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La torre Einstein

La torre Einstein / Gemma Casadevall

Gemma Casadevall

Gemma Casadevall

Potsdam
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"La Alemania de Hitler podría haber tenido los mejores científicos, músicos, arquitectos, escritores, pensadores. En lugar de eso los ahuyentó o asesinó", reflexiona un visitante ante la ‘Einsteinturm’, la Torre Einstein, la pieza más icónica del complejo de observatorios, laboratorios y centros de investigación del Parque Científico de Potsdam, vecina a Berlín. La Torres es doblemente icónica: en lo formal, porque es obra del maestro de la arquitectura orgánica y expresionista, Erich Mendelsohn, y en lo científico, porque se construyó entre 1920 y 1922 para albergar el telescopio solar con el que el físico Alfred Einstein y el astrónomo Erwin Finlay trabajarían y consolidarían la teoría de la relatividad.

Nada salió como esperaban. En 1927 hubo que aplicarle algunas correcciones, porque no estaba garantizada la estabilidad de la torre, de 15 metros de altura y soporte de la cúpula. Se reforzó, se recuperó su funcionalidad y se convirtió en el más importante telescopio de esos tiempos en Europa. Los bombardeos aliados de la II Guerra Mundial destrozaron dos tercios de su cúpula y su equipamiento electrónico. Pero no dañaron su estructura. Se mantuvo firme sobre su colina de Potsdam como exponente de la perfecta conjunción entre ciencia y arte. Una hermosa torre blanca, coronada por su cúpula y observatorio, de formas sinuosas, tan aptas para imaginarse trabajando ahí a un genio enemigo de convenciones sociales Einstein como a un Nosferatu.

Escapando del acoso nazi

Ni Einstein ni Mendelsohn cumplieron con el cometido con el que fue creada la Torre. El genio de la física, judío, nacido en el sur de Alemania, formado entre Múnich y Suiza e instalado en Berlín en 1914, estuvo entre los Einstein que escaparon a tiempo del acoso nazi. En 1932, un año antes del ascenso de Adolf Hitler al poder, había abandonado Alemania tras las controversias generadas por su ideario pacifista. Incluso pidió que se le desposeyera de su nacionalidad prusiana. Diez años antes, había recibido el Premio Nobel por descifrar el efecto fotoeléctrico.

El asimismo judío Mendelsohn dejó Alemania en la primavera de 1933, pocos meses después de que Hitler se convirtiera en canciller del Reich. Ambos siguieron su trabajo fuera de su país. Acumularon nacionalidades de adopción -hasta seis, en el caso de Einstein, además de un periodo apátrida- y murieron en Estados Unidos: el arquitecto, en 1953 en San Francisco; el físico, en 1955 en Princeton. “Es alarmante cómo ciertos autoritarismos actuales insisten en ahuyentar del mundo académico a sus mejores cerebros”, apunta el visitante, sin mirar a nadie.

Un cañón para atrapar el universo

La Torre Einstein es la joya histórica del parque científico de Postdam, en convivencia con la moderna sede del Instituto Alfred Wegener de Investigaciones Polares y Marítimas (AWI) de Potsdam, un instituto referente para las exploraciones oceanográficas árticas, que comparte ese complejo con observatorios astronómicos o geográficos. El recinto, a dos kilómetros de la estación de trenes de Potsdam y envuelto en bosques, está abierto al visitante a diario. Para acceder al interior de la Torre hay que solicitar visita o pertenecer al colectivo científico, ya que hasta ahora sigue en servicio su telescopio. Pero también está la opción de ‘conformarse’ con su versión virtual, en la web Einsteinturm Revisited

A unos 35 kilómetros, en Berlín, otro parque, el de Treptow, tiene en su interior el Observatorio Archenhold, levantado a finales de XIX y actualmente un museo. Ahí está la placa identificatoria del aula donde Einstein presentó la Teoría General de la Relatividad, en junio de 1919. Pero el imán que atrapa la atención del visitante no es esa aula ni las menciones al creador de la famosa ecuación del E = mc2 (energía es igual a masa multiplicada por el cuadrado de la velocidad de la luz). Su buque insignia es el gran cañon instalado sobre su terraza, en realidad un gigantesco telescopio orientado al cielo. “Einstein, hombre sencillo, presentó aquí la teoría que revolucionó al mundo. Lo hizo ante gente común, también ante estudiantes”, explica Tim Florian Horn, director de la Fundación Planetario de Berlín, a la que pertenece este Observatorio. “Reveló que, contrariamente a lo que se pensó durante siglos, el tiempo y el espacio son inmutables, relativos”, prosigue. El lema elegido para celebrar los 110 años de la presentación de la Teoría de la Relatividad General fue, cómo no, “Todo es relativo”.

El cañón teléscópico

El cañón teléscópico / Gemma Casadevall

El Observatorio Archenhold tiene programados en este 110 aniversario eventos y visitas guiadas, complementarias a las actividades de los dos modernos planetarios existentes en Berlín que completan la institución dirigida por Horn. El Archenhold atrae al visitante no solo por el inmenso cañón telescopio, sino porque queda en el corazón del hermoso parque de Treptow. Lleva ese nombre en recuerdo del astrónomo Friedrich Simon Archenhold, su primer director. Ante la puerta de acceso al Observatorio hay cinco ‘Stolpersteine’, los ‘adoquines de la memoria’ que se colocan ante viviendas de judíos deportados o asesinados por el nazismo. Ese fue el destino de cinco miembros de su familia. Como los Einstein o los Mendelsohn, los Archenhold pertenecieron a la elite científica, artística, social, empresarial o banquera. Todos ellos eran judíos, el mayor entre los colectivos víctimas del nazismo, seguido de gitanos, comunistas, homosexuales o personas a las que el Tercer Reich consideró ‘genéticamente débiles’.

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