarse en el río Jordán como el mesías de los evangélicos brasileños. Bolsonaro se convirtió en el catalizador de los ultraconservadores dentro y fuera de los templos. Se lanzó a pelear la presidencia. Fue objeto de un atentado. Las puñaladas que le asestó un demente no hicieron más que forjar una extraña aura entre sus simpatizantes. Ganó las elecciones de 2018 con Lula preso y el respaldo de la élite económica que creyó haber encontrado el remedio para borrar al Partido de los Trabajadores (PT) de la memoria. Obtuvo el 55% de los votos que le dieron sustento a su apodo: Mito.

Clan

Como jefe de un clan político y familiar, el capitán retirado ha integrado a su proyecto a sus tres hijos mayores: Flávio, el primogénito, conocido como 01, se desempeña como senador a pesar de ser señalado como el líder de una banda que exigía cerca del 90% de los salarios de los empleados de su gabinete cuando era concejal carioca. Carlos, 02, ocupa en la legislatura municipal el lugar de su hermano mayor. Es el cerebro del llamado "gabinete del odio" que difama a rivales en el espacio virtual donde el padre nada como pez en el agua. El diputado Eduardo, 03, funge como enlace con la ultraderecha global, desde el trumpismo al húngaro Víktor Orban, la italiana Giorgia Meloni o Vox.

Pandemia

"Para el 90% de la población, será una gripecita o nada", dijo el 27 de marzo de 2020, al inicio de la pandemia del covid-19. Promovió terapias desaconsejadas por la OMS. Se demoró en la compra de vacunas. Murieron unos 690.000 brasileños. Bolsonaro no ha pagado mayores costos por sus desaciertos y faltas como funcionario público. De hecho, el general Eduardo Pazzuello, el principal responsable de la crisis sanitaria, al frente del Ministerio de Salud, acaba de ganar como premio un escaño en el Congreso.

La mentira como método

Si algo han aprendido los brasileños en estos cuatro años es el coste de la devaluación de la palabra pública. Las fake news se han enquistado en el Estado. Pero ha sido el propio presidente quien ha hecho ejercicio cotidiano de la desinformación, la mentira, el agravio y el dato adulterado el pan de cada día. Para la mitad de los brasileños eso ha resultado intolerable. Casi otra mitad ha normalizado esas intervenciones.

Negacionismo

La Amazonía se ha convertido en uno de los grandes focos de desaprobación internacional de Bolsonaro. Su Gobierno ha hostigado las demarcaciones de los territorios de los pueblos originarios, fomentado el crecimiento de la frontera agropecuaria y acusado a las oenegés de mentir sobre el aumento de la deforestación. "Seré duro con esa gente. No consigo matar ese cáncer en gran parte llamado ONGs", dijo el presidente que intentó retirar a Brasil del Acuerdo de París.

La pregunta sin respuesta

"¿Cómo un hombre sórdido, abyecto e indecoroso como Jair Bolsonaro se convirtió en el principal líder del conservadurismo brasileño?", se preguntaron Pablo Ortellado e Marcio Moretto en la revista Piaui. Las respuestas no alcanzaban a explicar la posibilidad latente de ser reelegido. Después de fomentar la violencia simbólica y material, flexibilizar el uso de las armas y hostigar a las instituciones y medios de comunicación, el capitán retirado decidió apostar a todo nada, haciendo explotar el presupuesto y entregando, hasta fin de año, 115 euros a más de 20 millones de personas en situación de pobreza extrema. Finalmente, Lula ha vencido en las urnas, pero Brasil ya se encuentra partido en dos.