Guerra de Ucrania

"¿Quieres que te rematemos de un disparo?": los dos meses bajo cautiverio ruso de un soldado ucraniano

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Un prisionero de guerra relata a EL PERIÓDICO su paso por los hospitales rusos y sus experiencias en el campo de batalla

El soldado ucraniano Antón Krutenko pasó dos meses bajo cautiverio ruso tras ser capturado mientras combatía en el noreste de Ucrania.

El soldado ucraniano Antón Krutenko pasó dos meses bajo cautiverio ruso tras ser capturado mientras combatía en el noreste de Ucrania. / RICARDO MIR DE FRANCIA

Ricardo Mir de Francia

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Antón Krutenko iba por su tercera vida cuando los soldados rusos le capturaron. Fue el pasado 26 de marzo en el noreste de Ucrania, apenas un mes después del inicio de la guerra. Su unidad estaba apostada en una aldea pegada a las fronteras de Járkov, Lugansk y Donetsk cuando se vio sorprendida por el fuego intenso de la artillería rusa. "Nos quedamos sin armas para luchar y el comandante ordenó la retirada al ver que los rusos venían a por nosotros", recuerda ahora junto a un hospital militar en Odesa. Durante la huida, trataron de esconderse en un bosque. Caían obuses como piedras de granizo y el regusto del metal se le incrustó en la boca, poco antes de que dos balas le atravesaran el cuerpo. Fue entonces cuando se dio cuenta de que la hojarasca del horizonte no era en realidad más que el camuflaje de seis militares rusos.

Krutenko trató de coger la metralleta para defenderse, pero su mano no se movía. Sangraba abundantemente por el estómago y uno de los antebrazos, relata ahora antes de mostrar las cicatrices que tatúan su cuerpo. Seguía consciente, pero incapaz de levantarse cuando los rusos se le acercaron apuntándole con los fusiles. 

-- ¿Quieres que te rematemos de un disparo?, le preguntaron. 

-- No, quiero vivir –respondió retorciéndose en el suelo. 

Tres de sus camaradas estaban muertos. Otro fue rematado in situ tras caer malherido. Un quinto acabaría como él rodando por los hospitales rusos, sin saber si volvería vivo a casa o acabaría sepultado bajo las inexistentes estadísticas de las bajas militares de esta guerra, que se acerca a su octavo mes.

Para Krutenko la guerra había comenzado el mismo día en que se alistó en el Ejército, un 26 de abril de 2021, justo un año antes de ser capturado, fecha del infausto aniversario de la catástrofe de Chernóbil. Hasta entonces se ganaba la vida como policía local en su Donbás natal, pero el hambre de prosperar ingresando en la policía nacional no le dejó más opciones que sacarse un título universitario que no podía pagar o servir tres años en el Ejército. 

Bombas de racimo y fósforo

Ya con el uniforme, el conflicto congelado del Donbás no tardó en mutar en una bestia mucho más devastadora cuando Putin dio la orden de invadir Ucrania. Krutenko, que tiene ahora 34 años, barba lampiña y unos ojos azules que de tanto en tanto se desenfocan como los de un niño asustado, fue enviado a defender la frontera de Járkov con Rusia como parte de un destacamento de infantería de asalto. Un día a día de perros en aquellos primeros compases de la guerra, cuando Rusia avanzó sin vacilar, antes de estancarse en Kiev y mucho antes de que Ucrania comenzara a recuperar terreno con su contraofensiva. "La lucha fue durísima. Bombardeaban con tanques, aviación, artillería, bombas de racimo y fósforo, que lo quema todo allá donde cae. Nos pasábamos los días corriendo por los bosques", afirma Krutenko. "Las cosas solo empezaron a cambiar cuando llegó la ayuda militar extranjera y empezamos a destruir sus depósitos de armas".

Entre medio estuvo a punto de morder el polvo en dos ocasiones. La primera quedó semienterrado en una trinchera, con contusiones y plomo en la saliva, después de que una bomba de la aviación cayera a solo unos metros de su posición. La segunda casi no lo cuenta por un descuido. Los suyos huían a pie en desbandada atacados por "decenas de tanques" rusos, cuando se dio cuenta de que había olvidado el arma en su vehículo y corrió a recogerla. No le dio tiempo. Justo antes de llegar, un cañonazo reventó el vehículo y lo arrastró varios metros. "Fue el 7 de marzo, la fecha de mi segundo nacimiento", dice ahora cogiendo aire antes de responder. 

En sus palabras hay poca épica. La guerra, dice, es como una noche de sueños torturados. "Cada día llamaba a mi madre para despedirme. Se pasa mucho miedo en el frente, solo los idiotas no tienen miedo, aunque la adrenalina y las ganas de vengar a tus camaradas te ayudan a seguir luchando".

Y entonces le capturaron. Subido a un coche y más tarde a un tanque, donde se desmayó por la sangre que perdía, fue trasladado hasta un hospital de Svatove (Lugansk), en las zonas controladas por los rusos y sus aliados separatistas. Por el camino le robaron las botas y le confiscaron la documentación.

Intercambio de prisioneros rusos y ucranianos en Chernígiv, el pasado 22 de septiembre.

Intercambio de prisioneros rusos y ucranianos en Chernígiv, el pasado 22 de septiembre. / SERVICIO DE SEGURIDAD DE UCRANIA

Hospitales rusos

El Lugansk fue sometido a la primera operación, antes de ser trasladado hasta Voronezh el 1 de mayo, una ciudad en el suroeste de Rusia, a unos 330 kilómetros de Járkov. Allí todo se volvió más angustioso. "Las enfermeras preguntaban a la policía militar por qué nos habían traído. No querían tratarnos y les pedían que nos dejaran morir. Sugirieron matarme con una inyección letal y decir que había muerto de coronavirus", afirma en un relato que no ha podido ser verificado por este diario.

Acabó en una sala junto a otros cuatro prisioneros de guerra ucranianos, todos ellos atados a las camas con esposas. Un día uno de los guardas de la policía militar se puso unos guantes tácticos y molió a puñetazos a un soldado de Kiev atado a la cama; luego se ensañó a patadas con otro de Mikolaiv que no hablaba ruso y tenía la pelvis rota, afirma Krutenko. La Convención de Ginebra es larga, pero en esencia sostiene que "los prisioneros de guerra deben ser tratados humanamente en todas las circunstancias".

Prisioneros torturados

Su siguiente parada fue Kursk, también en Rusia, donde la actitud hacia los prisioneros "mejoró". Allí les obligaban a cantar el himno ruso y a estudiar libros sobre la Crimea anexionada que debían recitar a la policía militar. Y nuevamente los volvieron a interrogar sin descanso. "Querían saber la localización de nuestras unidades, el tipo de armamento que usamos y la ubicación de nuestros depósitos de armas", recuerda ahora. Y aunque en el hospital de Kursk la actitud del personal fue más amable, cuando los pacientes mejoraban se los llevaban a una celda de aislamiento en una prisión cercana. "A mí me salvaron mis heridas, pero otros fueron torturados. Lo sé porque uno de los transferidos tuvo que volver porque le habían roto la pierna y el brazo en los interrogatorios".

Y así hasta principios de julio, cuando Krutenko se enteró que había sido incluido en una lista de intercambio de prisioneros. El 12 de junio fue transferido desde Kurk hasta Simferopol (Crimea) y finalmente liberado en Jersón el 28 de ese mismo mes, en un acuerdo supervisado por la Cruz Roja Internacional para trocar 17 prisioneros de guerra ucranianos por 17 rusos. "Lo más difícil fue vivir permanentemente sin saber que estaba pasando en Ucrania. Nos daban información falsa. Decían que Zelenski y Biden preparaban un nuevo Holodomor –el particular holocausto ucraniano perpetrado por Stalin—y que las tropas rusas habían ocupado casi todo el país". Nada más ser liberado Antón Krutenko llamó a su hermano para decirle simplemente que estaba vivo.

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