Cambio en Brasil
Lula asume el mando sin chaleco antibalas para no dar una sensación de zozobra a la fiesta
La fiesta del cambio de Gobierno transcurrió con la mirada puesta en la ultraderecha
Una multitud acudió a la tercera posesión de Lula bajo rigurosas medidas de seguridad
Abel Gilbert
Corresponsal en Buenos Aires
Especialista en América Latina y doctor en comunicación. Ha cubierto los principales acontecimientos políticos regionales durante las últimas dos décadas para El Periódico. Es autor de ocho libros, tres de ellos en colaboración, y se apresta a publicar otros dos.
"Esperé cuatro años para ver a Lula volver a la cima. Dios existe". El cartel que sostenía una mujer, se fue aproximando a la Explanada de los Ministerios y marcó el tono esperanzador de la nueva era política de Brasil. "El pueblo toma posesión", rezaba otra pancarta en las inmediaciones de la escena donde Luiz Inacio Lula da Silva se aprestaba a recibir los atributos de mando y comenzar su tercer Gobierno. El sol arreciaba en Brasilia en horas de la mañana. Una multitud, más de 300.000 personas, rodeó el corazón administrativo y arquitectónico del distrito capital, un verdadero monumento al modernismo diseñado por Oscar Niemeyer durante la segunda mitad del siglo XX.
"Queremos ver a Lula", se gritó con entusiasmo a partir del momento en que se supo que el flamante presidente recorrería junto con la Primera Dama, Rosângela Silva, más conocida como Janja, 1,4 kilómetros en el Rolls-Royce descapotado que simboliza las tradiciones republicanas de ese país y debió llevarlo primero al Congreso y luego a la sede del Ejecutivo. El jefe de Estado se había negado a su vez a utilizar un chaleco antibalas, a pesar de los temores que circundaron a la ceremonia de traspaso de mando después de conocerse sobre el fallido intento de un atentado terrorista, el pasado lunes.
La noticia dominical de que la policía había arrestado a un bolsonarista con un cuchillo y explosivos provocó cierta zozobra pero no modificó la decisión de Lula de negarse a blindar su recorrido ante los hombres y mujeres que habían acudido a Brasilia. Para Lula, su tercer período no podía iniciarse transmitiendo una sensación de inseguridad.
El trayecto más anhelado
Lula con jovialidad se subió Rolls-Royce, celosamente vigilado por cuatro hileras del equipo policías de civil. Su barba había sido prolijamente recortada. Ya no se trataba de agitar auditorios, como durante la campaña electoral, sino de presentarse ante el mundo como estadista, con un traje azul, ajustado al cuerpo. A medida que el carro avanzaba, el exsindicalista sostenía en alto su mano derecha, con la "V" de la victoria, pero, también, la "L" de su apellido. Janja, el vicepresidente Geraldo Alckmin y su esposa, saludaron, pero con mayor recato a los simpatizantes.
El temor latente
Los helicópteros sobrevolaron la ciudad. Después del mediodía, algunas nubes dibujaron en el cielo el aviso de posibles tormentas. La fiesta, que incluía numerosos conciertos, no se detendría. Había, sobre el suelo, nubes de preocupación en los responsables de la organización de la ceremonia. El bolsonarismo no dejó de ser un fantasma de cuerpo presente. La ultraderecha estaba rabiosa. En la noche del sábado, el vicepresidente Hamilton Mourão, mandatario por 24 horas tras la huida a Orlando, Estados Unidos, del excapitán del Ejército, dijo que la alternancia en el poder en una democracia "es saludable y debe ser preservada" y citó, en alusión clara a Bolsonaro, el silencio de dirigentes de un "protagonismo intempestivo y deletéreo" que permitieron que se creara un "clima de caos" en el país.
Como era de suponer, los seguidores más radicalizados del exjefe de Estado se enfurecieron al punto de rodear el cuartel general del Ejército en la noche del sábado para acusar a Mourão de haber claudicado de manera vergonzante. Ellos volvieron a pedir, claramente en minoría, que los militares impidieran que Lula asumiera su cargo. Los hijos del excapitán, los legisladores Flavio y Eduardo Bolsonaro, hablaron en nombre de su padre, refugiado en la casa de un practicante del kick boxing. A los vástagos le tocó por lo tanto dar los golpes retóricos. Para los integrantes del clan, a Mourão se le había caído la máscara.
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