Guerra civil en el noreste de África
Un codiciado botín geoestratégico: el papel de terceros países en el conflicto de Sudán

Personal de Médicos sin Fronteras se dispone a llevar en camellos ayuda humanitaria a comunidades aisladas en Sudán, ante el bloqueo de muchas carreteras. / Médicos sin Fronteras

Con 750 kilómetros de costa en el mar Rojo, por el que transita el 40% del comercio entre Europa y Asia, la tercera mayor extracción de oro de África y extensas reservas de petróleo, Sudán es un apetitoso botín y una codiciada pieza geoestratégica en el noreste del continente africano. Como sucedió en la vecina Libia, la guerra civil en curso está siendo alimentada por terceros países con intereses dispares en la región. Desde Rusia e Irán a Emiratos, Turquía o Egipto. Algunos venden armas. Otros quieren bases militares en el país. Los hay que buscan sus fértiles tierras agrícolas. O aquellos que quieren contener a sus enemigos declarados. El resultado es una telaraña de actores foráneos apoyando a las partes y un enorme potencial desestabilizador en tres continentes. Ni EEUU ni la Unión Europea desempeñan, por el momento, un papel relevante.
Por su posición geográfica, Sudán es una de las puertas del Sáhara, el Sahel y el Cuerno de África, algunas de las zonas actualmente más turbulentas del planeta. Mayoritariamente árabe y musulmán, forma también parte de la esfera de influencia de los petroestados del Golfo Pérsico. Y de todos ellos, ninguno parece tener tanta influencia en el devenir del conflicto como Emiratos Árabes Unidos, el principal respaldo de las Fuerzas de Acción Rápida (FAR) del general Mohamed Dagalo, conocido como Hamedti. “Sin Emiratos, la guerra en Sudán no existiría”, ha llegado a decir el gobernador de Darfur a ‘The Economist’, la región donde se acusa a las FAR de cometer un genocidio.
En el apoyo emiratí a las fuerza de Hamedti, lo que incluiría la transferencia de armas, confluyen varios factores. Empezando por la relación personal desarrollada en la última década por el señor de la guerra sudanés con Abu Dhabi, cimentada en el envío de sus fuerzas a Yemen y Libia para apoyar los intereses de Emiratos en ambas guerras. Compañías emiratíes han comprado además miles de hectáreas agrícolas en Sudán, como parte de una política de externalización de su suministro alimentario. Pero hay también un componente ideológico, derivado del rechazo emiratía a los Hermanos Musulmanes. “Los emiratíes apoyan a Hamedti porque piensan que Burhan es la continuación del antiguo régimen de Omar al Bashir, aliado con los islamistas y cercano a Irán”, asegura a este diario un diplomático europeo conocedor de las complejidades del conflicto.
Los respaldos del Ejército sudanés
A las fuerzas rivales de Abdel Fattah al Burhan tampoco les faltan apoyos. El hombre al mando del Ejército sudanés, quien dice representar al gobierno legítimo del país desde Port Sudan, la ciudad norteña a la que se tuvo que retirar tras perder el control de la cpital del país, ha recibido drones de Egipto, según ‘The Wall Street Journal’, tradicional aliado de los militares sudaneses. También Turquía, que ha invertido mucho en la vecina Somalia para convertirse en un actor relevante en el mar Rojo, estaría apoyándole. Lo mismo que Irán, que según algunas informaciones aspira a obtener una base militar en ese mismo mar a cambio de sus envíos de armas.
Arabia Saudí, por su parte, “está tratando de jugar su juego como líder del mundo árabe, sin escoger un bando y tratando de buscar una solución”, asegura el diplomático europeo. Algo similar a Qatar, que hizo de mediador en el pasado. También Washington y Bruselas serían más partidarios de encontrar una salida que devuelva la estabilidad a la región que de avivar el conflicto.
Rusia, a dos bandas
Y en este puzle endiablado falta Rusia, que parece estar diversificando sus cartas. En su día los paramilitares de Wagner entrenaron a las Fuerzas de Acción Rápida, a las que Rusia sigue suministrando diésel, pero últimamente el Kremlin parece haberse alineado con Burhan. Según algunas fuentes, con la intención de obtener una base militar en el mar Rojo. “Tanto Emiratos como Arabia Saudí, Irán y Rusia buscan establecer una presencia permanente en Sudán”, le ha dicho al ‘Financial Times’ Suliman Baldo, director del laboratorio de ideas sudanés Transparency and Policy Tracker. “Rusia también quiere el oro sudanés”.
Esa multiplicidad de intereses y actores involucrados no hace más que complicar todavía más el conflicto. Un brutal avispero alimentado con armas producidas en países tan dispares como China, Irán, Serbia, Turquía, Rusia o Emiratos, según recientes informes de Amnistía Internacional y Human Rights Watch, que han pedido que el embargo de armas vigente en Darfur se extienda a todo el país.
El riesgo de la continuidad del conflicto, con devastadoras consecuencias para la población civil, es que Sudán se convierta en una nueva Libia. O lo que es lo mismo, un Estado fallido con barra libre para las armas, los traficantes de personas, el yihadismo, la criminalidad y la desestabilización de los países vecinos.
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