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Crónica desde Berlín: el botellón acuático en el canal

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Cronica desde Berlín: una iniciativa redescubre su muro

Con la llegada del buen tiempo, las fiestas en botes neumáticos y en los muelles proliferan a lo largo del Landwehrkanal

Botellón en el canal de Berlín.

Botellón en el canal de Berlín. / Marina Ferrer.

Marina Ferrer

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Las cuentas salen: un bote neumático de los más sencillitos cuesta 49,99 euros en un 'discount' -Aldi o Lidl, por ejemplo-. Menos si se busca en Amazon o E-Bay. O hasta gratis, si se recupera el que quedó olvidado en el desván o sótano. Un par de cervezas por cabeza, un mínimo equipo musical o la del móvil y alta permisividad en cuanto al concepto de pícnic o fiesta espontánea. El resultado es una modalidad de 'Partymeile' –Milla festiva—, cuyo epicentro está en el Admiralsbrücke, el puente más “botellero” de Berlín. Construido en 1880, es el más antiguo de los de ese canal berlinés. Desde hace unos años está presente en todas las guías sobre los lugares de interés teóricamente secretos de la capital alemana. Se afirmó durante la pandemia como espacio libre, en un país donde cerraron a cal y canto los bares, pero no hubo confinamiento estricto. El covid pasó, pero el concepto de diversión 'low cost' al aire libre llegó para quedarse. No solo en torno al Admiralsbrücke, sino en cualquier parque, jardín, lago u orilla de un canal de la capital alemana.

En cuanto el termómetro marca los 20 grados y hasta que vuelvan las lluvias otoñales, el tramo del Landwehrkanal desde la altura del Urbankrankenhaus –un hospital público- hasta que regresa al río Spree es dominio del botellón acuático. Sentados sobre el muello o en botes neumáticos, canoas de cualquier categoría y condición; reciclados, recién adquiridos o alquilados. Cualquier cosa que flote sirve.

Botes hinchables en el canal. 

Botes hinchables en el canal. / Marina Ferrer

La fiesta se reparte entre los aproximadamente tres quilómetros y medio del total de once que tiene ese canal. La milla festiva cruza Kreuzberg y Neükolln, para morir en Treptow. Es decir, dos de los barrios de la capital con reputación de festivos, noctámbulos, caóticos y también sucios, más el inicio del tercero, en el antiguo sector comunista.

La gentifricación

“No hay atardecer más hermoso en Berlín que el que verás desde el Admiralbrücke”, afirma Jacques, sentado en el café que lleva ese mismo nombre. No importa que alguna vez haya caído al agua uno de los músicos espontáneos que tocan sobre el puente –”creo que nadie se ahogó nunca ahí”, le parece recordar--. Tampoco que los vecinos libren su lucha desigual para tratar de que, al menos, a partir de las 22.00 circulen patrullas policiales para evitar jolgorios extremos. Parte del vecindario tradicional abandonó de por sí la zona, víctima de la gentrificación. Y algo de vigilancia policial sí hay, concede Jacques -que acaba confesando que no se llama como el café, ni tampoco es su propietario.

La presencia de decenas de botes neumáticos, incluso fiestas espontáneas o concertadas tampoco parece un problema. Algunos inflan su barca en la orilla, otros la bajan en volandas o la traen en el remolque de la bicicleta. La vida parece fácil en el Landwehrkanal.

El botellón acuático está profusamente flanqueado por las fiestas igualmente espontáneas en los márgenes. Grupos de danza africana se mezclan con otros de salsa, techno, “Abba” o música disco. Inclusive en la pradera del hospital. Lo único que no se escucha son “Schlager”, música ligera alemana identificada con generaciones anteriores, que solo pervive en la programación de las cadenas nacionales ARD y ZDF a horarios para público “senior”.

“¿Basura? Sí, claro. Toneladas. Huele mal. Y peor olerá cuando empiece el calor en serio. Pero de eso deberían ocuparse las autoridades”, explica Jahn, de la asociación de vecinos del Graefer-Kiez, como se denomina esa parte del barrio junto al Admiralbrücke. La culpa de la basura acumulada no son los centenares de botellas que quedan abandonadas al atardecer, sino la inexistencia de papeleras o contenedores que no estén rotos o a rebosar de restos de comida o bebida, opina.

Los más malolientes

Kreuzberg y Neükölln se llevan la palma en cuanto a distritos malolientes de Berlín, una capital que de por sí tiene fama de sucia. Son dos distritos multiétnicos, con todo el encanto y problemas que ello supone. La cuestión de la suciedad ocupa a los políticos solo durante las campañas electorales, lamenta Jahn. Así fue en los 20 años en que la alcaldía de Berlín estuvo liderada por socialdemócratas, en distintas coaliciones; nada apunta a que vaya a cambiar con el actual alcalde conservador, Kai Wegner. “Wegner vive en Spandau”, recuerda Jahn, en alusión al barrio de ese político, a 14 kilómetros de Kreuzberg.

Dejarse mecer entre el caos, la música, el alcohol y el sol, en cuanto asoma. O despotricar y considerarlo insalubre. La respuesta al dilema está clara tanto para quienes disfrutan de la “Partymeile” como para los que nunca se acercarían a ella.

El verano anterior hubo un intento de prohibir el consumo de alcohol en horas nocturnas en dos parques del céntrico Mitte berlinés. Pero un juzgado berlinés tumbó la prohibición que vulneraba el derecho al ocio libre y gratuito. “En tiempos de inflación y gentrificación, no se corresponde expulsar a los jóvenes del parque”, estimó la justicia.

El verano alemán es corto. Quien tiene un auto descapotable, abre su “cabrio” en cuanto asoma el sol. Quien tiene un bote neumático, lo luce por el canal mientras el resto de congregados en el Landwehkanal bailan, beben o se comen un pizza con los pies colgando desde el muelle.

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