Cuando la ministra de Defensa, Margarita Robles, presidía en Eslovaquia este desfile conjunto de tropas eslovacas y españolas, el ejército español acababa de estrenarse como fuerza de referencia para una brigada OTAN de disuasión ante Rusia.

Los años de ejercicios conjuntos en el marco OTAN han aumentado la interoperabilidad de soldados de 30 naciones europeas.

Y, en general, el adiestramiento y equipamiento de las fuerzas profesionales occidentales se cree superior al de las fuerzas de leva rusas.

Es también menos rígido, más ágil, el mando intermedio europeo que el ruso. Y ese es un eslabón clave en el frente.

La Unión Europea tiene ocho veces más PIB que Rusia (17 billones de euros contra 2,02) y cuatro veces más población (449 millones de habitantes y 143 en la Federación Rusa), pero el número de militares en activo es similar: ronda los 1,5 millones de efectivos en cada caso.

La guerra de Ucrania y sus saldos (si alguna vez se llegan a conocer con certeza) hacen suponer que la fuerza blindada de Rusia es menor de lo que fijan las estadísticas convencionales -incluso las más prestigiosas-, por la terrible sucesión de bajas a manos de la artillería, los lanzagranadas y los drones ucranianos desde 2022, que la inteligencia británica estima en más de 2.500 carros.

El Pacto de Varsovia llegó a acumular 50.000 carros de combate en la cumbre de la guerra fría. La antigua URSS, como aún hoy Rusia, apostaba por la cantidad abrumadora, mientras Occidente se centraba en mejorar la tecnología dotando a sus tanques de sistemas optrónicos, motores, blindaje Chobham y munición más moderna y precisa. De todo ello es exponente el Leopard, en uso en Alemania, Dinamarca, España, Finlandia, Grecia, Portugal, Austria y, claro, Ucrania.

Rusia ha desarrollado modernos carros T80, T90 y Armata, pero con un desempeño no decisivo en la guerra de Ucrania -según expertos consultados en la Caballería española- y cuenta con un importante porcentaje de carros almacenados que tardaría en devolver a la vida operativa, a diferencia de la agilidad del parque norteamericano, que mantiene sus carros M1 Abrams más disponibles, indican las fuentes mencionadas.

No se alude aquí a la potencia de fuego. Se impone la urgencia de contar con resistencia, coordinación entre plataformas, consciencia situacional y conexión con infantería y otros vehículos y sistemas en una nube de combate.

La superioridad aérea de Estados Unidos es, en números, incontestable. Es probable además que toda estimación sobre poder aéreo ruso, basado en diseños actualizados con origen en la época soviética (las variantes del Sukhoi, algunas en manos de Ucrania), no sea acertada sin datos creíbles de las bajas que haya podido sufrir su ejército del aire en la guerra de Ucrania.

Pero aún sin contar con eso, Europa Occidental posee una fuerza conjunta superior, si bien plagada de duplicidades y escasa en la llamada “ala rígida embarcada”, aviones a bordo de buques de guerra o escuadrillas navales.

Influyen en las cuentas los muy distintos porcentajes que en las fuerzas aéreas occidentales corresponden a aviones de combate, y no de carga. Reino Unido, Bélgica, Polonia, Noruega y Países Bajos cuentan con unidades del caza F-35, considerado el más moderno del mundo. Pero en la actual coyuntura de Europa y de inestabilidad en Washington, operar ese avión implica una arriesgada dependencia de EEUU: su software se actualiza cada poco tiempo, resultando inoperable si sus fabricantes no quieren.

El Eurofighter, presente en Reino Unido, España, Italia y Alemania, el Saab Gripen sueco (también usado por Reino Unido, Chequia y Hungría) y los Rafale con capacidad de ataque nuclear se perfilan como los aviones de combate más interoperables en Europa, mientras no los relegue el futuro sistema áereo europeo de sexta generación FCAS.

No existen estadísticas fiables en fuentes abiertas sobre la cantidad de drones de que dispone Estados Unidos, Europa + Reino Unido o Rusia. La mejor certeza es la de que ya son innumerables. Una nueva guerra ha nacido, sin vuelta atrás, en Ucrania; y la misma eterna lucha tecnológica de la espada contra el escudo, el proyectil y el blindaje, se extiende a drones de ataque y drones de defensa.

Si se cuenta a Ucrania entre las fuerzas europeas, el viejo continente suma en su bando al país que más experiencia y conocimiento ha desarrollado en el uso táctico de pequeños drones de combate y de grandes drones anticarro y antibunker como las evoluciones de los Bayraktar turcos. Es una nación en la que montan robots voladores los estudiantes de bachillerato y las familias en sus cocinas.

Rusia, por su parte, se ha planteado un programa para producir, en 48 talleres por toda la Federación, 100.000 drones FPV (con cámara de visión directa) al mes, más allá de la adaptación Geran de los drones Shaheed que le cedió Irán.

La fragilidad mostrada en la costa ucraniana por el viejo Moskova, que fue buque insignia de la flota rusa del mar Negro, "no debe llevar a engaño", sugiere un alto oficial de la Armada. Rusia cuenta con una nutrida flota con capacidades nucleares, y un mando de submarinos unificado del que carece Europa.

Las cifras sobre flotas accesibles en fuentes abiertas abarcan todo tipo de embarcaciones, desde patrulleras hasta portaviones, sin detenerse en el tonelaje y capacidades, por lo que la superioridad europea sería solo aparente. No obstante, Rusia no dispone de ningún portaviones operativo como los buques insignia de una hipotética flota europea, el HMS Queen Elisabeth británico, el francés Charles de Gaulle y el italiano Giuseppe Garibaldi. Entre los tres reúnen una escuadra de 92 cazas embarcados. El portaviones ruso Almirante Kuznetsov lleva siete años en reparaciones.

Europa -que cuenta con cinco países capaces de diseñar y fabricar submarinos: Reino Unido, Francia, Alemania, Suecia y España- reúne 120 fragatas, quince más que los buques homologables norteamericanos, pero la US Navy tiene agrupados los suyos en solo dos categorías, mientras que en Europa reina la dispersión, multiplicando los problemas de coordinación a pesar de la experiencia en misiones internacionales bajo coordinación OTAN.

Hay dos detalles que diferencian a Europa en el cuadro: cuenta con tres marinas con capacidad expedicionaria: las de Reino Unido, Francia e Italia, y dos con capacidad Aegis para establecer un techo antimisiles, la de España y la noruega, si bien con total dependencia de Estados Unidos.

El 24 de febrero de 2022, el mismo día en que se iniciaba la invasión a gran escala de Ucrania, el Pentágono envió a Letonia tropas americanas de refuerzo, que de noche estaban ya descendiendo del avión. Hoy, con un nuevo poder alojado en Washington, esta escena sería muy poco probable.

Sin la ayuda norteamericana, Europa tiene graves carencias en el comando y control de armas sofisticadas, y de sistemas combinados de electrónica y comunicaciones para la conducción de operaciones en el campo de batalla.

Europa, además, tiene una fuerte dependencia en materia de comando y control y de inteligencia, como la que EEUU, con sus satélites, proporcionó sobre acumulación de tropas rusas en la frontera de Ucrania en los meses anteriores a la invasión.

Esta capacidad pasa por disponer de una avanzada trama de satélites de observación y comunicaciones, materia en la que Europa aún da sus primeros pasos.

Pero la dependencia europea es crucial también en repuestos de armamento sofisticado comprado a Estados Unidos, como las baterías de defensa antiaérea Patriot. Las mismas que han defendido Kiev en noches de bombardeo.

Todo recuento de poder militar de potencias se detiene en este capítulo, el definitivo, porque, si se elimina la potente disuasión que impone la DMA (Destrucción Mutua Asegurada), cualquier pulso basado en armamento convencional queda anulado por el paso a una pantalla diferente.

Vladimir Putin ha advertido a lo largo de su presente guerra de invasión de Ucrania que “ninguna potencia nuclear puede ser vencida”. Dice un oficial de la Armada, experto en estrategia del Ministerio de Defensa, que “a esa afirmación le falta la segunda parte para ser verdad: ninguna potencia nuclear puede tampoco ser vencedora”.

A lo largo de esta guerra, las amenazas reiteradas del Kremlin, en buena media para consumo interno de sus seguidores más radicales, han frivolizado la alusión al uso de la bomba nuclear, que durante decenios fue un tabú político. El nuevo rumbo aislacionista de Donald Trump ha empujado a los estados mayores de Europa a repensar la militante adhesión de la UE al Tratado de No Proliferación. Piensan en un paraguas nuclear propio.