Entender más

Polonia: sumisión a la OTAN y confrontación con la UE

El ultranacionalista Nawrocki gana las presidenciales de Polonia y pone al gobierno de Tusk contra las cuerdas

Ante el peligro europeo

Simpatizantes de Karol Nawrocki, candidato ultraconservador a la presidencia de Polonia, en Varsovia

Simpatizantes de Karol Nawrocki, candidato ultraconservador a la presidencia de Polonia, en Varsovia / Czarek Sokolowski / AP

Gemma Casadevall

Gemma Casadevall

Berlín
Por qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hace un año y unos pocos meses, la presidenta de la Comisión Europea (CE), Ursula von der Leyen, desbloqueaba los 137.000 millones de euros destinados a Polonia, congelados en medio del procedimiento iniciado en 2017 contra Varsovia por erosionar el estado de derecho. Era la respuesta de Bruselas al compromiso del primer ministro polaco, Donald Tusk, de activar la ‘regeneración democrática’ en su país. Era el núcleo de las promesas electorales con las que el bloque europeísta de Tusk, expresidente del Consejo Europeo, había ganado las elecciones parlamentarias unos meses antes, en octubre 2023. Europa respiraba aliviada ante lo que parecía el retorno a la senda correcta de Polonia. El mayor entre los estados miembros del este dejaba de ser un quebradero de cabeza, en confrontación constante con Bruselas. Se ponía fin a los ocho años de dominio absoluto del ultranacionalista y euroescéptico partido Ley y Justicia (PiS).

La siguiente gran cita del elector polaco con las urnas a escala nacional fueron las elecciones presidenciales, celebradas el primer domingo de este mes de junio. El resultado fue un baño de realidad para el europeísmo: un 50,9 % de los electores se decantó por Karol Nawrocki, el candidato que representa exactamente la vía opuesta a Tusk, el conservadurismo ultranacionalista y euroescéptico. De 42 años y sin experiencia política, Nawrocki asumirá el próximo 6 de agosto la presidencia. Se convertirá así en el jefe de las fuerzas armadas de un estado crucial del flanco este de la OTAN, con 232 kilómetros de frontera con el enclave ruso de Kaliningrado, otros 186 kilómetros con el gran aliado de Moscú que es Bielorrusia, más 526 kilómetros con Ucrania, el país que desde febrero de 2022 sufre el acoso y la invasión de parte de su territorio por el Ejército ruso.

El veto como arma política

Los comicios presidenciales se habían convertido en una suerte de plebiscito sobre unas reformas prometidas por Tusk que, a la práctica, han quedado atascadas. El presidente saliente, Andrzej Duda, tan hostil a la vía de Tusk como lo es Nawrocki, ha vetado o enviado al Tribunal Constitucional, controlado por el PiS, los grandes proyectos emanados de su gobierno. Nawrocki tomará el relevo a Duda, determinado a mantener el uso del veto como instrumento contra la agenda europeísta.

“El presidente no tiene funciones ejecutivas. La política exterior polaca la define su gobierno, no la presidencia”, afirmaba desde Berlín el ministro de Exteriores polaco, Radosław Sikorski, dos días después de la victoria electoral del ultranacionalismo. La perpetuación del veto contra la agenda de Tusk no es lo único que preocupa a Alemania o a la UE. Inquieta también que Varsovia limite su apoyo a Ucrania, en unos momentos álgidos para Kiev. Nawrocki, admirador declarado de Donald Trump , rechaza el ingreso de Ucrania en la OTAN y el envío de tropas polacas a su territorio.

El PiS, la palanca hacia la cohabitación hostil

A Nawrocki le bastó su ventaja mínima en las urnas para noquear al candidato europeísta, el alcalde de Varsovia Rafal Trzaskowski. Repitió así el esquema de victoria por estrecho margen con que Duda alcanzó la presidencia en 2015 o con la que fue reelegido en 2020. El ‘castigo’ ejemplar que pretendió aplicar Bruselas a Varsovia en 2017, con la apertura de un procedimiento por vulnerar los fundamentos de la separación de poderes, no hizo mella en el electorado del PiS. Tampoco parece haberle ablandado el ‘gesto’ de von der Leyen de dar por eliminado ese castigo atendiendo al compromiso de Tusk con la regeneración democrática.

La palanca que condujo a Duda a la presidencia, como la que ahora llevará a ese puesto a Nawrocki, es el ultranacionalista PiS, el partido fundado en 2001 por Lech y Jaroslaw Kaczynski, los dos gemelos que por un tiempo llegaron a formar tandem en la presidencia y en la jefatura del gobierno. Desde la muerte de Lech Kaczynski en 2010, al estrellarse su avión presidencial en el aeropuerto ruso de Smolensk, Jaroslaw es el hombre fuerte en solitario de la política polaca. De él parten los candidatos del PiS a la presidencia o, cuando las urnas le han sido favorables en comicios parlamentarios, a la jefatura del gobierno.

Lealtad atlantista

“El PiS no pide la salida de Polonia de la UE. Su euroescepticismo se basa en una supuesta pérdida de soberanía nacional por culpa de Bruselas o del teórico dominio alemán. Es el sentimiento que explota el PiS, ahora a través de Nawrocki, y que le da frutos electorales”, analiza Piotr Buras, director de la oficina en Varsovia del Consejo Europeo de Exteriores (ECFR). El ultranacionalismo polaco no busca una ‘salida’ del bloque comunitario, sino que practica la confrontación desde dentro. Bruselas es el enemigo y su brazo regional es Alemania, el vecino al que reclama aún el PiS 1,3 billones de euros por los estragos causados por la ocupación nazi.

La animosidad hacia Bruselas o hacia Berlín contrasta con la sumisión que Polonia dispensa a la OTAN. Su ingreso en la Alianza Atlántica, en 1999, fue y sigue siendo para Moscú una afrenta. Implicó el cambio de bando de un país que estuvo tras el telón de acero y que de pronto se convirtió en puntal del flanco este de la Alianza. El siguiente paso en dirección a Cccidente fue su ingreso en la UE, en 2004. Formaba parte de la ampliación del bloque comunitario con diez nuevos miembros del este europeo.

La Alianza Atlántica recibió a Polonia con los brazos abiertos. Varsovia respondió comportándose como un alumno ejemplar y solícito a las sucesivas reclamaciones de Washington para aumentar su gasto en defensa. Una exigencia que no arranca del republicano Donald Trump, sino que ya formularon en sus tiempos en la Casa Blanca los demócratas Barack Obama y Joe Biden. Polonia está ya en el grupo de aliados europeos que destinan a defensa el 5 % del PIB y están dispuestos a ir a más. Tiene el mayor ejército convencional de la UE y el propósito de seguir blindándose contra el expansionismo imperialista Vladímir Putin. La Varsovia de PiS, como la de Tusk, no deja pasar la ocasión de recordar que ellos ya venían alertando de las malas intenciones de Moscú mientras otros aliados -léase Alemania- creían que podían controlar a Putin.

La obediencia de Polonia a la OTAN contrasta con el euroesceptismo al parecer incorregible de un socio mimado por los fondos europeos, pero al que durante años se ha dado trato de socio periférico. El último exponente de los resentimientos polacos hacia la UE ha sido la derrota del carismático, experimentado y europeísta candidato Trzaskoswki frente a Nawrocki, un exboxeador a quien se atribuyen malas compañías pasadas entre los bajos fondos. Trzaskowski representaba la esperanza del fin del veto a las reformas de Tusk, incluida la despenalización del aborto, prácticamente prohibido en la época del PIS.

Nawrocki ganó la partida como defensor del tradicionalismo en un país donde la iglesia católica marca las pautas en política y donde parte de la población no ha digerido el modelo de sociedad abierta representado por Tusk. Rechaza tanto el Pacto Verde de von der Leyen como la inmigración irregular o el asilo, y muy especialmente la musulmana. Y promete derogar lo que define como “ideología de género”. Es decir, el apoyo a los colectivos LGTBI, bajo acoso del PiS.

El campo polaco recela de Ucrania

La polarización abarca todo el país, el quinto de la UE en cuanto a peso demográfico -38,7 millones de habitantes-. Pero lo que brindó la presidencia a Nawrocki fueron sus aplastantes victorias en la mitad este del país. Es decir, en las regiones fronterizas o más cercanas a Ucrania. Trzaskowski logró imponerse en 10 del total de 16 departamentos del país, todos ellos en su mitad occidental, aunque con resultados levemente por encima del 50 %. Nawrocki, por contra, saltó a porcentajes espectaculares en sus seis regiones preferentes, en una de las cuales se disparó por encima del 70 %.

No es un factor novedoso. El PiS siempre debió sus éxitos al voto rural. Pero esa predisposición se ha agudizado con el malestar del campo polaco ante el trato prioritario que se da a escala internacional al grano ucraniano. Para esa mitad este del país, el PiS implica el mantenimiento de las ayudas a las familias y los subsidios al campo. El liberal Tusk y el alcalde de Varsovia representan el elitismo europeo o la arrogancia de una capital que se ha modernizado a imagen de otras metrópolis continentales, pero que ha renunciado a su ‘identidad polaca’.

¿Cómo reaccionará la UE?

Entre las incógnitas que se abren con esta nueva presidencia hostil al europeísmo se encuentra la de qué ocurrirá con el desbloqueo de los fondos europeos anunciado por Von der Leyen. Son partidas que deben ir llegando gradualmente a Varsovia hasta mediados de 2026, pero que están supeditadas a un programa verificable de inversiones y reformas.

Von der Leyen reaccionó a la victoria de Nawrocki expresando escueta, pero diplomáticamente, su deseo de una “buena cooperación”. Tusk lo hizo ratificándose en su determinación a llevar adelante las reformas a que se ha comprometido, pese a reconocer que le espera una ‘cohabitación difícil’.

El próximo miércoles se someterá a un voto de confianza del Parlamento. Su coalición de gobierno había empezado a exhibir grietas en medio de la frustración generada por la falta de avances. Está además dividida ante cuestiones que movilizaron al electorado más progresista a favor de Tusk, como la liberalización del aborto. En Varsovia no se descarta nada. Inclusive la siguiente llamada a las urnas, en caso de que el debilitamiento del gobierno derive en ruptura.

La bomba de relojería ultra de los antisistema

El euroescepticismo representado por el ultranacionalista PiS es casi inofensivo comparado con el ascenso fulminante de formaciones abiertamente antisistema, a cuyo apoyo debe Karol Nawrocki su victoria en las elecciones presidenciales. La principal de ellas es Confederación, la nueva y vigorosa ultraderecha libertaria del recalcitrante Slawomir Mentzen, un líder que desprecia los canales convencionales de comunicación, puesto que tiene millones de seguidores en redes sociales. Quedó en tercera posición en la primera ronda de las presidenciales, con alrededor de un 15 % de los votos.

El otro ‘apoyo’ con que contó Nawrocki para imponerse sobre el europeísmo fue la ultraderecha declaradamente antisemita del eurodiputado Grzegorz Braun. De él se recuerdan ‘hazañas’ como cuando se lanzó con un extintor a apagar las velas de un Janucá (una característica lámpara d ela religión judía) instaladas en el Parlamento polaco. Fue justo en la sesión de ‘estreno’ de Donald Tusk como primer ministro, en diciembre de 2023. No solo provocó la interrupción de la sesión, sino que además dejó la imagen de diputados ‘cegados’ por los vapores del extintor. Este personaje quedó en cuarta posición en la primera vuelta, con un 6,4 %, otro valioso aporte para la victoria en la ronda de desempate del ultranacionalismo clásico, el PiS.

Nawrocki no le hizo ascos ni al respaldo de Mentzen, la nueva estrella del universo ultra polaco, ni al radicalismo definible como ‘rancio’ de Braun. A los seguidores de ambos deberá orientarse el PiS para frenar la erosión de base electoral que sufre. De Mentzen procede sobre todo el caudal de voto joven que tanto necesita el PiS y que aclama a este líder libertario.

Nawrocki no fue el único que buscó atraerse el voto joven de Confederación. También se dejó tentar , aunque más discretamente, el candidato europeísta, Rafal Trzaskowski. El alcalde protagonizó un encuentro amistoso y muy mediático con Mentzen entre cervezas, una señal de identidad de este captador del voto joven. Se estima que un 11 % de ese electorado teóricamente regenerador optó por el alcalde.

“Los partidos antisistema están aventajando en crecimiento a los tradicionales”, advertía en su análisis postelectoral el politólogo Bartlomiej Biskup, de la Universidad de Varsovia. “Los jóvenes votan formaciones ultras no por convicción ideológica, sino como expresión del voto de protesta por las promesas incumplidas del gobierno de Tusk”, apuntaba por su parte Ida Musialkowska, de la facultad de Estudios Europeos de la Universidad de la ciudad polaca de Poznan.

Suscríbete para seguir leyendo