Crisis en Brasil

Lula y los militares: una relación de desconfianza con la sombra de la posible traición

El asalto a las instituciones del 8 de enero evidencia la dificultad que existe para garantizar la subordinación de las Fuerzas Armadas al Ejecutivo

Simpatizantes de Bolsonaro levantan sus campamentos en las inmediaciones de Brasilia.

Simpatizantes de Bolsonaro levantan sus campamentos en las inmediaciones de Brasilia. / REUTERS / RICARDO MORAES

Abel Gilbert

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La ultraderecha se lanzó a tomar el poder en Brasil una semana después de la toma de posesión de Luiz Inácio Lula da Silva. El fracaso del asalto le dio carácter de urgencia a un problema que, se temía, en algún momento iba a estallar en las manos del presidente: el grado de autonomía que se han autoasignado las Fuerzas Armadas respecto de la autoridad ejecutiva. Se trata de una potestad que durante el pasado Gobierno de ultraderecha alcanzó dimensiones desconocidas en tiempos democráticos. Si bien los militares no se ocupan de controlar las calles, su empatía con el excapitán del Ejército, pagada con prebendas de todo tipo, fue entendida al menos por los golpistas como un velado respaldo a su propósito. El Ejército fue espectador displicente de los hechos que estremecieron a Brasil y al mundo. Le tocó a la policía militar enfrentar a la turba bolsonarista.

Esa certeza llevó al propio Lula a abordar el problema latente de las relaciones entre el Palacio Planalto y las instituciones castrenses. Al mandatario, negociador acostumbrado a decir en público las palabras justas a sus adversarios, para luego corregirlas en privado, si es necesario, no le quedó otra alternativa que llamar a las cosas por su nombre. Y por eso, el pasado jueves, habló de la connivencia de "mucha gente de las Fuerzas Armadas" con los invasores de la sede de los tres poderes del Estado.

Lula tuvo, además, la osadía, al menos retórica, de cuestionar la aspiración de los militares de funcionar como un "poder moderador". A caballo de la indignación que ha provocado el 8-E y los ecos todavía inquietantes de los extremistas que, frente a los cuarteles, reclamaron un golpe, exigió a los uniformados que se subordinen al Ejecutivo. Y añadió: "Las Fuerzas Armadas saben que su papel está definido en la Constitución. Y eso es lo que quiero que hagan bien".

Años de cogobierno

La era de Bolsonaro se definió por algunos números: su Gabinete de ministros contó con apenas dos mujeres, una presencia apenas estadística de afrobrasileños y, a la par, un 72% de las carteras ocupadas por militares. "En los últimos cuatro años, se ha manipulado a las Fuerzas Armadas para que sirvan de legitimación a un Gobierno que ha faltado al respeto a las instituciones y ha desmantelado la capacidad del Estado para prestar servicios esenciales a la población. Y se hizo evidente que sectores del Ejército, engordados con un fastuoso tratamiento de las instalaciones, disfrutaban de este papel", señaló el exministro de Justicia, Eugênio Aragão.

Nunca como durante ese período se exaltó a la dictadura que gobernó entre 1964 y 1985. El culto al golpe de 1964 tiene como correlato la idea de que los militares son guardianes del orden interno. El nombre de Lula provoca arcadas en buena parte de los militares a pesar de que en sus dos anteriores mandatos los trató con guante de seda. Su retorno al Gobierno supuso de antemano la existencia de un vínculo de difícil armonización.

Comienzo con tropiezos

El general retirado Hamilton Mourão tuvo el privilegio de ser presidente por un día. Primero en la línea de sucesión de Bolsonaro, lo reemplazó cuando el excapitán se fue al estado de Florida en vísperas de la finalización de su mandato. En su brevísimo interinato, Mourão intentó ser salomónico: criticó a Bolsonaro pero también aseguró que el PT llegaba con "espíritu de revancha y sin apoyo francamente mayoritario". Para ser un ultra completo le faltó cuestionar el resultado de las elecciones.

El comandante de la Armada Almir Garnier, otro bolsonarista cabal, decidió romper con la tradición y no participar en la ceremonia de traspaso del mando de su fuerza. Al tomar posesión, el sucesor, Marcos Sampaio Olsen, tuvo la osadía de agradecer a Lula la "orientación y estímulo introductorios". El comentario del almirante se convirtió en un alboroto entre sus pares, según el diario carioca 'O Globo'. Oficiales de reserva comenzaron a difamarlo en grupos de WhatsApp.

"Estoy absolutamente convencido de que las Fuerzas Armadas seguirán disfrutando de los proyectos estratégicos de la presidencia", dijo al tomar posesión de su cargo el nuevo comandante de la Fuerza Aérea, brigadier Marcelo Kanitz Damasceno, y pidió "que la incomprensión de algunos de los más próximos revierta en comprensión futura". El general Julio César de Arruda maneja el Ejército. Por ahora no se le conoce ningún exabrupto. De Arruda ya tuvo que escuchar en persona los reproches de Lula por la inacción que desembocó en los sucesos del pasado domingo.

Frágiles contactos

El delgado hilo que conecta al poder Ejecutivo con los cuarteles se llama José Múcio Monteiro, quien maneja la cartera de Defensa y cuya cabeza ha sido reclamada por el PT debido a su miopía para anticiparse al 8-E. Al prestar juramento, el día 2, sostuvo que los campamentos de bolsonaristas frente a los cuarteles eran "una demostración de la democracia". Allí, dijo, había "familia y amigos" suyos. De esas vigilias salieron muchos de los asaltantes de Brasilia. No faltaron militares retirados o sus familiares. "La salida de Múcio sería un desastre", reconoció, no obstante, el diputado comunista Orlando Silva. "Una relación muy desgastada entre la política y las Fuerzas Armadas no conviene a la democracia", añadió. A Lula no le ja quedado otra alternativa que confiar en él para emprender la delicada y acaso improbable tarea de poner subordinar por completo a las Fuerzas Armadas. El Ejército, por lo pronto, ha emitido a una señal menos beligerante. El Ejército decidió este viernes (13) acusar al coronel de reserva Adriano Camargo Testoni, que participó en los actos golpistas del domingo (8) y atentó contra miembros del Alto Mando de la Fuerza. Decidió someter a proceso a un coronel de reserva que participó de la aventura golpista.

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