El descontento francés

Disturbios, huelgas ilimitadas, cortes de carretera... Las protestas mutan en Francia

Tras la aprobación a través de un decretazo de la reforma de las pensiones, se multiplican las acciones de contestación y ganan en relevancia las violencias urbanas

Madrugada de disturbios en las calles de París

Madrugada de disturbios en las calles de París

Enric Bonet

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¿Los líderes sindicales se están viendo desbordados por sus bases en Francia? Tras la aprobación el jueves con un decretazo gubernamental de la impopular reforma de las pensiones, la indignación ha subido varios peldaños en el país vecino. Eso ha favorecido una mutación incipiente de las protestas contra el Gobierno de Emmanuel Macron y el aumento de la edad mínima de jubilación de 62 a 64 años (con 42 o 43 años para recibir una pensión completa). 

A la espera de otra gran jornada de huelgas y manifestaciones el 23 de marzo —será la novena en dos meses—, se han multiplicado las acciones en los últimos días, como los cortes de carreteras o protestas espontáneas con disturbios urbanos, además de las huelgas ilimitadas, como la del servicio de recogida de basura en París, que resulta especialmente notoria. 

Francia vivió su segunda noche de disturbios urbanos del viernes al sábado. La policía informó de 61 detenciones (la noche anterior habían sido más de 200), tras los enfrentamientos entre manifestantes y antidisturbios en la céntrica plaza de la Concordia. Los incidentes más graves ocurrieron en Lyon, donde un grupo de black-blocs (jóvenes agitadores de extrema izquierda) penetró en un ayuntamiento de distrito e hizo una hoguera en su interior, rápidamente apagada por los bomberos.

Aumentan los disturbios

Después de dos meses de marchas multitudinaria —las más numerosas en este siglo XXI— con un ambiente festivo y pacífico, las primeras violencias urbanas han cobrado cierta relevancia. No obstante, estos disturbios resultan de mucha menor intensidad que durante la revuelta de los chalecos amarillos. La comparación de cifras es cristalina. El 8 de diciembre de 2018, hubo hasta 2.000 detenidos (más de 1.000 en París) en una de las protestas más agitadas de ese heterogéneo movimiento y reprimida con gran dureza por parte de la policía (varios manifestantes perdieron un ojo ese sábado en la capital). Este viernes se contabilizaron poco más de 200 detenidos y unos 300 el jueves.

“No me parece nada grave que haya disturbios. Debemos mostrar al Gobierno que va directo contra la pared si continúa de esta manera”, explicaba a EL PERIÓDICO Antoine Kintz, de 21 años, que terminó recientemente sus estudios en Arquitectura y ahora mismo está en el paro. Era uno de los pocos miles de jóvenes que se concentraron el viernes por segunda tarde consecutiva en la plaza de la Concordia, enfrente de la Asamblea Nacional. “La situación resultará aún más tensa si no hay un cambio de Gobierno”, aseguraba Kintz refiriéndose a las mociones de censura que se debatirán el lunes. Una de ellas tiene opciones, aunque pocas, de prosperar. Si así sucediera, tumbaría la reforma de las pensiones y al actual Ejecutivo de Élisabeth Borne

La policía respondió a estas concentraciones de jóvenes —hasta ahora los estudiantes habían tenido un rol secundario en las movilizaciones contra la reforma de las pensiones— prohibiendo este sábado todas las manifestaciones en Concordia y en los Campos Elíseos en París. En plena revuelta de los chalecos amarillos, el Parlamento francés aprobó a principios de 2019 una ley mordaza que castiga con penas de hasta seis meses de prisión y multas de 7.500 euros a aquellos que participen en manifestaciones prohibidas.

Por consiguiente, los manifestantes se conformaron con concentrarse en otro punto en el sudeste de la capital. Allí hubo barricadas en llamas con las montañas de basura que se acumulan en las calles parisinas. Los manifestantes lanzaron fuegos artificiales a los antidisturbios. También tuvo lugar una protesta espontánea en uno de los principales centros comerciales de París.

Los basureros, símbolo de las protestas

Desde la aprobación el jueves de la reforma a través del polémico artículo 49.3 de la Constitución, las manifestaciones se reproducen todos los días en Francia. También hay ocupaciones de rotondas y cortes de carreteras en varios puntos del país, al más puro estilo de los chalecos amarillos. Consciente del fuerte cabreo en la población, el gabinete de la primera ministra recomendó a los ministros que no efectúen desplazamientos fuera de París en los próximos días.

Además, el decretazo dio un nuevo empujón a los paros laborales ilimitados, que tenían un impacto menor (excepto en la recogida de basuras) y mostraban síntomas de fatiga. La CGT anunció que la principal refinería de combustible volvió a quedar paralizada.

El 49.3 “nos ha dado más fuerza para continuar. En esta situación no vamos a parar la huelga”, afirma Nicolas Roussel, de 48 años, un conductor de un camión de recogida de la basura en la capital. Trabaja en un centro de recogida municipal que estaba bloqueado desde el 6 de marzo y donde la policía intervino con dureza el viernes. “Golpearon con porras y lanzaron gas lacrimógeno a los basureros”, lamentaba Olivier Nabe, de 49 años y delegado sindical de la CGT en este sector.

Aunque la prefectura (Delegación del Gobierno) intervino para obligar a trabajar a algunos basureros y así garantizar unos servicios mínimos, la situación está lejos de haberse resuelto en París, donde se acumulan más de 10.000 toneladas de bolsas de desechos en sus calles. 

“Esta mañana apenas salieron diez camiones, cuando normalmente suelen salir unos 40”, explicaba Greg, de 45 años, un basurero que lleva cerca de dos meses ocupando y acampando en una de las mayores incineradoras de Europa. “Cuando trabajamos, los otros conductores nos insultan o nos pitan por la calle. Pero hace falta que dejemos de trabajar unos días para que quede claro que nuestra profesión es esencial”, añadía este militante sindical sobre un empleo con difíciles condiciones físicas y de salud: “Nuestra esperanza de vida es inferior a la de muchas otras profesiones”.

Los basureros se convirtieron en un símbolo de las actuales protestas en Francia. Las montañas de basura en las calles de París, así como en otras localidades, empiezan a degenerar en pequeñas barricadas en llamas. Una imagen simbólica de la ebullición creciente en el país vecino.