Geopolítica en el Golfo

El Mundial escenifica la aceptación (casi) definitiva de Catar en la región

Los líderes de Arabia Saudí, Egipto y Emiratos han viajado hasta Qatar dejando de lado su oposición hacia el emirato al que sometieron al boicot y el aislamiento durante tres años y medio

Simpatizantes saudís en el Mundial de Catar sostienen globos con las iniciales del príncipe saudí Mohamed bin Salman.

Simpatizantes saudís en el Mundial de Catar sostienen globos con las iniciales del príncipe saudí Mohamed bin Salman. / EFE / NAIL HALL

Andrea López-Tomàs

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La ceremonia de inauguración del Mundial de Catar regaló una imagen para la historia. Tres líderes árabes sentados de lado fueron protagonistas de una instantánea inimaginable hace menos de dos años. El príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed bin Salman, y el presidente de Egipto, Abdelfatá el Sisi, impulsores del bloqueo a Qatar, ahora aplauden a su emir gobernante, el jeque Tamim bin Hamad al Zani. “Qué bonito es que las personas dejen de lado lo que las divide para celebrar su diversidad y lo que las une al mismo tiempo”, celebraba el emir durante su discurso. Lejos de ser el apestado del Golfo que fue durante tres años, Qatar se convierte en el escenario de apretones de manos y reconciliaciones históricas.

Fueron años duros para Catar. Después de dar apoyo a los islamistas que llegaron al poder en Egipto y en otros países tras la Primavera Árabe del 2011, los países vecinos cortaron relaciones diplomáticas con el emirato y emprendieron un agresivo boicot. Las naciones del Golfo Pérsico, con Arabia Saudí a la cabeza, veían esas manifestaciones como una amenaza a su Gobierno autocrático y hereditario. Por ello, las autoridades saudís cerraron las fronteras marítimas y la única terrestre y cortaron las rutas aéreas. En enero del año pasado, gracias a la mediación de Kuwait, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Egipto pusieron punto y final al boicot a Catar.

Ahora, la pequeña península del Golfo Pérsico es testigo y escenario de las nuevas aparentemente buenas relaciones con sus antiguos enemigos. Mohamed Bin Salman, conocido por sus iniciales MBS, viajó con su más elevada delegación a la inauguración del primer Mundial en una nación árabe y musulmana. También en la tribuna estaban el egipcio Sisi, el gobernante de Dubai y primer ministro de Emiratos, el jeque Mohamed bin Rashid al Maktoum, y el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. Este último, partidario también de los islamistas, brindó un salvavidas vital a Catar durante la crisis.

Vuelos desde países vecinos

No había ningún líder occidental en la grada en un gesto más del rechazo a esta Copa del Mundo por el trato a los trabajadores migrantes, a las mujeres y a la comunidad LGBTQ+ de las autoridades catarís. Pero, aún así, el jeque Tamim estaba pletórico. Después de tres años y medio de aislamiento, el Gobierno de Catar ya no es acusado de apoyar el terrorismo ni de entrometerse en los asuntos internos de los países vecinos. Ahora, MBS se viste con una bufanda con los colores de la bandera Catarí y su homólogo hace lo mismo con el verde saudí. Mientras, muchos aficionados usan Arabia Saudí como base y vuelan cada día a Catar para asistir a los partidos.

También los cercanos Emiratos se están beneficiando de la celebración del Mundial en su país vecino en materia hotelera. Pero eso no implica que las relaciones entre los gobiernos fluyan con tanta ligereza como los puñados de aviones diarios que conectan ambos países. Tampoco la cercana Bahréin, una isla a apenas 32 kilómetros del juego, quiere tener nada que ver con Catar. La población bahreiní se levantó en masa durante el 2011 para ser rápidamente aplastada por una enorme violencia de las fuerzas de seguridad y una posterior persecución a la disidencia. Tal vez por ello no hay aún vuelos directos entre Bahréin y Catar. 

Ciudadanías cautas

Aunque los dirigentes insisten en mostrar su cercanía, la ciudadanía del Golfo sabe que todo lo que sube baja. En Arabia Saudí, el boicot a Catar coincidió con la mano dura contra la oposición y los defensores de derechos humanos. Muchos activistas saudís fueron encarcelados bajo las acusaciones de simpatizar o tener vínculos con Catar. Algunos aún siguen entre rejas. Así que la población se mantiene cauta al expresar el mismo entusiasmo que sus líderes. Simplemente, no lo hacen. Pero no muestran reparo en celebrar cada victoria de un equipo árabe, desde Marruecos hasta Arabia Saudí, pasando por Túnez o hasta Catar.

Pese a que el boicot no duró mucho, su agresividad separó a pueblos conectados durante siglos por el paisaje, la tradición y el poder. Por ello, volver a un escenario de alianzas necesitará lustros. Aún se resiste la simple aceptación de las autoridades emiratís y bahreinís. En Catar, de momento, están contentos. El Mundial es un escaparate al mundo y, pese al criticismo inicial, el balón rueda con agilidad por el césped desde hace días. Más allá de las tribunas, esa pasión por admirar a la pelota deslizarse sobre verde puede convertirse en otra herramienta más para que los pueblos del Golfo vuelvan a unirse.

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