Guerra

Rusia adoctrina a decenas de miles de niños robados de Ucrania

Los menores son internados en centros regentados por educadores rusos donde se intenta borrar la idea de pertenencia a un país ajeno a la Federación Rusa

Maria Lvova-Belova

Maria Lvova-Belova / Alexander NEMENOV / AF

Marc Marginedas

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Inessa Vertash, madre de cuatro hijos, no pudo decir que no. Cuando el sol de verano ya apretaba en Berislav, una localidad de tamaño medio junto al río Dniéper, a 80 kilómetros de Jersón, en el suroeste de Ucrania, fue informada por la profesora de Informática de la escuela número 45, convertida, tras la llegada de las tropas rusas, en la nueva directora del centro, que su hijo Vitali de 16 años pasaría dos semanas en un campamento veraniego en la Crimea ocupada. "No les interesaba si estaba de acuerdo o no; los documentos estaban listos y nos exigieron que viniéramos al día siguiente, a las cinco de la mañana, con el equipaje", rememora para EL PERIÓDICO desde Ucrania.

Tras una corta despedida entre padres e hijos, interrumpida por los apremios de los preceptores, el autobús partió con una treintena de niños, para integrarse después en una enorme caravana que transportaba a decenas de menores ucranianos a otros puntos de la Ucrania ocupada bajo la excusa de alejarlos de la guerra. Las 'vacaciones pagadas' se transformaron, tanto para Vitali como para muchos compañeros, en una dura y prolongada estancia de medio año en un destartalado internado regentado por educadores rusos, quienes intentaron borrar de su memoria toda idea de pertenencia a un Estado y a una cultura ajena a la Federación Rusa. El Gobierno de Kiev estima que al menos 20.000 el menores han sido trasladados ilegalmente a Rusia o a territorio bajo ocupación rusa con propósitos de reeducación, aunque se da por descontado que la cifra real es muy superior, ya que tan solo están incluidos en dicha lista los menores con paradero identificado.

El adoctrinamiento

Para Vitali, las intenciones de sus anfitriones quedaron claras cuando, tras dos semanas cerca del balneario de Eupatoria, a orillas del mar Negro, donde pudo relajarse y hasta nadar, fue trasladado a un precario centro denominado Druzhba (Amistad). "Las almohadas estaban sucias, y las camas no tenían sábanas", rememora junto a su madre. En ese preciso lugar, continúa el chico, fue donde comenzó el adoctrinamiento: "Nos hablaban todo el rato de política, cada noche una hora y media; nos decían que Ucrania no era un país, y que Rusia era un país avanzado". Solo había dos opciones, o asumir la asimilación cultural o guardar silencio, ya que la resistencia era duramente sancionada. "Si (los profesores) nos oían hablar en ucraniano -explica- nos encerraban en una celda de castigo", donde tan solo había dos camas y "se nos servía comida sin sal ni azúcar", un lugar en el que llegó a ser recluido, en alguna ocasión junto a una amiga también reticente a la rusificación.

Svitlana Sinak, abuela de una niña deportada.

Svitlana Sinak, abuela de una niña deportada. / El Periódico

En Berislav, mientras tanto, la madre de Vitali se inquietaba al comprobar que, transcurridas dos semanas, su hijo no volvía. "Acudía día y noche a la directora, que mentía todo el rato, hasta que un día me sugirió que cogiera mis cosas y a mis otros hijos, fuera a Crimea en busca de Vitali y me quedara en Anapa", ya en territorio de Rusia internacionalmente reconocido. "Le dije que ni hablar, y que esperaría a mi hijo en mi país". Finalmente, gracias a los buenos oficios de una organización de voluntarios regentada y financiada por personalidades famosas y con recursos, pudo lograr el regreso de su vástago.

Kateryna Osadcha, presentadora y rostro muy conocido en los concursos de talentos locales, es una de esas figuras filantrópicas que impulsa una organización con una cuarentena de voluntarios dedicada a la búsqueda de personas desaparecidas. Considera muy peligroso colocar a niños de esa edad en una situación de "vacío informativo", dada su experiencia previa con refugiados procedentes de lugares como Mariúpol, donde pasaron semanas asediados sin noticias del exterior: "Imagínese, si a los adultos allí (los rusos) les decían que Ucrania había dejado de existir, ¿Qué no harán con los niños? Les pueden incluso decir que han nacido en Rusia y no en Ucrania".

Inessa Vertach, madre de un niño deportado

Inessa Vertash, madre de Vitali, un niño ucraniano deportado. / El Periódico

Asimilación cultural

Este análisis es compartido por Miroslava Jarchenko, abogada en Save Ukraine, otra de las oenegés implicadas en el rescate de los menores, quien sostiene que la deportación no es más que "un paso más" en el proceso de "asimilación cultural" que Rusia experimenta en Ucrania "desde hace ocho años", en las provincias ocupadas de Donetsk y Lugansk. Dadas las limitaciones a los contactos con el país enemigo, son los padres o familiares autorizados quienes deben viajar en persona hasta Rusia para recoger a sus hijos, mientras que Save Ukraine se limita a organizar la logística, preparar los papeles necesarios y a financiar los viajes. "Con cada expedición, surgen nuevas dificultades; temo incluso que la orden de arresto del CPI (contra Vladímir Putin y la comisionada Maria Lvova-Belova) pueda crear nuevos problemas", ya que cada niño que regrese es un potencial testigo de "un crimen" tan grave. La prueba viviente de estas dificultades y trabas es Svitlana Simak, de 55 años y abuela de Anastasia, una niña de Jersón que en verano, en plena ocupación rusa, se empeñó en seguir a sus compañeros de clase e instó a su tutora a aceptar la oferta de vacaciones en Crimea. "Fue un viaje muy largo. Tuvimos que pasar por varios países hasta llegar a Crimea; necesitamos una semana de ida y otra de vuelta", rememora Svitlana.

Son los menores acogidos en instituciones ucranianas, ya sean huérfanos o pertenecientes a familias sin recursos, los más expuestos a la deportación, denuncia Volodímir Sagaydak, director en funciones del Centro de Rehabilitación de Niños de Jersón. Cuando llegaron los invasores rusos, Volodímir entendió en seguida sus intenciones respecto a los menores bajo su tutela. "Escondí a casi todos, a algunos los envié con sus abuelos, otros con sus tíos, solo me quedé con cinco huérfanos que no tenían a dónde ir", recuerda. Durante los meses de ocupación, recibió en varias ocasiones la visita de las tropas rusas, a veces acompañados de agentes del FSB o incluso de periodistas rusos. "Se llevaron los discos duros de los ordenadores" y no cesaban de preguntar "donde estaban los niños".

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