Elecciones en EEUU

DeSantis-Trump: más que un duelo de primarias

Los fallos técnicos en Twitter deslucen el lanzamiento de la campaña de Ron DeSantis

El expresidente Donald Trump saluda al gobernador de Florida, Ron DeSantis, a su llegada a Fort Myers para un acto de campaña en octubre de 2020.

El expresidente Donald Trump saluda al gobernador de Florida, Ron DeSantis, a su llegada a Fort Myers para un acto de campaña en octubre de 2020. / CARLOS BARRIA / REUTERS

Idoya Noain

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Cuando los fallos tecnológicos en Twitter Spaces convirtieron en un bochornoso patinazo esta semana el lanzamiento de la carrera presidencial de Ron DeSantis, el fiasco copó titulares y análisis. No era, sin duda, el principio planeado ni soñado para una campaña que el ultraconservador gobernador republicano de Florida lleva tiempo preparando. Porque su candidatura está construida sobre la idea de presentarse como un político efectivo y en control, capaz de alejar al Partido Republicano y a Estados Unidos del drama y la impredecibilidad que tan habituales hizo Donald Trump, el expresidente y candidato que a día de hoy es máximo favorito para hacerse con la nominación de los conservadores para 2024.

De hecho, el episodio dio pie a Trump para lanzarse a la yugular de DeSantis. La intensidad de los ataques en mensajes y vídeos (más satíricos, hirientes e insultantes si cabe que de costumbre) muestran a un Trump desaforado. Confirma también la amenaza que el expresidente de 76 años identifica en un político de 44 al que apoyó en su primera campaña a gobernador en 2018. Y ratifica la intensidad que puede esperarse en el duelo entre los dos aspirantes que los sondeos actualmente muestran como los únicos con opciones en un campo de primarias que empieza a superpoblarse e incluye ya otros siete candidatos.

Las aguas de la tormenta mediática del desastre del lanzamiento (que no impidió a DeSantis recaudar más de ocho millones de dólares en donaciones en 24 horas) empiezan a calmarse. Con los remolinos de la superficie disipándose, se puede ver el fondo del enfrentamiento entre Trump y DeSantis, dos políticos que encarnan y han abrazado el populismo y la provocación como política pero que representan también distintas venas del conservadurismo. Y por eso, de quien se imponga en la pelea dependerá también el futuro del Partido Republicano y, si uno de los dos llega a la Casa Blanca, del país.

El gobernador de Florida es más ideólogo, se ha volcado en guerras culturales y ha demostrado una vena autoritaria

Sacar a Trump del trumpismo

El objetivo de DeSantis, como resumía esta semana ‘The Economist’, es “sacar a Trump del trumpismo”. Y aunque sin decirlo así, ese es el mensaje que de una manera u otra está lanzando ya el propio candidato en reuniones con grandes donantes, en actos previos que hizo al lanzamiento de la campaña y en la docena de entrevistas que ha dado a medios conservadores desde el miércoles. Porque DeSantis abraza las políticas que marcaron el mandato de Trump, pero le da una pátina de firmeza y consistencia ideológica y de valores conservadores de las que el exmandatario carece. Y apunta, además, a que no importa lo que Trump prometa, recordando que se ha mostrado ya incapaz de derrotar a Joe Biden, o de impulsar a los candidatos republicanos que respalda, como sucedió en las legislativas de noviembre.

Aunque durante meses DeSantis había eludido entrar en la confrontación con el expresidente, como todos los aspirantes republicanos consciente del fervor y lealtad de una parte de las bases hacia Trump, ha empezado a criticarle directamente. Lo hacía el miércoles en Twitter Spaces y en Fox News, aunque sin citarle . Pero para el jueves ya se había quitado los guantes. “Es distinto a cuando se presentó en 2015 y 2016. No sé qué le ha pasado”, declaró en una radio conservadora de Tennessee.  

“Hacer EEUU Florida”

Los principales argumentos que va a tratar de hacer en campaña DeSantis, en cualquier caso, se centran de momento en cuestiones de sustancia política. Su propuesta es “Hacer EEUU Florida” y esgrime legislación que ha aprobado para presentarse como más contundente y efectivo que Trump en cuestiones como derechos de armas, inmigración o pena de muerte. Y ya ha cuestionado, por ejemplo, que el expresidente no haya querido comprometerse públicamente a firmar si vuelve al Despacho Oval una potencial ley federal que restrinja el derecho al aborto. En contraste, él presenta la ley estatal que ha aprobado, una de las más restrictivas del país, que lo prohíbe después de las seis semanas de gestación.

Esa es solo una norma dentro de un torrente de legislación aprobado por DeSantis (80 leyes solo esta primavera), que le han convertido en un icono conservador, especialmente en las guerras culturales. Y ha elevado a la enésima potencia, y con la autoridad del ejecutivo, las denuncias que Trump empezó a hacer en su mandato de todos los movimientos por la justicia racial, la inclusión, la igualdad o la enseñanza de cuestiones de raza o género, ya sea en corporaciones, en centros de enseñanza o en el gobierno.

Además de la ley que prohíbe hasta bachillerato la enseñanza de cuestiones de raza u orientación sexual, normativa para limitar el uso de pronombre elegido o sobre uso de baños, ha eliminado la financiación en universidades públicas para programas de diversidad, igualdad e inclusión. Ha convertido a Florida en uno de los 18 estados que prohíben tratamiento médico para jóvenes transgénero (y es uno de los cinco que hacen delito ofrecerlo). Y también ha vetado que tanto el gobierno estatal como los municipales de Florida hagan inversiones basadas en los criterios ESG (ambientales, sociales y corporativos).

Todo lo que se engloba en el etéreo pero extremamente politizado concepto de “woke”, es la savia política vital para DeSantis. “Nunca nos rendiremos a la masa woke y dejaremos la ideología woke en la papelera de la historia”, decía el miércoles, cuando habló repetidamente de “el virus de la mente woke” y aseguró que es “una forma de marxismo cultural”.

Ampliar el poder ejecutivo

En su camino DeSantis está abandonando principios tradicionales conservadores, como el respeto extremo a la libertad de expresión o la idea de un gobierno limitado. Su feudo con Disney, que le aleja de las relaciones tradicionales republicanas con el mundo empresarial y ha llegado a una guerra en los tribunales, empezó después de que la compañía simplemente criticara la ley conocida como “No digas gay”. Y en los últimos días está hablando abiertamente de “reconstitucionalizar el estado administrativo”, una expresión con la que amenaza con imponer más control del ejecutivo sobre agencias que deben funcionar de forma independiente, como el Departamento de Justicia.

Son pasos que van más lejos aún de lo que llegó a ir Trump, con quien el Partido Republicano ya se alejó de sus clásicos paradigmas que aunaban a conservadores sociales, libertarios económicos y un compromiso inquebrantable con la fuerte defensa nacional para acercarse a la política identitaria, más definida por lo que combate que por lo que defiende.

En Florida, grupos de activistas y de la comunidad LGTBIQ, organizaciones de derechos civiles y que trabajan con inmigrantes alertan de la vena autoritaria que el gobernador despliega en Florida y que llegaría con él a la Casa Blanca. Y Anna Eskamani, una congresista estatal demócrata, ha asegurado que DeSantis debe ser visto como "el canario en la mina”.