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Crónica desde Copenhague: el paraíso del ciclista

Carril de doble sentido para bicicletas en Copenhague.

Carril de doble sentido para bicicletas en Copenhague. / Gemma Casadevall

Gemma Casadevall

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Circular por el carril bici sin sentir en el cogote los insultos o bufidos de otro ciclista más rápido. O sin que usar uno de los tramos para ciclistas nos sitúe en guerra desigual por el espacio público contra el coche. Por no hablar del dilema entre jugarse el físico pedaleando sobre el asfalto o subirse a la acera para acabar legítimamente regañado por el transeúnte: todas esas situaciones habituales en otras capitales europeas donde la bicicleta lleva décadas consolidada como parte de la movilidad urbana, sea Berlín o Ámsterdam, parecen muy amortiguadas en Copenhague.

Prácticamente uno de cada dos ciudadanos de la capital danesa -un 45 %, según datos de su Ayuntamiento- se mueve en bici. Es más o menos el porcentaje de los que lo hacen por la ciudad neerlandesa. Pero sin los tumultos o atascos de bicicletas que a cada semáforo se forman en Ámsterdam ni los ataques de malhumor de otros pedaleantes, transeúntes, automovilistas privados o conductores del transporte público de Berlín.

¿Qué ha resuelto mejor Dinamarca que Alemania o Países Bajos, por citar otros países con perfiles parecidos en cuanto a uso a la bicicleta, congestión ciudadana o incluso meteorología dura? Un paseo de unas pocas horas por Copenhague basta para toparse con una realidad desconocida, por ejemplo, respecto a Berlín. Son un total de 400 kilómetros de carril bici en distintas versiones, casi todos en buenas condiciones.

Convivencia entre el ciclista y el peatón en Copenhague

Convivencia entre el ciclista y el peatón en Copenhague / Gemma Casadevall

Hay modernos puentes exclusivos para la bicicleta, en doble sentido y con carriles de adelantamiento; nuevos barrios donde el auto está prácticamente proscrito, salvo para los residentes; y elegantes plataformas ondeantes, obra de artistas como el escandinavo Olafur Eliasson, que bordean una de sus avenidas portuarias. El 'rider' no atosiga con su prisa al usuario de una amplísima bicicleta cargo para niños ni el conductor ahuyenta al ciclista a bocinazos. Se respira armonía en lo que parece ser es el paraíso del pedaleante. Tampoco hay agravios comparativos para el transeúnte. No será por falta de uso: sus ciudadanos recorren en total y a diario 1,44 millones de kilómetros en bicicleta.

El horizonte de la neutralidad climática

Las ansias de Copenhague por dejar de ser la ciudad cuyo único sello de identidad era la melancólica Sirenita o el mítico parque de atracciones Tívoli se fraguaron cuando fue sede de la COP15, la cumbre climática de 2009. Su objetivo era coronarse como mejor ciudad del mundo para el ciclista y lograr la neutralidad de carbono en 2025. Se trazó el Plan Climático CPH2025, uno de cuyos pilares era la movilidad. La realidad ha sido más dura que los buenos propósitos y el compromiso con la neutralidad climática quedó aparcado en 2022. Pero al menos se puede disfrutar del espejismo de la movilidad verde por su casco urbano. Redondea ese horizonte la condición de Dinamarca como capital de la vanguardia en arquitectura, diseño y hasta gastronomía.

Rondar en bici sin codazos ni bufidos de terceros incluye la posibilidad de visitar el Dansk Arkitektur Center (DAC), utilizar uno de sus puentes para bicis, a ser posible el Cykelslangen o Serpiente Ciclista o acercarse hasta el Nordatlantens Brygges. En ese edificio histórico está la representación permanente de las Islas Feroe y de Groenlandia, el territorio autónomo danés al que la voracidad expansionista de Donald Trump ha colocado en un lugar destacado de la agenda global. Quien busque emociones más fuertes en cuanto a desarrollo urbanístico verde debe seguir hast Nordhavn. Así se denomina la autoproclamada ciudad del futuro, emplazada en una antigua zona industrial y diseñada para que todo, desde la escuela a la oficina o el centro sanitario, quede a cinco minutos como máximo del primer acceso al transporte público.

La agónica Christiania

El reverso de la medalla del progreso urbano sostenible está en lo que hace unas cuantas décadas era motivo para asomarse a Dinamarca, cuando fumar un porro era arriesgado en prácticamente toda Europa. Se trata de Christiania, la llamada Comuna Libre. En el pasado fue templo de la venta y consumo de cannabis más o menos tolerado. Luego entró en decadencia, quedó a merced de bandas violentas y finalmente desmanteló su calle más emblemática, la Pusher Street.

Imagen de Christiania, la antigua comuna hippie

Imagen de Christiania, la antigua comuna hippie / Gemma Casadevall

Los años han convertido el espacio de libertad en un ‘cuerpo extraño’ para un nuevo Copenhague donde se rediseñan barrios enteros. Christiania ha quedado envuelto entre zonas de antiguos hangares portuarios que alojan impagables restaurantes o edificios de oficinas. La antigua comuna hippie pervive, pero funciona como un reducto algo cutre. Es un punto de atracción para el turismo nostálgico de cuando fumar un porro era un acto de rebeldía y las nuevas oleadas de curiosos o despistados.

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