Relevo en la Santa Sede
León XIV, un Papa centrista para un mundo de extremos
El nuevo Pontífice tendrá que lidiar con uno de los contextos internacionales más complejos de las últimas décadas, donde habrá que ver cómo encaja su pragmatismo y tendencia a la cautela en los asuntos políticos

Lucía Feijoo Viera


Ricardo Mir de Francia
Ricardo Mir de FranciaPeriodista
Periodista de política internacional, analista y reportero. Corresponsal en Washington durante una década y, previamente, en Jerusalén durante otros seis años. Cubre las guerras de Gaza y Ucrania. Licenciado en Periodismo por la Pompeu Fabra. Estudios de posgrado en Derecho Internacional, Periodismo de Investigación y Big Data.
Especialista en Estados Unidos, Oriente Próximo, Ucrania, geopolítica, conflictos armados, investigación.
Escribe desde Barcelona.
La elección de Robert Francis Prevost Martínez, desde este jueves más conocido como el papa León XIV, como sucesor de Francisco ha roto con una de las viejas reglas no escritas del Vaticano. Esa que decía que no habría un papa estadounidense mientras Estados Unidos siguiera siendo una superpotencia para no dar la impresión de una iglesia alineada o subordinada a los intereses de Washington. Es discutible que los cardenales electores hayan debatido durante el cónclave si EEUU sigue siendo la primera potencia mundial en un mundo cada día más multipolar. Más probable es que haya prevalecido su perfil continuista, su trayectoria como misionero, las dos décadas que pasó en las zonas más pobres de Perú o su conocimiento profundo de América, el mayor caladero del catolicismo. En Roma se le conoce como el “yanki latino”, un gringo que nació en el norte e hizo carrera en el sur.
Es pronto para saber si León XIV ejercerá, aunque sea desde un plano moral, como contrapeso a Donald Trump. Y por extensión, a esa creciente paleta de políticos que hacen de la división, el odio o el autoritarismo su pan nuestro de cada día. Aquellos que le conocen resaltan sus similitudes con Francisco en lo que respecta a su compromiso con los pobres y los migrantes o su disposición a acercarse a los más desfavorecidos allá donde estén. “Se supone que el obispo no debe ser un pequeño príncipe apoltronado en su reino”, le dijo el año pasado a la web del Vaticano. Pero al mismo tiempo lo describen como un hombre más pragmático y cauteloso que el argentino Bergoglio, “un centrista íntegro”, según lo ha descrito su amigo y también padre agustino, Michele Falcone.
Ese centrista tendrá que manejarse en un mundo de extremos, desnortado y en llamas, uno de los contextos más complicados de las últimas décadas. No solo por los masivos desafíos que plantean el cambio climático y la inteligencia artificial, dos de los caballos de batalla de su predecesor, sino por la rápida descomposición del orden internacional, el auge del nacionalismo xenófobo, la polarización extrema o la importancia menguante del multilateralismo. A lo que hay sumarle la proliferación de conflictos armados, desde Ucrania a Gaza pasando por Sudán o Yemen. Un escenario envenenado que tampoco escapa al Vaticano. Así lo expresó en una de sus últimas homilías antes del cónclave el cardenal Battista Re, decano del Colegio Cardenalicio, quien pidió la intercesión del Espíritu Santo para ayudar a los purpurados a elegir al papa “que la iglesia y la humanidad necesitan en este punto de inflexión difícil y complejo de la historia”.
Francisco trató de mediar como apagafuegos en muchas de las guerras contemporáneas. También advirtió el menguante liderazgo de Occidente y la influencia cada vez mayor del Sur Global. Y lejos de resistir la tendencia, la abrazó designando a numerosos cardenales asiáticos, africanos o americanos, una ruptura con el tradicional eurocentrismo del Vaticano para reflejar la pluralidad de la iglesia, también en el reparto de su poder interno. El resultado se ha visto en la composición del reciente cónclave, el primero de la historia sin una mayoría de cardenales europeos. Y también en su desenlace.
El poder moral de la iglesia
León XIV es todavía una incógnita, pero a nadie se le escapa que con la autoridad moral que le confiere el cargo podría ayudar a legitimar o censurar ciertos liderazgos, así como a influenciar el voto de los 1.400 millones de católicos que hay en el mundo. Un primer vistazo a sus redes sociales sugiere que no teme involucrarse en asuntos mundanos. Uno de sus retuits en X es un artículo que cuestiona las justificaciones expresadas por el vicepresidente de EEUU, J. D. Vance, católico converso, sobre la política de deportación de migrantes de Trump. “J.D. Vance está equivocado: Jesús no nos pide que clasifiquemos nuestro amor por los demás”, dice el título del artículo.
Con Francisco todavía como Papa, los obispos alemanes se posicionaron abiertamente contra el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (Afd), con varios llamamientos a su feligresía. “El nacionalismo étnico y el cristianismo son incompatibles”, decía una de las misivas publicada el pasado mes de febrero por los obispos, donde tildaban de “extremista” a la AfD. Del otro lado, el Vaticano trató de remendar las malas relaciones con China. En 2018 firmó un acuerdo con Pekín para consensuar con el régimen la designación de obispos chinos, aunque confiriendo al Papa la autoridad última para confirmar los nombramientos.
El lobi de los dirigentes mundiales
De ahí que algunos líderes mundiales no hayan tenido reparos en maniobrar durante las tres semanas transcurridas desde la muerte de Bergoglio para tratar de influenciar la elección de su sucesor o hayan expresado sus preferencias. Una suerte de lobi que no ha pasado inadvertido. Trump, por ejemplo, respaldó abiertamente a su compatriota Timothy Dolan, un cardenal conservador opuesto al acuerdo del Vaticano con China, antes de que Dolan le afeara su mal gusto al publicar una imagen suya vestido de papa y creada con inteligencia artificial. Este jueves Trump ha felicitado a Prevost a través de las redes. “Es un gran honor tener un primer papa estadounidense. Qué ilusión y qué gran honor para nuestro país”, escribió.
En el caso de Emmanuel Macron las suspicacias surgieron a raíz de la reunión que mantuvo con cuatro cardenales franceses durante el funeral de Francisco en Roma, un movimiento que la prensa italiana cercana a la primera ministra Georgia Meloni interpretó como una maniobra para tratar de elegir al próximo Papa. “Un intervencionismo más propio del Rey Sol”, escribió el diario conservador ‘Il Tempo’
También desde el entorno de la ultraderechista Meloni se hizo lobi por cardenales próximos a sus posturas morales y políticas, tanto que la primera ministra tuvo que pedir a sus correligionarios que dejaran de ventilarlas en la prensa. Algunos expertos, sin embargo, dudan de que la presión de las grandes potencias influya sobre el resultado final. “Hacen presión, sobre todo a través de los medios, pero creo que no tienen ninguna capacidad concreta de influir en las discusiones de los cardenales”, asegura a este diario el vaticanista y profesor de la Universitat Abat-Oliba, Sergi Rodríguez López-Ros. “Una vez están aislados en el cónclave, las decisiones son colegiales, no se sabe a quién han votado”
No siempre fue así. Hasta 1904 los monarcas católicos tuvieron poder de veto sobre el Papa elegido en el cónclave, un poder que ejercieron en varias ocasiones España, Francia o el Imperio Austrohúngaro. En 1903, su emperador Francisco José, vetó la designación del cardenal Rampolla, lo que abrió la puerta al papado de Pío X. Un año después el nuevo pontífice anuló el poder de veto concedido hasta entonces a los soberanos católicos.
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