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Putin, el 'zar' desnudo

El presidente de Rusia, Vladimir Putin.
Winston Churchill definió Rusia en 1939 como “un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma”. Tantos años después, la frase es aplicable al presidente Vladimir Vladimirovich Putin (Leningrado, 7 de octubre de 1952), quien a pesar de las muchas aproximaciones que se han hecho a su figura sigue siendo un personaje enigmático. Al cumplir 70 años, el periódico 'The Times' dijo de él que es alguien “aislado, irracional y temiendo por su salud”, el periodista Leonid Bershidsky ve en él “un imperialista de la vieja escuela soviética, en lugar de un nacionalista o un racista” y acreditados analistas como Paul d’Anieri y Michael Doyle lo retratan como el heredero de una cultura política que incluye la convicción de que Ucrania solo tiene sentido dentro del espacio ruso.
El historiador Orlando Figes recuerda un momento que le parece definitorio del talante de Putin: un reportero de una televisión le capta reunido con alguien mirando un mapa de Rusia del siglo XVII en el que no aparece ninguna mención o señal de Ucrania. Inmediatamente señala a su invitado que Ucrania no existe. En su libro 'Historia de Rusia', el mismo Figes se refiere al sistema de mentiras de Putin, a su reducidísimo círculo de colaboradores, que lo mantiene aislado de la realidad y sustenta la idea rusa del Estado patrimonial: “Es una forma de Gobierno personal; el poder no reside en las instituciones, está en el cuerpo del gobernante”. Y añade: “La historia de Rusia es una de instituciones débiles y hombres fuertes”.
En tal esquema, con siglos de existencia, heredado por la URSS de la Rusia zarista, toda muestra de vulnerabilidad es fatal para la continuidad y el aprecio del gobernante. Mark Galeotti, autor de 'Tenemos que hablar de Putin', sostiene: “Buena parte de su aventurismo internacional es un bluf, al estilo de un animal que al topar con un predador hincha el cuerpo o eriza el pelaje para parecer más intimidante”.
Occidente, el eslabón débil
Otros ven en el comportamiento de Putin desde que Boris Yeltsein le nombró primer ministro (1999) la aplicación a la política de la técnica del judoca (el presidente lo es): aprovechar la fuerza del adversario en beneficio propio. Así habría llegado a la conclusión de que Occidente es el eslabón débil de la posguerra fría a pesar de su aparente energía y, por lo tanto, un contrincante incapaz de responder a sus arrebatos imperiales.
Asoma en todo ello la cultura política que hizo suya durante sus años de agente del KGB y que ahora exhibe como propia para restaurar la grandeza de Rusia como superpotencia. El gran problema para el presidente es, como ha escrito Catherine Belton, que “la rebelión [de los mercenarios] sacude la fe de la élite rusa en la fuerza de Putin”. Las comparaciones que en privado hace entre la invasión de Ucrania y la empresa de Pedro el Grande (siglo XVIII), vencedor en la guerra contra Suecia y fundador de San Petersburgo, han perdido efectividad y han mostrado al zar desnudo, con una guerra sin avances significativos y las fuerzas de Wagner avanzando sin oposición camino de Moscú. Mark Galeotti es rotundo: “Quiso apoderarse de Ucrania con una táctica más propia de un espía que de un general”.
La UE y la OTAN
La pretensión de Putin desde hace por lo menos 15 años es acabar con la idea del equilibrio estratégico, característico de la guerra fría, y acentuar la injerencia rusa en el desarrollo de los acontecimientos en Europa occidental. Entiende que la UE es un gran competidor y que la OTAN es lo más parecido a un enemigo a las puertas, dispuesto a explotar la tensión entre democratización, abrazada por los antiguos aliados de la URSS, y la tradición autoritaria rusa. De ahí la pretensión de Putin de blindar para Rusia el estatus de gran potencia y, lo que es más importante, el dominio sobre sus vecinos más inmediatos. Michael Doyle ve en ello el origen de una nueva guerra fría entre democracias y autocracias.
Lo que ha sucedido desde el 24 de junio se corresponde a grandes rasgos con lo aventurado por Carmen Claudín, investigadora del Cidob: “Hace tiempo que creo que el régimen está demostrando por vías muy indirectas una fragilidad que era muy difícil de comprobar por la propia opacidad del régimen, por la falta de información fidedigna desde dentro”. Esa fragilidad interesa directamente la autoridad de Putin, su capacidad de mantener a su lado, sin fisuras ni disidencias, a los oligarcas, fundamentales en la poco convencional economía rusa; al Ejército y la estructura de seguridad, cuya autoridad discutía Yevgueni Prigozhin desde la batalla de Bajmut, y a un variado entorno de oportunistas hasta ahora a su servicio. Merece la pena citar a Maquiavelo (siglo XVI): “El príncipe cuyo gobierno descanse en soldados mercenarios no estará nunca seguro ni tranquilo”.
Uno de los personajes de 'Guerra y paz', la gran novela de Lev Tolstoi, dice: “Nuestra idea es que los lobos deben ser alimentados y las ovejas, mantenerse a salvo”. A saber si tal cosa es posible.
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