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Inflación y guerra: cuando Hitler quiso bombardear Londres con dinero

Tres episodios históricos ilustran la íntima relación entre los conflictos bélicos y la subida de precios

Los falsficadores

Los falsficadores / CUADERNO DEL DOMINGO PELICULA LOS FALSIFICADORES

Daniel G. Sastre

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Inflación y guerra han ido a menudo de la mano. Y no siempre la subida de los precios ha sido, como sucede con la invasión de Ucrania a manos de la Rusia de Vladímir Putin, una consecuencia del conflicto; en ocasiones, se ha tratado de usar la inflación misma como arma para derrotar al adversario.

Eso es lo que intentó hacer la Alemania nazi con Gran Bretaña durante la segunda guerra mundial. El episodio es bastante conocido: en 'The secret front', publicado en 1954, un antiguo mando nazi austriaco, Wilhelm Hoettl, lo dejó negro sobre blanco, y la información se amplió con otro libro en 1961. Una película austriaca de 2008 que recoge el asunto, 'Los falsificadores', incluso ganó el Oscar a la mejor película de habla no inglesa.

La 'operación Bernhard', que fue como los nazis llamaron al plan, consistió en el intento de provocar el colapso de la economía británica a través de la inflación. La estafa fue planeada pocos días después de que comenzase la guerra. No puede decirse que los jerarcas alemanes priorizaran la delicadeza a la hora de ejecutar el proyecto: la idea consistía en, literalmente, bombardear Gran Bretaña con billetes de libras esterlinas. Cuando se le presentó el plan a Adolf Hitler, que le dio su aprobación, se le habló de que miles de millones de libras se dejarían caer sobre las cabezas de los ciudadanos de las islas.

Para ello, necesitaban previamente falsificar el dinero, y esa parte la llevaron a cabo en 1940: los alemanes lograron duplicar casi a la perfección tanto el papel moneda británico como todas las marcas que dificultaban la falsificación de las libras.

"La idea de los alemanes era fabricar moneda falsa, pero muy bien hecha, para lanzarla sobre Inglaterra. Si hacían aumentar el poder adquisitivo de la población, pero el número de productos que se podían adquirir seguía siendo el mismo, se podía generar un mercado negro con precios muy altos, porque todo el mundo tendría mucho dinero. El plan era crear caos y descontento entre la población", resume Xavier Cussó, profesor del departamento de Economía e Historia Económica de la UAB.

El plan cambió posteriormente, y en vez de lanzarlo desde aviones sobre Gran Bretaña, se decidió utilizar el dinero para pagar operaciones de guerra. Ayudados por algunos expertos judíos que estaban internados en campos de concentración, y que fueron obligados a trabajar para sus captores, decenas de millones de libras falsas se pusieron en circulación por este método casi hasta el final del conflicto. La unidad que las fabricaba se iba moviendo conforme los aliados liberaban los campos de concentración en que se alojaban los judíos que trabajaban en ella. Cuando fue desmantelada, la unidad estaba ultimando la falsificación de dólares norteamericanos.

El escritor Lawrence Malkin considera, en su obra 'El falsificador de Hitler', que los prisioneros llegaron a falsificar 132 millones de libras, lo que representaría el 15% del dinero que estaba en circulación en aquel entonces en Gran Bretaña.

Una propina de 400 millones de marcos

Unos años antes, la resaca de la primera guerra mundial había provocado el inicio de la obsesión alemana con la inflación. La frágil República de Weimar no resistió las turbulencias económicas que llegaron después de la derrota alemana, con la mayoría de sus vecinos, los vencedores de la guerra, exigiendo reparaciones que los derrotados no podían pagar. Las famosas imágenes de gente yendo a comprar productos básicos con una carretilla llena de billetes son de estos años.

El economista John Kenneth Galbraith resume la situación y explica algunas ilustrativas anécdotas en su libro ‘Un viaje por la economía de nuestro tiempo’. “A principios de 1923, con la intención de hacer cumplir los términos del Tratado de Versalles, los franceses ocuparon el Ruhr. Para entonces, los precios subían de un día para otro, y pronto empezaron a subir cada hora. A lo largo de 1923, aproximadamente la mitad de las prensas de imprenta de Alemania estaban imprimiendo dinero”, escribió. Y añadió que, en el verano del mismo año, un congresista de Estados Unidos, A. P. Andrew, consiguió un pequeño lugar en la historia al recibir 4.000 millones de marcos a cambio de siete dólares, pagando a continuación 1.500 millones de marcos por una comida en un restaurante y dejando una propina de 400 millones de marcos”.

Antes de que la situación colapsara y el Gobierno consiguiera una estabilización momentánea con la creación de una nueva moneda, el retenmark, el Reichsbank había disparado la emisión de billetes. Si en diciembre de 1921 había emitido moneda por valor de 113.600 millones de marcos, esa cifra llegó en diciembre de 1923 a 496.507.424.800.000.000.000 de marcos. El recuerdo de esa hiperinflación marcó poderosamente la mentalidad de los alemanes y su política económica durante muchas décadas: la contención de la inflación es el principal objetivo que persigue aún hoy el Banco Central Europeo.

El “salario calórico” húngaro

Si, como dice el historiador económico británico Niall Ferguson, «el dinero no es metal, es confianza puesta por escrito», la inflación es una de las principales causas que pueden hacer que la población deje de confiar en la moneda como medio de pago. Suele citarse la república de Weimar como paradigma de periodo inflacionario, pero en realidad la subida de precios más desbocada de la historia tuvo lugar en Hungría unos años después.

"En el apogeo de la inflación húngara de 1946 los precios se duplicaban cada 15 horas, mientras que en los peores tiempos de la hiperinflación alemana de 1923 lo hacían cada cuatro días", recuerda el economista coreano Ha-Joon Chang. El billete con valor nominal más alto jamás emitido se puso en circulación en esas fechas en Hungría, y era de 100 cuatrillones de pengös. 100 cuatrillones es un 1 seguido de 20 ceros.

Para poner fin a la hiperinflación, el gobierno húngaro cambió la moneda: a partir del 31 de julio de 1946 se puso en circulación el florín. Pero en los meses previos, la desesperación por la derrota en la lucha contra la subida de los precios -y la consiguiente jibarización de los salarios de los trabajadores- llevó a las autoridades húngaras a poner en marcha un experimento curioso: el "salario calórico".

"Como resultado de los estados depreciados de los salarios reales, y de las dificultades impuestas por las interrupciones en la producción causadas por los constantes aumentos de los pagos de reparación de guerra, el gobierno de Hungría decidió implementar una forma de pago en especie llamado salarios calóricos", explica Eduardo Ata en su tesis 'La gran hiperinflación: Hungría 1945-1946'.

El objetivo de esta política era "asegurar a cada trabajador un salario real fijo" independiente de la inflación partiendo de la base de cuántas calorías necesitaba cada empleado para desarrollar una tarea particular. "Por ejemplo, un trabajo que requería gran esfuerzo físico requeriría un número mayor de calorías que un trabajo de oficina", recoge el estudio. La idea nunca entusiasmó a la población.

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