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Israel, un pueblo que no mira al futuro

En tres décadas, la mitad de la población israelí será ultraortodoxa y árabe, poniendo en riesgo el carácter judío y democrático del país

Bajo una amalgama de conflictos sin resolver, la sociedad israelí, variada y opuesta, vive a corto plazo con debates identitarios y políticos constantes

Dos judíos antes de un mitin del partido israelí Likud, liderado por Benjamin Netanyahu

Dos judíos antes de un mitin del partido israelí Likud, liderado por Benjamin Netanyahu / MENAHEM KAHANA / AFP

Andrea López-Tomàs

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La sociedad israelí vive sin la idea de futuro. Tampoco se instala en la romantización del pasado. Y así lo refleja su panorama político. En los últimos tres años y medio, el Estado hebreo ha sido escenario de cinco comicios. Los quintos se celebrarán el próximo martes. El pueblo israelí –si es que existe uno, entre seculares, ultraortodoxos y palestinos– apenas mira más allá del próximo año. Anclados en el conflicto por excelencia, no se detienen a atajar esos primeros síntomas de unos cambios que pueden alterar por completo el país y sus instituciones. La incapacidad de enfrentarse al mañana provoca una pérdida de contacto con la realidad, abocando a Israel a una esquizofrenia dentro y fuera de sus fronteras.

Para el 2055, la mitad de la población de Israel estará compuesta, a partes iguales, por la población palestina y por los judíos ultraortodoxos. El resto de judíos, aquellos artífices de la creación del Estado de Israel, los más seculares y progresistas, estarán por debajo del 50%. Cada vez más, aquella nación nacida como “el hogar del pueblo judío” hace casi 75 años ve cómo el proyecto nacional original sufre la erosión de una demografía irremediable, a la que las autoridades tampoco prestan demasiada atención. 

“Cuatro tribus”

Fue el propio presidente Reuven Rivlin quién alertó al país de las “cuatro tribus” en el 2015. Cogiendo como ejemplo a cuatro niños de pueblos de judíos nacionalistas religiosos, de palestinos de Israel, de judíos seculares y de ultraortodoxos o haredís, denunció que los pequeños “no se encuentran el uno con el otro, sino que son educados hacia puntos de vista totalmente diferentes, en relación con los valores básicos y el carácter deseado del Estado de Israel”. “¿Será éste un Estado secular, liberal, judío y democrático?”, se preguntaba el expresidente, “¿será un Estado basado en la ley religiosa judía? ¿O un Estado democrático religioso? ¿Será un Estado de todos sus ciudadanos, de todos sus grupos étnicos nacionales?”.

¿Hacia dónde va Israel? No hay tiempo para preguntárselo, o para reconducirlo. Los partidos políticos llevan un lustro enfrascados en campañas electorales, rifirrafes en la Knesset, el parlamento israelí, y en la afrenta imposible de meter a Binyamín Netanyahu entre rejas. Mientras, los ultraortodoxos y los palestinos de Israel lideran las tasas de crecimiento de la población. Las familias haredís tienen una media de 6,6 hijos, más del doble del promedio nacional y tres veces la tasa de los judíos seculares. Aunque sigue siendo elevada, entre los palestinos ha bajado a 2,9 en el 2022 del 9,2 en 1960. 

Pero estos números no son inocentes. “La afiliación de estos dos grupos poblacionales con el estado sionista es limitada, su participación en la fuerza laboral es menor que la de otros sectores y muchos no sirven en el ejército, pero ejercen una influencia política significativa, sobretodo los haredís”, alertaba Shmuel Evens del Instituto para los Estudios de Seguridad Nacional hace un año. Precisamente, la clave de la gobernanza, y del consecuente fin a la inestabilidad política, está, en gran parte, en manos de los políticos ultraortodoxos, debido a la gran división entre el resto de partidos no haredís que aún representan el 62% de la población.

Conflictos sin resolver

Este desequilibrio político que ya caracteriza a Israel nace de un conglomerado de conflictos por resolver. Sin conversaciones de paz desde el 2014, la resolución de las enemistades con los palestinos sigue estando muy lejos. Y aún más alejados quedan los días en que el posicionamiento de un partido respecto al diálogo con los palestinos era relevante en campaña electoral. Mientras aumentan los grupos sociales con menos carácter democrático, como los haredís, la soga alrededor del cuello del pueblo palestino se va apretando.

Mayo del año pasado fue la constatación de que hay problemas que no pueden ser ignorados. Si no, se vuelven letales. La agresiva ofensiva israelí sobre Gaza que acabó con más de 250 vidas provocó el enojo y la ira de los palestinos de Israel. Movidos por la solidaridad y el hartazgo de décadas siendo ciudadanos de segunda, las ciudades mixtas se convirtieron en la escenificación de la ruptura de la convivencia. Los disturbios acabaron con sinagogas, casas y automóviles incendiados. También varias personas murieron, víctimas de la abierta expresión de odio entre judíos y palestinos vecinos.

Israel ya no sabe hacia dónde va. ¿Cuántos Israels caben en un mismo país? Las encuestas para las próximas elecciones muestran uno solo. Los líderes ultraortodoxos, abiertamente racistas y homófobos, catapultarán, de nuevo, a un hombre corrupto y sagaz que busca perpetuarse en el poder tras 15 años gobernando, mientras presume que Israel “es la única democracia de Oriente Próximo”. No sólo la demografía desafiante amenaza su sistema democrático, también es esta incapacidad de gobernar que bebe de un ciclo electoral sin fin. Mientras sigue escondiendo su amalgama de conflictos debajo de la alfombra, la sociedad israelí se instala en la esquizofrenia. Sin una cura pronto, la enfermedad puede tornarse crónica.

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