Catástrofe humanitaria

Luto en Turquía: "Las familias traen sus fallecidos al cementerio y los entierran ellas mismas"

La cifra de muertos por los terremotos del pasado lunes por la madrugada asciende ya a los 22.300

Miles de personas todavía permanecen atrapadas bajo los escombros

Terremoto Turquía. Aziz

Terremoto Turquía. Aziz / Adrià Rocha

Adrià Rocha Cutiller

Adrià Rocha Cutiller

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El lugar es pacífico, casi se podría decir que tranquilo. Las hojas de algunos cipreses y pinos le silban a la brisa gélida que le canta al lugar, mientras unos pocos pájaros acompañan la melodía. A los lados, cayendo por las ramas, algo de nieve en vías de derretirse se escabulle entre los árboles y se precipita en dirección al suelo.

Allí, en la tierra, cientos la reciben, descansan. Algunos de ellos yacen aquí desde hace años, décadas incluso. Otros, una minoría muy mayoritaria, desde hace tan solo unos días. "Este viernes es el primer día que está esto tranquilo. El primero desde el lunes. El jueves, todos los días anteriores… todo estaba lleno, familias enteras, muchísima gente. Todo rebosando", dice Husein, vecino del pueblo de Sekeroba, en la provincia turca de Kahramanmaras, el epicentro del terremoto del pasado lunes por la madrugada.

Alrededor del hombre, un cementerio cuyo tamaño rebasa toda expectativa: las lápidas y tumbas antiguas son casi igualadas en número por las nuevas, construidas a toda prisa durante las últimas horas. La tierra, los materiales, los nombres de los fallecidos lo delatan: no ha habido tiempo para explicar quién yace aquí, quién descansa más abajo porque ya llegan otros. Sekeroba, un pueblo de 11.000 habitantes, ha perdido más de 800 de ellos en una semana.

"Las familias, como pueden, traen sus fallecidos al cementerio y ellos mismos los entierran. No hay ningún servicio para ello. Hace unos días vino un fiscal al pueblo. Apuntó los nombres de los fallecidos que le dijeron y se fue. Ya está. Esta noche, por ejemplo, ha habido dos entierros. En uno de ellos había tres fallecidos. Eran una madre y sus dos hijos, que fueron encontrados muertos y abrazados. Sus cuerpos estaban unidos, había un olor muy fuerte", explica Hussein.

Ciudades y pueblos

En el sureste de Turquía, todo ha sido desigual. El total de muertos, entre Turquía y Siria, asciende ya a los 22.300, pero cada región afectada ha recibido un castigo distinto; una pena rebajada o aumentada conforme la orografía y las placas tectónicas que recorren el lugar. Pero en una misma zona, el trato también ha sido distinto: los equipos de rescate —turcos e internacionales— han llegado al lugar, pero se han centrado, sobre todo, en la entrega de ayuda y las tareas de rescate en las ciudades, donde hay, por supuesto, más gente atrapada bajo las ruinas y necesitada encima de ellas.

Los pueblos, también afectados, han sido casi abandonados. Allí, la ayuda casi no ha llegado. "Hemos recibido agua, comida, algunas medicinas... todo esto llegó hace tan solo un par de días —dice Aziz, vecino del pueblo del lado de Sekeroba, Beyoglu, también en la provincia de Kahramanmaras—. Ha venido ayuda en forma de comida, pero no hemos recibido tiendas suficientes y esto es un problema. No tenemos electricidad, ni productos sanitarios y de higiene suficientes. Ir al baño está siendo un problema, y si esto sigue así podríamos enfermar".

La ayuda, dice Aziz, aunque tarde, ha llegado, gracias a Dios. Pero los equipos de rescate nunca lo hicieron. "Yo mismo saqué a dos personas [de los escombros]. Les había caído su edificio encima, y los conseguimos sacar después de que falleciesen. Yo no saqué a nadie con vida, pero otros vecinos sí que consiguieron hacerlo. Aquí y en otros pueblos... todos tuvieron que hacerlo con sus propios recursos", dice Aziz, y que claro, que él lo entiende, que hay tantos daños, tantos muertos, que es imposible llegar a todo, pero que igualmente uno no puede llegar a comprender lo que es sacar a un vecino muerto de unos escombros, en su pueblo, en su casa, su vecino.

"No sé qué más decir… solo que únicamente espero que nadie más tenga que pasar por lo que hemos pasado en este pueblo", dice Aziz.

Tiendas, tiendas, tiendas

Sekeroba, cinco días después del terremoto, se ha convertido en una montaña de ruinas, techos en el suelo, salones y comedores tirados en la calle, gallinas y vacas entre escombros y, sobre todo, tiendas y hogueras rodeando toda la destrucción.

Pero son pocas, aseguran sus habitantes, muy pocas han llegado, y hacen falta muchas más para poder cobijar a todos. La mayoría, cinco días después, sigue durmiendo a la intemperie: "¡Por favor, por favor! Dígaselo a sus superiores. Les estamos agradecidos, de verdad, y necesitamos esta comida, pero de verdad que lo que más nos hace falta son tiendas, no hay suficientes, no hay para todos", pide una mujer a un voluntario que, con su camión, ha traído bollos y pastas al pueblo.

A lo lejos, Halil, un padre de familia y ganadero local, mira la escena. El hombre tuvo suerte: su casa, aunque ha quedado inutilizable, aún aguanta en pie, aunque si se la mira con algo de fuerza las paredes podrían ceder. El lunes, después del terremoto, Halil y su mujer pudieron volver al interior, armarse con plásticos, telas, cuerdas: crearse su propia tienda de campaña. Desde entonces, duermen allí.

"Por suerte ahora estamos bien. Con nuestras gallinas y la ayuda que recibimos tenemos todo lo que necesitamos para aguantar estos días —dice Halil—. Pero esa noche… En esa casa del fondo, la destrozada, hicimos agujeros desde el techo, así lo intentamos, así, como supimos. Un niño... una madre... el padre también... a todos los sacamos muertos".

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