Entrevista
Andreas Malm, escritor: "La extrema derecha europea tiene una alianza de facto con los intereses de la industria fósil"
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El escritor y periodista sueco, Andreas Malm, autor de 'Piel blanca, combustible negro'. / Capitán Swing


Ricardo Mir de Francia
Ricardo Mir de FranciaPeriodista
Especialista en política internacional y reportero. Fue corresponsal en Washington durante una década, donde cubrió las presidencias de Obama, Trump y los inicios de Biden. Antes estuvo otros seis años en Oriente Medio. Licenciado en Periodismo por la Pompeu Fabra y con estudios de posgrado en Derecho Internacional, se ocupa ahora principalmente de las guerras de Gaza y Ucrania. Interesado también en temas de investigación, geopolítica de la energía, cambio climático y economía.
La fascinación del fascismo con la máquina o el uso que el colonialismo europeo hizo de los combustibles fósiles para propagar su supuesta superioridad por el planeta son algo más que vestigios de un pasado remoto. Para el escritor, periodista y activista Andreas Malm (Mölndal, Suecia, 46 años) son elementos esenciales para explicar el férreo alineamiento actual de la extrema derecha con las industrias que propulsan el cambio climático. Así lo cuenta en ‘Piel blanca, combustible negro’ (Capitán Swing), un ensayo que explora los vínculos entre ambos mundos y el impacto que las políticas de la derecha negacionista están teniendo sobre el clima. Malm atiende a EL PERIÓDICO en una entrevista por videollamada desde Nueva York.
¿Por qué la extrema derecha niega casi sin excepción el cambio climático?
Es una de las grandes preguntas que tratamos de contestar en el libro. La crisis climática implica que tenemos que dejar de utilizar combustibles fósiles y las tecnologías basadas en ellos. Esa transformación amenaza ciertos intereses y cuestiona algunos privilegios, y la extrema derecha se ha posicionado como el defensor más agresivo de ambos. Lo ha hecho sobre todo negando la existencia de la crisis climática. Dice que es una invención, que podemos seguir disfrutando de nuestros coches, nuestro carbón y nuestra carne porque no hay nada de lo que preocuparse. Es la misma actitud en toda la extrema derecha, desde Trump a Modi en la India.
Ustedes hablan también de factores históricos.
Los movimientos fascistas del pasado estaban enamorados de la máquina, fueran coches, aviones o carbón. De modo que podría decirse que es una continuación de la obsesión de la extrema derecha con las máquinas como herramientas de dominación. Está incrustado en su adn.
También argumentan que el viejo colonialismo europeo utilizó tanto el supremacismo blanco como la industria de los combustibles fósiles para propagarse.
Nuestro argumento es que las manifestaciones actuales del fenómeno tienen raíces antiguas. La máquina de vapor fue desarrollada por el Imperio británico como medio para extender su control imperial sobre las poblaciones no blancas. Por entonces se decía muy explícitamente que es la prueba de la superioridad británica frente a los pueblos colonizados, incapaces de desarrollarla o controlarla, una supuesta demostración de su inferioridad.
Magnates del petróleo como los hermanos Koch han financiado durante décadas el negacionismo climático, pero también a la rama más radical del Partido republicano. ¿Podemos hablar de un patrón donde la industria fósil financia a la extrema derecha?
No, porque nuestros sistemas políticos son muy diferentes en todo el mundo. En Estados Unidos los millonarios financian a candidatos y presidentes. Pero Europa no tiene un sistema de financiación de partidos que permita a los ricos dar dinero a los políticos a cambio de favores. De ahí que ese vínculo directo entre las compañías de combustibles fósiles y los políticos de la derecha sea una peculiaridad estadounidense. En Europa se trata más de un alineamiento o una alianza de facto entre esos partidos y los intereses de esas compañías. Si te fijas en Alemania, por ejemplo, Alternativa por Alemania (AFD) lleva mucho tiempo defendiendo la industria del carbón. Pero esas compañías no financian directamente a AFD como los hermanos Koch u otras petroleras hacen con Trump o su campaña.
¿Cómo explica el éxito de los partidos ultras en abanderar a los trabajadores cuando sus políticas tienden a priorizar a las grandes empresas y los millonarios?
Es una buena pregunta. Una de las respuestas sería que el auge de la extrema derecha en Europa llega tras la derrota de la izquierda y el movimiento obrero en los 70 y 80. Otra es que ha logrado atraer esos votantes porque las políticas de clase en gran medida se han evaporado y la clase obrera está muy fragmentada. Ya no tiene la confianza y el poder organizativo que solía tener. Eso hace que muchos trabajadores estén políticamente desorientados porque su identificación clásica con la izquierda se ha roto. La extrema derecha está llenando ese vacío, apelando a su resentimiento y desesperación. ‘Os vamos a ayudar, pero no en vuestra condición de trabajadores, sino de patriotas suecos, franceses honestos o cualquier otra interpelación nacionalista’. Y desgraciadamente está funcionado.
También parece haber calado que la lucha contra el cambio climático no sería en realidad más que una estrategia encubierta para destruir el capitalismo. La tesis no se sostiene, dado que no hay un solo líder occidental remotamente partidario de esa idea. ¿Está fallando el mensaje del movimiento climático?
La autocrítica es muy necesaria y es cierto que el movimiento climático ha cometido errores que han ayudado a la extrema derecha. Pienso particularmente en el activismo de Última Generación, el grupo más activo en Alemania en los últimos dos años. Como hace Just Stop Oil en Reino Unido, se han dedicado a bloquear el tráfico de forma indiscriminada y sistemática en Berlín y tras ciudades. Y eso enfurece a la gente, que no se siente responsable de las decisiones de sus gobernantes o de las empresas. Todo eso ha generado mucha hostilidad contra el movimiento climático en Alemania. Deberíamos aprender de ello y evitar acciones directas que perturben la vida de la gente. De otro modo solo le damos munición a la extrema derecha.
¿Está ayudando la aceleración de la crisis climática a la ultraderecha?
Sin duda. Hay un argumento psicológico para esto: cuando la gente tiene miedo y se siente amenazada por las condiciones de su entorno, tiende a encerrarse en sí misma y buscar el amparo de la identidad primaria, sea la nación, sus semejantes blancos o la familia. Y a los partidos nacionalistas se les da bien usar este tipo de sicología para explotar los miedos, el caos y transmitir una semblanza de seguridad cerrando las fronteras o cerrando filas en torno a los suyos.
¿Hay alguna manera de revertir estas dinámicas?
El argumento racional pasa por explicar que el extrema derecha solo ayudará a que todo empeore. Si te preocupa la situación en el mundo y el estado del planeta, más te vale unirte a un movimiento que busque prevenir la catástrofe porque la extrema derecha hace justo lo contrario. Solo quiere agudizar el problema. Y este es el debate que debemos tener, aunque no está claro que vayamos a ganarlo.
Los partidos conservadores en Europa están haciendo suyas algunas recetas de los ultras para evitar que ocupen su espacio político. ¿Hay alguna señal de que se estén también moviendo hacia el negacionismo climático?
De momento no. La excepción es EEUU, donde el negacionismo está muy extendido en el Partido Republicano y se ha acelerado a medida que el trumpismo se apoderaba de la formación. Lo que sucede en Europa es que el ‘mainstream’ conservador apenas hace nada al respecto. En Suecia, por ejemplo, dice que hay que tomar medidas, pero se apoya en los Demócratas Suecos de la ultraderecha para gobernar. Juntos están desmantelando las políticas climáticas de los socialdemócratas y los verdes. Y juntos planean un incremento masivo de las emisiones de CO2, por más que los conservadores acepten nominalmente la crisis climática.
Más allá de la retórica, ¿qué efectos tienen las políticas de la derecha negacionista cuando llega al poder?
En Suecia el anterior gobierno no lo hizo bien porque las emisiones siguieron creciendo. Pero este último, de derechas, es peor. La previsión es que aumenten mucho más. Lo mismo pasa en EEUU. Con Biden en el poder sigue creciendo la extracción de petróleo y gas. Fue Obama quien puso en marcha el boom y Biden lo ha continuado. Pero fue peor con Trump. La diferencia es extraordinaria. Brasil es un buen ejemplo. Bajo el régimen de Bolsonaro, la deforestación del Amazonas se disparó. Con Lula no se ha detenido, pero ha mejorado.
La impresión que tengo de esta entrevista es que se está perdiendo la batalla contra el cambio climático. ¿Hay algo que podría darle la vuelta a esa tendencia?
Es difícil mantener la esperanza con las cosas que están pasando… el movimiento climático está en una fase de baja actividad. Una situación que tiene que cambiar. Nos acercamos al verano, cuando más desastres climáticos se producen, particularmente en el sur de Europa, con los incendios, la sequía o las olas de calor. Uno confía en que en algún momento se producirá algún tipo de reacción popular para decir basta, porque no hay otra que dejar de utilizar combustibles fósiles para evitar que este fuego se siga propagando. Ahora mismo no hay señales de una movilización masiva, pero tenemos que seguir trabajando para que se produzca.
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