Guerra de Ucrania

Marc Marginedas desde Ucrania: Jersón, la ciudad invivible

Los habitantes de la capital de provincia que evacuaron las tropas rusas en noviembre se debaten entre los peligros de los francotiradores y los constantes bombardeos

El mal sueño de la ocupación y de los abusos cometidos por las fuerzas invasoras permanece fresco en muchos de los locales

La ciudad de Jersón intenta recuperar el pulso tras la ocupación rusa

Marc Marginedas | Enviado especial

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El reloj marca las 12 de la mañana, pero la avenida Ushakova, la amplia arteria de entre dos y cuatro carriles flanqueada por comercios y restaurantes que atraviesa el centro de Jersón y que conduce desde la estación ferroviaria al malecón del río Dniéper, ofrece un aspecto yermo e intimidante. Sin excepción alguna, los escasos vehículos que aún circulan por la travesía dan un brusco quiebro en alguna de las últimas bocacalles que convergen en el bulevar antes de alcanzar la corriente fluvial, en donde se vislumbra, desde la distancia, la proa de un barco de carga de respetables proporciones. En tiempos de paz, el espigón fluvial, donde se erige un monumento dedicado a los primeros marinos, era uno lugares favoritos de los lugareños para el paseo. Ahora, esta suerte de Moll de la Fusta en versión jersonense, es un espacio vetado para el esparcimiento, sin duda uno de los rincones más peligrosos de esta urbe de casi 300.000 habitantes, donde, a decir de las autoridades locales, francotiradores rusos apostados en el margen contrario pueden abrir fuego en cualquier momento contra toda silueta humana que se deje ver por esos andurriales.

En noviembre pasado y contra pronóstico, las tropas rusas decidieron no presentar batalla y prefirieron evacuar Jersón, la única capital provincial que lograron controlar en los primeros días de la invasión, ante las dificultades que presentaba para los mandos militares en Moscú mantener la posición. Pero, pese a los meses transcurridos, esta localidad marinera e industrial situada junto al delta del río más importante de Ucrania está muy lejos de recuperar atisbo alguno de normalidad ciudadana, a diferencia de ciudades como Kiev o Járkov. La presencia de las tropas del Kremlin en el margen opuesto del Dniéper, que bombardean y hostigan sin cesar a los locales parapetadas en sus posiciones, complican y dificultan hasta el extremo el día a día, ahuyentando a quienes intentaron regresar y condenando a los que aún permanecen en la localidad a una existencia de privaciones y peligros. El mal sueño de los nueve meses de ocupación rusa y de los abusos cometidos durante la misma permanece fresco en la memoria de los ciudadanos.

Sin vistas al río

Svetlana Vinograd, de 76 años, y Ludmila Pultar, de 64, habitan uno de los edificios del barrio portuario junto a una fábrica panificadora. Y aunque ambas residen en precarios apartamentos próximos a la orilla, dan las gracias al cielo de que su fachada carezca de vistas al río, de que "otros dos edificios" estén haciendo de parapeto frente a los peligros procedentes de la orilla fluvial contraria. "Nada más llegar los nuestros (las tropas ucranianas) nos prohibieron ir al río a buscar agua porque había francotiradores", explica una de ellas. Eran días en que este suministro vital se había cortado y para muchos habitantes, acudir con cubos al Dniéper era la única manera de aprovisionarse del líquido elemento.

Svitlana Vinograd y Liudmila Pultar, dos vecinas de Jersón.

Svetlana Vinograd y Ludmila Pultar, dos vecinas de Jersón. / ROMÁN SUMKO

Con el año nuevo, las principales amenazas vinieron en la forma de bombardeos que, según sostienen estas dos mujeres, pueden durar días seguidos, obligándoles a permanecer jornadas enteras escondidas en el sótano. "Del 24 al 29 de febrero (coincidiendo con el primer aniversario del inicio de la guerra) los bombardeos fueron permanentes; no podíamos salir a hacer nada", informa una de ellas, en tono cordial, sin perder en ningún momento la sonrisa y exhibiendo una dentadura en la que faltan algunas piezas, y otras están tintadas de brillante dorado.

Una pequeña rotonda presidida una estatua donde se halla representado un barco da la bienvenida a los vehículos que, tras cruzar un puente y superar un estricto puesto de control de las tropas ucranianas, se adentran en el barrio Korabl, palabra que, en la lengua vernácula, quiere decir precisamente 'navío'. En realidad, el lugar es geográficamente una isla separada del centro de Jersón por uno de los brazos en los que se divide la corriente pluvial poco antes de llegar al mar, y está poblado por elevadas viviendas de paneles, grúas portuarias y fábricas evacuadas. Es, además, el distrito urbano más castigado por la artillería rusa, donde los escasos habitantes que aun no se han marchado prefieren no hablar y se limitan a señalar los restos del último ataque artillero, que destrozó un supermercado de la cadena local Fresh y un local de Konsfiscat, marca también local de venta de prendas. La Cruz Roja ucraniana acaba de anunciar que suspendía la distribución de ayuda en los centros especializados de Jersón debido al peligro que representan las aglomeraciones ante los ataques artilleros.

Un cartel en ucraniano en una calle de Jersón con el mensaje "Queridos, sois libres".

Un cartel en ucraniano en una calle de Jersón con el mensaje "Queridos, sois libres". / ROMÁN SUMKO

Excesos cometidos

Los locales de Jersón tienen también que apencar con los recuerdos de los excesos cometidos por unos soldados que están posicionados a un puñado de kilómetros y que en cualquier momento podrían regresar. Anastasía es el nombre figurado de una enfermera en un hospital local que no quiere mostrar su rostro y que pasó mes y medio, desde principios de septiembre hasta mediados de octubre, en un centro de detención regentado por los rusos, por haber proporcionado medicamentos a un partisano. "Alguien me delató, no sé quien fue; vinieron primero por mí al hospital, yo estaba de vacaciones, y luego me detuvieron en casa; lo registraron y lo revolvieron todo, buscaban armas", explica. Tras el arresto, le vendaron los ojos y la introdujeron en un coche que estuvo dando vueltas por la ciudad durante una hora, para desorientarla.

Ya en la cárcel, fue interrogada en tres ocasiones, por inquisidores rusos que no se identificaban pero que presume pertenecían a algún cuerpo de inteligencia o seguridad. "Les identificaba por el acento; estaban especializados en aterrorizar a los presos mediante tortura psicológica; nunca había conocido a gente igual", relata. Aunque a ella, al ser de edad avanzada, no le pusieron la mano encima, sí recuerda los gritos de los hombres y mujeres jóvenes que eran torturados. "Con ellas empleaban los electrodos; a los varones les golpeaban de forma terrible; durante las noches era imposible pegar ojo", rememora. Entre el 20 y el 27 de septiembre se celebró el pseudoreferéndum de anexión de la provincia de Jersón a la Federación Rusa, en el que fue obligada a votar bajo "amenazas de muerte".

Un vehículo afectado por un bombardeo en una calle de Jersón.

Un vehículo afectado por un bombardeo en una calle de Jersón. / ROMÁN SUMKO

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