Guerra en Ucrania

Regreso a Jersón: Lágrimas para sanar la herida rusa

Liberada hace un mes, la única capital de provincia ocupada por Rusia intenta volver a la normalidad, mientras los ataques se multiplican desde la otra orilla del Dniéper

Danilo, Daria y Milana, en su regreso a Jersón nueve meses después de huir por el inicio de la guerra.

Danilo, Daria y Milana, en su regreso a Jersón nueve meses después de huir por el inicio de la guerra. / FERMÍN TORRANO

Fermín Torrano

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En Jersón, las lágrimas de alegría recuerdan el terror ruso mejor que el sonido de la artillería golpeando la ciudad. Son nueve meses lejos de casa, muchas semanas de silencio, demasiados días sin besar a papá.

Apenas pone un pie en el suelo de la estación, Daria rompe a llorar. Su familia la espera a unos pocos metros de un andén nevado en el que destacan los colores vivos de la enseña ucraniana. Milana luce con orgullo la bandera sobre los hombros y Danilo sonríe en un mar de emociones de tres hermanos que huyeron a Kiev en las primeras jornadas de guerra.

En aquel momento, la capital era un lugar seguro a pesar de los helicópteros sobrevolando la ciudad, porque todo parece seguro después de ver desfilar por la calle tanques y soldados armados con kalashnikovs. Cuatro semanas después de la liberación de Jersón, ni las explosiones son capaces de interrumpir los besos cálidos de una calle a ocho grados bajo cero.

Reencuentros

Primero llegaron los medios, después el presidente Volodímir Zelenski y, desde entonces, refugiados de la única capital regional que el Kremlin fue capaz de tomar. Es el retrato de reencuentros que se repiten desde el 19 de noviembre, cuando 200 pasajeros bajaron del tren, tras 12 horas de viaje, que reabría el trayecto entre Kiev y Jersón.

"Nací aquí, vivo aquí y moriré aquí. ¿Por qué iba a marcharme?", se pregunta Edward en el único establecimiento abierto en las inmediaciones de la estación. Dependiente desde agosto en un supermercado abierto por las tropas de la Z, cuenta cómo la llegada de los rusos cambió la moneda de curso legal. En aquel momento, un rublo equivalía a 80 céntimos de grivna, pero tras la retirada, diez rublos no bastan para comprar una sola unidad. Algunos ucranianos, incluso, juntaron los billetes extranjeros y les prendieron fuego tras la reconquista.

"Fue el mejor día de nuestras vidas", confiesa Viktoria, recordando el júbilo por la entrada de las Fuerzas Armadas ucranianas a la plaza Svoboda (Libertad). "Yo sonreía (a los rusos) y les daba los buenos días, pero este no es su país. Que se vayan a su casa".

Propaganda y trampas

Anécdotas de un conflicto en el que acostarse con un pasaporte puede no significar nada con la llegada del amanecer. Ahora, sin embargo, el problema es otro. Los ciudadanos se agolpan en sucursales bancarias incapaces de absorber la demanda de un pueblo que apenas ha podido trabajar ni ganar dinero, y que necesita acceder a sus ahorros para comer.

Es un estado de necesidad en el que todavía se puede observar el rastro de los ocupantes por las calles, como un cartel de gran tamaño con una niña rubia que sonríe en la avenida principal. Junto a ella, un mensaje: "Rusia aquí para siempre". "Jersón es Ucrania", se lee por encima, pintado con spray. Algo previsible en un enclave que se manifestó desde el inicio contra la ocupación y que llegó a hacer retroceder el avance de blindados que no entendían cómo responder.

A diferencia de su salida atropellada en el norte, los hombres de Putin sí supieron –al menos en parte– organizar su retirada, y destruyeron la infraestructura energética para castigar a la población. También escondieron artefactos explosivos en juguetes, platos y lavadoras de civiles. En una ciudad de fuerte presencia partisana, las autoridades aseguran haber encontrado, al menos, cuatro centros de tortura y documentado 154 casos de violaciones. El número de desaparecidos es una incógnita.

"Va a ser una nueva Mariúpol", asegura Yulia, de 26 años, que regresa para poner a salvo a su abuela. Como ella, 180 residentes se marchan, de media, cada día desde mediados de noviembre. Son viajes en tren en los que agentes de seguridad criban todas las identidades para evitar dejar escapar a colaboracionistas del invasor.

Un compañero halla el cuerpo sin vida de Denis Fediunin, fallecido por un bombardeo ruso.

Un compañero halla el cuerpo sin vida de Denis Fediunin, fallecido por un bombardeo ruso. / FERMÍN TORRANO

Éxodo

De los 300.000 residentes que tenía la urbe antes del 24 de febrero, apenas quedan 60.000. Algunos huyeron al territorio controlado por Kiev y otros a Rusia. Una vía facilitada por el Kremlin tras la anexión, mediante referéndums ilegales, de las cuatro regiones ocupadas: Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón.

Según el Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW, por sus siglas en inglés), Putin ha perdido alrededor de 70.000 kilómetros cuadrados entre marzo y noviembre, terreno similar a la suma de Catalunya, Comunidad Valenciana y Murcia. La recuperación por parte de Moscú, sostiene el Ministerio de Defensa británico en uno de sus últimos informes, es "muy improbable".

Quien no celebrará el final de la guerra es Denis Fediunin. Tampoco otro medio centenar de civiles que han muerto en la ciudad desde la liberación por los bombardeos de un enemigo que se encuentra a escaso kilómetro y medio de distancia. Empleado en la compañía de aguas, a Fediunin lo mató un fragmento del proyectil que reventó su puesto de trabajo.

Volodymyr, el médico de emergencias que certifica su muerte e identifica el cadáver, parece acostumbrado, y repite la misma idea que otros muchos vecinos dejan escapar estos días en la ciudad: "Nací, me crie y moriré en Jersón". Aunque, añade, "todavía no sé cómo".

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