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Los Labubus: la voz de China en el ocio global

/esLa desorbitada cifra que se ha pagado por un Labubu

Colas por los Labubu, donde conseguirlos en Barcelona

Dos labubus sorpresa de Pop Mart recién abiertos.

Dos labubus sorpresa de Pop Mart recién abiertos. / Jordi Cotrina

Adrián Foncillas

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Un adolescente abre una caja y descubre un feúcho peluche de orejas puntiagudas, enormes ojos ovalados y una inquietante sonrisa dentada. Son escenas frecuentes en Tiktok, a veces acompañadas de sollozos y otros signos de imbatible ansiedad. Se llama Labubu y es la última sensación tras romper las fronteras geográficas y generacionales, concitar el interés tanto de psicólogos como de analistas de mercado y alumbrar una era en la que China también tiene voz en el ocio global.

 De labubu no habrán oído hablar muchos 'boomers' pero la hemeroteca reciente corrobora la fiebre. Con ellos se ha visto a Rihanna, David Beckham o Dua Lipa. Las nuevas remesas suelen provocar esperas nocturnas frente a las tiendas y en abril se desataron fragorosos altercados en una londinense. En el mercado negro se pagan cientos o miles de euros por unos muñecos con un precio oficial que oscila entre los 20 y los 40 euros. Recientemente se subastó en Pekín un labubu de tamaño humano por un 1,08 millones de yuanes, unos 130.000 euros. Algunos turistas planean sus viajes por China siguiendo la ubicación de las tiendas físicas. Será una moda tan efímera como tantas otras pero ya es lucrativa como pocas.

 Dos mentes esclarecidas están detrás del fenómeno. Kasing Lung, de 52 años, nació en Hong Kong y pronto se trasladó con su familia a Holanda. Allí creció su afición al folklore nórdico y el mundo élfico que nunca abandonaría. Ya de vuelta a Asia triunfó como ilustrador de libros infantiles y en 2015 creó la colección “The monsters” con varios personajes, labubu entre ellos.

 Wang Ning era un joven emprendedor desorientado cuando entró en una tienda de juguetes para coleccionistas en Hong Kong. De regreso al continente abrió su primera y minúscula Pop Mart en Zhongguancun, un distrito del norte de Pekín, entonces dedicado al comercio electrónico y frecuentado por veinteañeros de clase media. Quince años después cuenta con 530 tiendas en todo el mundo, un parque temático en la capital y 46 millones de usuarios solo en China. Acaba de entrar en el listado de las diez mayores fortunas nacionales con 22.000 millones de dólares y es, a sus 38 años, el más joven de todos. Los caminos de Lung y Ning se cruzaron cuando el primero firmó una licencia exclusiva con Pop Mart en 2019. Pocos sabían de labubu hasta que Lisa, cantante del grupo surcoreano de pop BLACKPINK, colgó en sus redes sociales uno enganchado a su mochila. Y entonces, el frenesí.

Cajas ciegas

 Varios factores explican el éxito de un muñeco anodino para el profano. Las cajas ciegas es el principal. Cada labubu es una sorpresa porque no sabes cuál has comprado hasta que la abres. El método asegura el inmediato chute de dopamina e incentiva el coleccionismo, con los modelos más codiciados alcanzando los miles de euros en eBay y otras plataformas digitales. La artificial escasez también ayuda. Pop Mart lanza remesas cortas que estimulan las largas esperas y ha sublimado las ediciones ultraexclusivas en regiones concretas que se agotan en segundos.

La alternativa para hacerse con un labubu es el mercado de segunda mano, siempre más caro y a menudo falsificado. Aclaran los psicólogos que la experiencia desborda la simple transacción económica. Es el reto de la caza, la satisfacción de la conquista. Es también la tranquilizadora sensación de pertenencia grupal y conexión social. Todo eso sobrevuela la certeza de que no son bonitos ni sirven para nada. Los labubu agrandan la oferta juguetera con la que muchos adultos escapan de su árida cotidianeidad y recuperan su infancia.

 Al margen de sesudos debates psicológicos también han generado los labubu una ola de orgullo. En la prensa nacional e internacional abundan las alusiones a una China repentinamente 'cool, trendy o fashion'. Guay o molona, para entendernos. China siempre naufragó en el poder blando, definido por el politólogo Joseph Nye como la capacidad de un país para que el resto desee lo que tiene. La batalla con Estados Unidos, faro cultural de Occidente, se da por perdida, pero vecinos asiáticos como Corea del Sur o Japón también le han pasado la mano por la cara.

Muchos son aún incapaces de nombrar un grupo de música, un escritor o un director de cine chinos, una lacerante paradoja para una civilización vasta y milenaria, pero los brotes verdes no escasean. Los chinos han demostrado con Tiktok que son capaces de vibrar en la misma longitud de onda que la juventud global. Nezha 2, la adaptación libérrima del clásico 'La investidura de los Dioses', se ha convertido este año en la película de animación con mayor recaudación de la historia.

Y el videojuego Black Myth:Wukong, basado en la obra germinal 'Viaje al Oeste', fue un éxito global tan pronto salió el pasado año. Que China cuele al mundo los Labubu, una moda tan absurda como tantas paridas en Occidente, es el corolario de que también está volando los diques del ocio global. En ese sector ya no sólo tiene un papel pasivo sino activo, por primera vez exportadora tras décadas como simple importadora.

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