Tensión en Brasil

Seguidores de Bolsonaro asaltan durante unas horas el Palacio presidencial, la Corte Suprema y el Congreso

Bolsonaro se desmarca del golpe tras el asalto de seguidores suyos al Palacio presidencial, la Corte Suprema y al Congreso

Una turba de simpatizantes de Bolsonaro asalta el Congreso Nacional de Brasil

Agencia ATLAS

Abel Gilbert

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"Barbarie", dijo Luiz Inacio Lula da Silva, con la furia contenida. "Fascistas fanáticos", añadió cuando Brasil todavía no salía del estupor. A una semana de haber asumido, el presidente enfrentó la situación tan profetizada. Miles de seguidores del ultraderechista Jair Bolsonaro se concentraron en Brasilia ante la indiferencia de las autoridades capitalinas, invadieron los predios del Congreso Nacional y el Tribunal Supremo (STF), para dirigirse luego al Palacio Planalto, sede del Ejecutivo, con un mismo y alucinado propósito: pedir una intervención militar que desplace a Lula del Ejecutivo. Las fuerzas de seguridad retomaron el control de la situación después de varias horas de desconcierto y tensión. Fueron arrestadas al menos 200 personas y secuestrados 40 buses.

La aventura golpista tuvo lugar una semana después de la toma de posesión, en la misma ciudad y ante una multitud alborozada por la creencia en el inicio de un cambio de época. "Es muy triste de que después de la fiesta haya ocurrido esto", aseguró el mandatario, quien se encontraba en San Pablo. El episodio inédito en la historia política de Brasil, que incluyó la destrucción de parte del Parlamento, las sedes del Ejecutivo y del STF, se mira en el espejo de la tentativa de toma del Capitolio, en 2021, por simpatizantes de Donald Trump. Aquel hecho estremeció a Washington el 6 de enero de 2021. Dos años y dos días más tarde, el bolsonarismo más radical intentó repetir la cruzada desestabilizadora.

"La izquierda ha tenido muertos, desaparecidos y torturados pero nunca tuvimos en este país noticia de que ningún movimiento (de ese signo político) invadiera el Congreso. He perdido tres elecciones y nunca un militante de izquierda hizo esto. Vamos a descubrir quiénes financiaron a estos vándalos. Pagarán con la fuerza de la ley", remarcó Lula y apuntó directamente contra Bolsonaro. "Hay varios discursos del expresidente que estimularon (a los golpistas)". Sin nombrarlo, Lula lo llamó "genocida". El presidente del Tribunal Supremo Electoral, Alexander de Moraes, razonó en la misma dirección. "Los despreciables atentados terroristas contra la Democracia y las Instituciones Republicanas tendrán que rendir cuentas, al igual que los financiadores, instigadores, agentes públicos anteriores y actuales que continúan en la realización ilícita de actos antidemocráticos. ¡El Poder Judicial no le fallará a Brasil!".

Intervención Federal

Lula decretó la intervención federal hasta el 31 de enero. Su gobernador, Ibaneis Rocha, fue calificado de incompetente. Míriam Leitão, una influyente analista, aseguró que el Gobierno del capitalino actuaba "en connivencia" con los manifestantes. "Justo antes del motín, policías del Distrito Federal charlaron y se tomaron fotos con la gente de la horda. Muchos de los bandidos golpistas abandonaron el campamento terrorista frente al Cuartel General del Ejército para realizar incursiones contra las Tres Poderes, escoltados por la misma policía", señaló otro comentarista, Vinicius Torres Freire. El secretario de Seguridad Pública en esas horas de pavor era nada menos que Anderson Torres, el exministro de Justicia de Bolsonaro, quien recibió en Estados Unidos, donde disfrutaba de unas vacaciones, la noticia de su exoneración.

Los gobernadores de todos los estados federales expresaron su repudio por un acto calificado de terrorista. "Cobardemente disfrutando de sus vacaciones en Florida, Bolsonaro siempre podrá decir que no tuvo nada que ver con el ímpetu de sus seguidores. Ahora la puerta está abierta a una reacción aún más dura por parte del Departamento de Justicia, lo que en última instancia podría beneficiar a Lula", sostuvo Folha de San Pablo.

Bolsonaro se desmarca

Y eso es lo que hizo el exmandatario: desmarcarse de los acontecimientos que estremecieron al país y al mundo. "Las manifestaciones pacíficas forman parte de la democracia. Sin embargo, depredaciones e invasiones de edificios públicos como las ocurridas hoy, así como las practicadas por la izquierda en 2013 y 2017, escapan a la norma", ha dicho a través de Twitter. "A lo largo de mi mandato, siempre he estado dentro de las cuatro líneas de la Constitución respetando y defendiendo las leyes, la democracia, la transparencia y nuestra sagrada libertad". A su vez, criticó a Lula por señalarlo como el responsable de la intentona. Bolsonaro habló de "acusaciones sin pruebas". Distintos representantes de la derecha ya habían tomado distancia de los bolsonaristas radicales.

Profecía autocumplida

El ex presidente del STF, Marco Aurélio Mello, dijo que la invasión golpista a las sedes de los tres poderes es un episodio "mucho peor" que el del Capitolio. "Estoy consternado. ¿Dónde estaba el Estado que no previó esto?".Desde el triunfo de Lula en la segunda vuelta electoral del 30 de octubre, con el 50,9 % de los votos válidos frente al 49,1 % de Bolsonaro, el bolsonarismo no dejó de impugnar el resultado que ha permitido la vuelta al Gobierno del Partido de los Trabajadores (PT). Durante días, se bloquearon carreteras y se instigó a los uniformados a evitar el inicio de la tercera presidencia del exsindicalista.

La avanzada ultra terminó convirtiéndose en una profecía autocumplida. Para el diario carioca O Globo, "el motín en la capital es la crónica de una crisis anunciada". Días antes de la toma de posesión de Lula fue desarticulado un atentado terrorista en Brasilia. Los bolsonaristas se mantuvieron imperturbables en sus acciones frente al cuartel general del Ejército en la capital brasileña. El Gobierno entrante se dividió entre recurrir a la vía represiva de grupos que buscaban alterar la el orden democrático y la creencia de que ese movimiento desestabilizador se diluiría con el correr de los días. Ese último escenario no se ha correspondido con la realidad.

El sábado, el ministro de Justicia, Flávio Dino, más proclive a resolver enérgicamente el problema surgido en el espacio público, había prometido terminar con las agitaciones antes del 6 de enero. Dino había autorizado la actuación de la Fuerza Nacional de Seguridad. La decisión fue tardía. Antes de que ese grupo de élite tomara cartas en el asunto, Brasilia ya ardía. Los simpatizantes del excapitán retirado convirtieron finalmente en acciones sus palabras incendiarias. Los edificios que simbolizan el equilibrio institucional de Brasil quedaron en sus manos. La policía militar intentó frenar la embestida de los bolsonaristas con gases lacrimógenos. Los extremistas atacaron vehículos de las fuerzas de seguridad, lanzaron fuegos artificiales, barras de hierro y otros objetos contra los uniformados.

El factor castrense

El "domingo negro" de Brasilia promete coletazos dentro y fuera del Gobierno. El ministro de Defensa, José Múcio, caminaba por una cuerda floja. Mientras se veían las imágenes de la destrucción, los medios no dejaron de recordar que, al asumir, había calificado de "manifestaciones democráticas" las concentraciones golpistas frente a los cuarteles. Buena parte de los brasileños esperaban una respuesta contundente de las Fuerzas Armadas. El Ejército en particular había tolerado las reuniones desestabilizadores frente los cuarteles. No faltaron voces en la sociedad civil que reclamaron que las investigaciones no solo alcancen a empresarios de ultraderecha y policías sino también a uniformados que podrían estar relacionados con el incidente político e institucional más grave en Brasil desde que, a mediados de los ochenta del siglo pasado, se recuperó la democracia.