Historias de
la inflación
en el mundo

Historias de
la inflación
en el mundo

La guerra en Ucrania ha provocado una escalada de la inflación en todo el mundo inédita en las últimas décadas. El alza de los costes de la energía ha acabado repercutiendo en la cesta básica de la compra de las familias, cuando los países todavía se encontraban en pleno proceso de recuperación del azote asestado por la pandemia del covid-19.

La actual crisis inflacionaria global se suma a los problemas estructurales de algunos países como el Líbano, Argentina o Turquía. Las devaluaciones constantes que padecen sus respectivas divisas provocan alteraciones casi semanales de los precios de los productos básicos. Una situación que condena a la clase media a la desaparición, acentúa las desigualdades sociales y convierte a sus habitantes en expertos en supervivencia.

El caso concreto del Líbano es tan extremo que no aparece en los detalles de los precios de los productos porque distorsionaría las gráficas.

Tras una primera entrega sobre seis países de Europa, los corresponsales de EL PERIÓDICO en EEUU, China, Argentina, Marruecos, Líbano y Turquía han recopilado diferentes historias sobre cómo sus ciudadanos afrontan los embates de la inflación.


PAN. EEUU es el país en el que el pan es más caro (3,7 euros, frente a los 3,2 de hace un año), mientras que Turquía es donde ha registrado una mayor alza, al doblarse su precio (de 0,14 euros a 0,25).

LECHE. Turquía repite, en el caso de la leche, como el lugar donde más se ha notado el impacto de la inflación. El litro ha pasado a valer 1,09 euros, frente a los 0,41 euros de hace 12 meses.

TOMATES. El precio del kilo de tomates se mantiene por debajo del euro únicamente en Marruecos (0,95 euros, 0,66 hace un año).

POLLO. En el caso de la carne de pollo, Turquía vuelve a romper todos los moldes al pasar de 1,91 euros el kilo hace 12 meses a 4,91 euros.

GASOLINA. Marruecos es también el país que ha registrado mayor alza de la gasolina, al doblar casi su precio: si el año pasado costaba 0,75 euros el litro, hoy ya son 1,4 euros.

Índice:

Estados Unidos
China
Argentina
Marruecos
Líbano
Turquía

Por Idoya Noain

Joan Perkins llegó hace 16 años desde Jamaica a Estados Unidos, como tantos inmigrantes, "para mejorar las cosas", pero para esta mujer de 64 años "está resultando difícil". Mantiene dos trabajos a la vez, uno en la portería de un edificio de Manhattan y otro como limpiadora, pero ni aún así está pudiendo enfrentar con holgura el aumento de los precios en una ciudad como Nueva York, donde ya antes del golpe de la inflación todo ha tendido siempre a lo desorbitado.

Una de las embestidas al presupuesto doméstico de Perkins se lo ha dado la subida del alquiler del piso de una habitación donde reside en la calle 42 de East Flatbush, en un barrio popular que se conoce como "el pequeño Caribe" de Brooklyn. Durante la pandemia, cuando el Gobierno estadounidense repartió rondas de ayudas directas (de 1.200, 600 y 1.400 dólares) ella destinó el dinero al alquiler. Pero con las ayudas ya agotadas, y sin haber cobrado los suplementos de desempleo porque no dejó de trabajar, llegó el golpe.

"Después de la pandemia me subieron el alquiler de 1.300 a 1.450 dólares", cuenta Perkins, a la que ese aumento del 11,5% ha desbaratado las cuentas. Tiene tres hijas y un hijo adultos, que ya no viven con ella, pero tiene también siete nietos, seis de ellos en Jamaica, y aunque suele enviar dinero para ayudar a la parte de la familia que sigue en la isla, esas remesas cada vez se están espaciando más.

"De las cosas que solía comprar dos ahora solo puedo comprar una"

El alquiler es importante para su presupuesto pero también lo son los gastos de desplazamiento y, sobre todo, la comida. "Muchas cosas que solía comprar ya no las compro, como zumos, y de las solía comprar dos ahora tengo que comprar una", explica. "A veces tienes 100 dólares, o 150, vas al mercado y te llega a duras penas".

El alza de los precios también impacta en la vida social. En el caso de Perkins, ella ha dejado de salir incluso a "pequeñas reuniones". "Si vas a algún local tienes que tener dinero para gastar en algo de beber, algo de comer... Para ser honestos, ya no puedo permitírmelo".

Pese a su edad Perkins sabe que no podrá jubilarse pronto y deberá seguir trabajando para afrontar sus gastos. Cree que la situación "está empeorando". Y está convencida de que "por supuesto el Gobierno puede hacer cosas para ayudar y deberían", pero no es optimista respecto a que vayan a hacerlo. "Yo solo sé que personalmente no estoy viendo ni recibiendo nada que me ayude".

El alza de los precios también impacta en la vida social: "Ya no puedo permitírmelo"

Por Adrián Foncillas

La inflación anual en China ronda el 2% y, salvo sorpresa mayúscula, acabará el ejercicio por debajo del 3% que había fijado como objetivo el Banco Central. Es un paisaje tranquilizador frente a las turbulencias de Occidente. Una explicación coyuntural alude a la caída de la demanda doméstica que ha provocado la política del cero covid con sus cuarentenas y cierres de centros productivos.

Las razones estructurales tienen más peso. Frente a las economías de Estados Unidos o la Unión Europea, volcadas en la importación de bienes de consumo, China confía en su masiva capacidad industrial y resiste mejor a las corrientes inflacionistas globales. Influye también la política de estabilización de precios que ha priorizado el Gobierno desde la apertura. China, un caso único en las economías emergentes, ha promediado una inflación de apenas el 2,3% en las dos últimas décadas. En la estabilidad de precios ve Pekín un pilar de la paz social y a ella, junto al empleo, dedica sus mayores esfuerzos. Tres años atrás, cuando la gripe porcina devastó las piaras nacionales, el Gobierno nutrió el mercado de toneladas de carne de cerdo congelada de sus reservas estratégicas para frenar la escalada de precios. La factura de luz de un hogar ronda los 15 euros a pesar de que la clase media china ya ha alcanzado los ingresos de la española.

La guerra de Ucrania, en contra de lo que se pronosticó, apenas ha afectado a China, con una economía que persigue la autosuficiencia y con el suministro de gas ruso asegurado a precios más baratos que los que paga Europa. Los chinos sólo han lamentado el precio del cerdo, un 50% más alto que el pasado año, lo que motivó que el Gobierno recurriera en las últimas semanas de nuevo a sus almacenes para que la ciudadanía disfrutara de sus banquetes en las vacaciones nacionales sin arruinarse.

La percepción de la inflación de los chinos, sin embargo, es más acentuada de lo que señalan las cifras oficiales, probablemente porque desconocen los enormes bandazos de las economías occidentales. Excluidos los alimentos y el combustible, el índice de precios al consumo en agosto apenas subió un 0,8%. La cifra sugiere que la amenaza inminente para la economía china no es la inflación sino la deflación.

El suministro de gas ruso y la autosuficiencia han minimizado el impacto de la guerra en China

Por Abel Gilbert

Alejandrina acaba de abandonar el supermercado Coto con el ticket en la mano, la prueba incontrastable de que ha comprado mucho menos y de menor calidad que hace dos semanas. A los 68 años trabaja como empleada doméstica. "Soy cristiana y el de arriba me ayuda. Yo doy mi diezmo a la iglesia y recibo fuerza para seguir en esto". Pero el cielo no sabe nada sobre el costo de la vida.

Septiembre concluyó en Argentina con una inflación del 7%. Cuando concluya el año, todo habrá costado un 100% más y ella, que alquila una habitación, sin baño ni cocina, que comparte con otros inquilinos, habrá renunciado a más de uno de sus modestos hábitos culinarios. Por eso sus ojos siguen asombrados frente a aquello que revela el ticket. "Hay que comprar lo justo y necesario", dice. La realidad impone otros recorridos por las góndolas. Al igual que algunas casas que limpia, ha dejado de consumir productos de primera o segunda marca. Apenas está a la caza de la oportunidad. Ella se detiene solo en la sección de ofertas.

"Hay que comprar lo justo y lo necesario"

Este sábado ha comprado algo de jamón. Quiso llevarse unos plátanos y el precio la asustó. Volvió con un kilogramo de mandarinas. Alejandrina toma fotografías a los precios de aquello que ha adquirido. Un ejercicio acaso inútil. Cuando vuelva a buscarlos no costarán lo mismo. Lo sabe, pero se empecina en documentar esa escalada.

Llegó a Buenos Aires procedente de Lima hace 32 años. Los hijos le piden que retorne y le ofrecen el boleto de avión. Alejandrina quiere primero obtener su pensión. Mientras, trabaja mucho más que antes. Si hasta se podía dar el lujo de enviar algunos dólares a su familia en Perú. Eso dejó de ocurrir hace seis años, cuando el costo de la vida anual subía un 25%.

En una Argentina con un 40% de pobres, donde cada día la inflación lleva a 2.800 personas a perder su condición de clase media baja, ella agradece que todavía pueda darse módicos lujos. Ya no se atreve a comprar carne. Sin embargo, esta vez ha tomado el coraje suficiente para llevarse medio kilogramo de pollo y celebrar que el Señor no la ha abandonado.

Muchos argentinos han dejado de comprar productos de primera o segunda marca y se detienen solo en las ofertas

Por Marc Ferrà

Mehdi Elalami hace 23 años que es entrenador de artes marciales en un gimnasio de la ciudad marroquí de Salé. "Las salas de deportes de los barrios populares viven actualmente en una situación muy dura, especialmente en los últimos años", lamenta. Explica que para mantener a su familia a veces también trabaja como ayudante a un comerciante de ropa deportiva para ganar algo más de dinero y hacer frente a los gastos de sus hijos. "La sala de deportes no es suficiente con la subida de los precios", cuenta este hombre de 50 años.

"Los altos precios han golpeado los bolsillos de los ciudadanos, especialmente de la clase media y pobre, y la mayoría de las familias está luchando por sus gastos y ha dejado de enviar sus hijos a las salas del deporte", lamenta el entrenador. La cesta de la compra y el día a día se han encarecido en Marruecos. Especialmente el aceite, los productos lácteos, la fruta y verdura, además de la gasolina, que se sitúa en los 1,5 euros aproximadamente. Unos precios que provocan la indignación en la calle y redes sociales, además de las protestas de muchos profesionales, especialmente del sector del trasporte.

"Desde la pandemia todo ha cambiado, los precios no paran de aumentar y los salarios no suben"

"Desde la pandemia hasta ahora todo ha cambiado, el encarecimiento de los precios han trastocado la vida de los marroquíes, los precios siguen aumentando y los salarios todavía no han subido", explica Mehdi. La guerra en Ucrania, aunque también la sequía que vive el país, además del golpe económico producido por la pandemia, son los tres factores que están complicando que muchos hogares marroquíes no puedan llegar a final de mes.

Según los últimos datos del Alto Comisariado marroquí, del mes de agosto, el índice de precios al consumo se situó en el 8%, en comparación con el mismo mes del año pasado. Los productos alimentarios fueron los que más subieron, hasta un 14%, según este organismo público. Unos datos que no han hecho más que aumentar en los últimos meses y están frenando el crecimiento económico.

Los precios causan indignación en las calles y redes sociales y la protesta de muchos sectores

Por Andrea López-Tomàs

Desde hace tres años, Jeff Jabbour trata de aprovechar su salario al milímetro. "Nos estamos adaptando constantemente y renunciando a cantidad de cosas", explica este doctor libanés de 32 años. Mientras sorbe los últimos tragos de su café, rememora todo lo que le ha arrebatado la crisis económica del Líbano, una de las peores en todo el mundo en los últimos 150 años. "Ya no puedo ir a los bares que iba antes, mi vida social se ha transformado por completo", cuenta a este diario. "Es prácticamente imposible explicar hasta qué nivel han cambiado las cosas", reconoce.

La libra libanesa se ha devaluado en más de un 90% desde la crisis de 2019. Aunque durante décadas se mantuvo estable en el mismo valor, 1.507 libras libanesas equivalían a un dólar, ahora cada día es una lotería, con importes superiores a las 35.000 libras. "No paramos de adaptarnos a una divisa completamente volátil", señala Jabbour.

"Hemos dejado de comprar por gusto y ahora lo hacemos por necesidad"

Después de meses de lucha, Jeff y sus compañeros del Hospital Saint George de Beirut han conseguido que les paguen parte de su salario en dólares. Pero él tiene claro que esta situación no es sostenible. Mientras todos sus amigos abandonan el país en busca de mejores oportunidades, Jeff ha decidido quedarse y buscar uno de los pocos trabajos con un salario íntegramente en dólares. Su formación como doctor se lo permite.

"Hemos dejado de comprar por gusto y ahora solo lo hacemos por necesidad", admite. Ya no compra en Zara, por ejemplo. Hace meses que no prueba un bote de Nutella. En cambio, sí toma "una marca nueva libanesa que es básicamente lo mismo pero más barata". "Ahora, compramos más productos locales; no hay otra opción", comenta, resignado.

La humillación a la que se ha visto sometido el pueblo libanés en los últimos años hace acto de presencia en cada conversación, en cada viaje al supermercado, en cada paseo por el centro comercial. "Estos pequeños caprichos, en realidad, han sido una de las cosas más difíciles a las que renunciar", apunta. Apura las últimas gotas de café y suspira satisfecho. "Los pequeños lujos de la vida", concluye, sonriendo.

La libra libanesa se ha devaluado más de un 90% desde 2019: "No paramos de adaptarnos"

Por Adrià Rocha

Mehmet dice que es muy difícil, que de momento aguanta pero que no sabe cuánto más podrá hacerlo, que él, su mujer, y sus dos hijos han tenido que cambiar hábitos, comer menos, comer menos variado, que ya no es como era antes, y que ahora que está en paro es todo mucho peor, porque ya no cobra su salario de antes.

"Hemos dejado de comprar cosas que no sean extremadamente necesarias. Por ejemplo, para mi hija, ahora compramos un vestido y no dos. Crecen muy rápido, y este verano no les pudimos compramos ropa de verano, sino que cortamos los pantalones y las mangas de la ropa de invierno. No hay forma de comprar ya nada más. Es muy difícil. De verdad que es muy difícil", se queja Mehmet.

Antes era todo mejor. Este hombre trabajaba en una fábrica de papel y, cobrando el salario mínimo -más el otro salario mínimo de su mujer-, les alcanzaba para no pasar apuros. Pero desde hace un año, en otoño de 2021, la inflación empezó a dispararse en Turquía. Mehmet y su familia tuvieron que hacer ajustes, comprar menos, de peor calidad.

"Creo que en noviembre me enterraré a mí mismo. Así no puedo continuar"

Entonces llegó la primavera: "Nuestro poder adquisitivo se derrumbó, y al ver que no podíamos sobrevivir así decidí unirme junto a otros compañeros al sindicato de la empresa, para luchar por unas mejora de las condiciones. A la que la compañía se enteró de que nos habíamos sindicado, nos despidió a todos", dice Mehmet. De eso hace ya más de 100 días. Mehmet y sus compañeros acampan delante de la fábrica desde entonces.

Y mientras ellos esperan, el alza de precios sigue su camino. En Turquía, en la actualidad, la inflación oficial se sitúa en el 81%, una cifra que pocos se creen. Un estudio independiente la sitúa en un disparado 181%.

"Ahora aguantamos con la ayuda que nos da el sindicato, y con los créditos del banco que he conseguido -dice Mehmet-. Cuando venzan... Creo que en noviembre me enterraré a mí mismo directamente. Así no puedo continuar".

La inflación oficial en Turquía se sitúa en el 81%, pero nadie se lo cree. Un estudio la eleva al 181%

Un reportaje de EL PERIÓDICO

Textos:
Idoya Noain, Adrián Foncillas, Abel Gilbert, Marc Ferrà, Andrea López-Tomàs y Adrià Rocha
Infografías:
Ramon Curto
Coordinación:
Laura Puig, Jose Rico y Rafa Julve