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La guerra de Ucrania, camino del congelador

Mandos militares auguran un estancamiento invernal, predicen un endurecimiento ruso y ven improbable, pero no imposible, un ataque nuclear táctico

Soldados ucranianos inspeccionan un carro ruso destruido en Pesky-Radkivski, 150 kilómetros al este de Jarkov. Atef Safadi - Efe

Soldados ucranianos inspeccionan un carro ruso destruido en Pesky-Radkivski, 150 kilómetros al este de Jarkov. Atef Safadi - Efe / Atef Safadi - EFE

Juan José Fernández

Juan José Fernández

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En junio pasado, la observación de la guerra de Ucrania era para los militares españoles bien informados una cuenta atrás. Esperaban una contraofensiva de Kiev. Y la información que manejaban fue buena: el contraataque se desencadenó en verano, ha dado resultado a sus promotores y aún está en curso.

Ahora, cuando se les pide opinión, cinco expertos de las Fuerzas Armadas señalan de nuevo el calendario. Nueva cuenta atrás, antes de que el invierno congele la guerra. No camina el reloj hacia la resolución del conflicto, sino hacia su enquistamiento, y no solo entre el barro y el frío, también ante una previsible solidificación de la defensa rusa.

“Ucrania tiene prisa por aprovechar el ímpetu de su contraofensiva y alcanzar el máximo de objetivos antes de que llegue diciembre, incluso a riesgo de no pararse a consolidar lo ganado”, explica uno de los militares a los que ha preguntado EL PERIÓDICO, cuatro de ellos de alta graduación y todos en activo.

Corrobora otro de los observadores: “El factor tiempo correrá más a favor de Rusia que de Ucrania en invierno; es más fácil defender que atacar”. Y un tercero añade: "Es mucho más difícil avanzar en invierno si ese invierno es duro".

En esta previsión, todos coinciden en criticar uno de los mitos que está edificando la propaganda ucraniana de guerra: “Es estúpido creer que la conscripción rusa va a aportar solo marginados, borrachos y enfermos mentales, como parece si miras las redes sociales", indica el más excéptico. "Si el reclutamiento forzoso precipitado da lugar a colapsos y abandono de material será más por la quiebra logística que ha infligido Ucrania a Rusia que por falta de combatividad. A priori, los civiles rusos convertidos en soldados a la fuerza no tienen por qué ser peores que los civiles ucranianos que también han tenido que tomar las armas”, acuerda uno de los jefes militares consultados.

Reclutas rusos se despiden de sus familias en Moscú el 7 de octubre.

Reclutas rusos se despiden de sus familias en Moscú el 7 de octubre. / EFE Maxim Shipenkov

Todos admiten, en cualquier caso, que el nuevo contingente que prepara Moscú tiene un serio problema en la falta de iniciativa sobre el terreno de sus suboficiales, anulados por la forma de funcionamiento del ejército ruso. En pleno combate, la cadena de órdenes se les vuelve letalmente torpe.

Guerra proxy

Uno de los expertos, veterano del arma acorazada, advierte de que, en guerra, cualquier previsión puede quedar en conjetura. “Ningún plan sobrevive al contacto con el enemigo”, dice recordando al mariscal Helmut von Moltke.

Pero sí hay unas cuantas certezas. La primera, y general, es que la invasión de Ucrania se ha consolidado como “guerra proxy”, o sea, un conflicto que libra un país a través de un tercero.

Estados Unidos combate contra Rusia a través de los ucranianos, como en el pasado hizo en Afganistán a través de los muyahidines. Por eso este trimestre puede continuar la denegación del aire a los aviones y drones rusos y por eso seguirá la artillería ucraniana golpeando al invasor mientras este, cegado, trata de responder practicando el terrorismo con ataques de drones y misiles sobre edificios civiles.

“El factor tiempo correrá más a favor de Rusia que de Ucrania en invierno; es más fácil defender que atacar”, afirma un experto militar.

La primera previsión viene servida, en origen, por el planteamiento ruso de invasión: El general Shoigu y el estado mayor ruso confió en que una avalancha de blindados y tropa bastaría para poner en fuga al gobierno de Volodimir Zelensky, y no anuló primero la defensa antiaérea ucraniana, recuerdan todos los consultados.

En marzo, la acción de los cohetes Stinger -que un solo hombre puede disparar desde cualquier punto- se hizo temible para aeronaves volando por debajo de los 5.000 metros. Pero el clavo más poderoso que fija en el suelo a los aviones rusos es el sistema Nasams de misiles, uno de los que protegen a la Casa Blanca, y que Estados Unidos ha entregado a Ucrania proporcionándole la capacidad de impedir ataques rusos desde alturas de 15.000 metros.

Los drones que Rusia adquirió a Irán, además, están siendo anulados con frecuencia -no toda la que desearían los civiles atacados- por armamento antidron similar al estadounidense que Ucrania estaría montando en una factoría de Ivano-Frankivsk, en el oeste del país.

Lanzacohetes Himars, en una demostración de la fuerza aérea norteamericana.

Lanzacohetes Himars, en una demostración de la fuerza aérea norteamericana. / U.S. AIR FORCE ZUMA PRESS

Apuntalan la segunda previsión, la del martilleo artillero, las baterías autotransportadas de cohetes Himars. Empleados para atacar los centros de mando y los canales de aprovisionamiento rusos por detrás de sus líneas, "han sido fundamentales en la contraofensiva", dice uno de los mandos militares.

Y también pueden serlo en una probable recuperación de Kherson por la que apuesta la mayoría de estas fuentes. No tanto por la de Mariupol. La ciudad portuaria, para Ucrania escenario de inmolación de su infantería de Marina y su batallón Azov, es para Rusia una puerta de Crimea que no puede perder, y uno de los parcos triunfos que ha podido vender Vladimir Putin.

A misilazos

Ya no se verán tantos hombres emboscados entre la hierba en las praderas, esperando con un tubo oscuro al hombro la llegada de un mastodonte de acero. En la nueva fase de la guerra perderá protagonismo el Javelin americano, que la propaganda ucraniana subió a los altares por su letal efectividad contra los vehículos acorazados rusos –letal como, más discretamente, los lanzagranadas C90 de la firma aragonesa Instalaza donados por España, algunos incautados por los rebeldes prorrusos del Donbás-. Ahora el Javelin “ya no resulta útil en el combate contra posiciones defensivas”, explica uno de los generales.

Es por una cuestión de proporción del gasto: la jabalina es demasiado cara -175.000 dólares cada cohete- para ser empleada contra búnkeres y parapetos. Los puede destruir, desde luego, pero el valor de lo que destruye es mucho menor que el de un carro T-80. Y Rusia no desplegará columnas blindadas defendiendo, como sí hizo atacando.

Ucrania no tendrá carros que cazar, pero sí centros de mando y líneas de defensa y aprovisionamiento que castigar. Por eso, avanza uno de los expertos, “será el momento de los misiles y la artillería de precisión de 155 milímetros”. Y eso vale también para Rusia, por lo que es de esperar un invierno lleno de fotogramas de escombros y vecinos despavoridos en los telediarios.

De nuevo los cohetes lanzados desde baterías Himars serán clave en el frente. Y también los disparos del obús “Triple 7”, a los que el GPS lleva hasta objetivos distantes 50 kilómetros.

Pero los Himars permiten además a Estados Unidos graduar el conflicto. Washington lo hace no entregando a Ucrania misiles de mayor profundidad, limitando a 70 kilómetros el alcance de los disparos de Kiev; no golpear territorio ruso es clave para evitar el siguiente escenario.

Nuclear, no gracias

Las amenazas de recurso al arma nuclear táctica formuladas por Putin en septiembre han alimentado inevitables especulaciones en Occidente sobre cómo atacaría Rusia, si dispararía un proyectil de dos kilotones –el de Hiroshima tenía 14- contra una ciudad ucraniana de retaguardia –Leópolis o Ivano-Frankivsk, con sus almacenes de ayuda militar occidental- o cerca del frente, contra una unidad tipo batallón o brigada y su centro de mando...

“Después de un ataque nuclear ¿qué? Aunque fuera táctico, deja a Rusia sin opción de negociar. Es una 'game change' que lleva a la nada”, calcula un mando del Ejército Español

A favor de la hipótesis nuclear no solo juegan las amenazas de Putin, o el constante alardeo de tertulianos fanáticos en la televisión pública rusa; también detalles como el reciente ascenso a general de Ramzan Kadirov, el señor checheno de la guerra, uno de los partidarios del ataque atómico en el ala ultra del putinismo. Su ascenso es todo un guiño: Kadirov tiene tres hijos combatiendo, "y pone en ridícula evidencia a los hijos de los oligarcas, que están fuera de Rusia", interpreta uno de los expertos.

Pero, aunque dos de los expertos ven hoy más cerca el incidente atómico que al inicio de la guerra, la mayoría lo descarta. “Después de un ataque nuclear ¿qué? Aunque fuera táctico, deja a Rusia sin opción de negociar. Es una game change que lleva a la nada”, calcula, de los encuestados, el más ligado al trabajo estratégico. “El uso del arma nuclear táctica negaría también la zona afectada a Rusia. Sus blindados están en peor estado de lo que parecía, y no pueden atravesar una zona contaminada por radiación”, argumenta el experto en carros. “Ni a Rusia ni a Estados Unidos interesa una escalada nuclear”, insiste el anterior.

Europa, a prueba

Pero otros riesgos se ciernen sobre Ucrania. Kiev “podrá continuar avanzando mientras la ayuda occidental fluya, pero Estados Unidos y Gran Bretaña han cedido ya buena parte de lo que pueden enviar -advierte uno de los mandos-, y no está garantizada la continuidad en el tiempo de este nivel de apoyo”.

Además, el cierre del grifo gasístico pondrá a prueba la cohesión europea, un tablero en el que “no es lo mismo la postura ante Putin de Hungría y Bulgaria, ésta con un gobierno inestable, que la de Polonia y los países bálticos”, advierte.

Quizá el frío –el climático y el económico- fuerce a revisar su firmeza a una Europa con mucho menos gas para calentarse. Y mientras la convicción europea hiberna, si Ucrania no consigue derruir este otoño la resistencia del invasor –un gran colapso ruso no es descartado por ninguno de los encuestados-, en el Donbás se endurecerá el frente. Hará de argamasa la desesperación de sus pobladores: cuanto más avancen los ucranianos hacia la frontera rusa, más pueblos hallarán llenos de vecinos rusófilos temiendo la exclusión o la venganza de los nuevos liberadores. "Ucrania ha ganado la guerra de la comunicación y la propaganda, pero no ha seducido a esos rusófilos del Donbás", opina.

Forenses ucranianos, ante restos recuperados de una fosa común en la localidad reconquistada de Lyman.

Forenses ucranianos, ante restos recuperados de una fosa común en la localidad reconquistada de Lyman. / EFE Yevgen Honcharenko

Algunas de estas fuentes manejan la posibilidad de que el enquistamiento invernal dé paso en primavera a un alto el fuego, aun precario. Siempre "pasaría por garantizar a Rusia una franja ancha ante sus fronteras, que aleje los Himars de su territorio”, explica uno de los estrategas.

Pero eso es un futurible, conjetura. No lo es que el tiempo pasa sobre la crisis ucraniana y su negro corolario de tragedias humanas, con los muertos aflorando a borbotones en las fosas comunes de las zonas recuperadas por Kiev, con los reclutas provincianos de la federación rusa abordando tristemente el tren y con el mundo pendiente de la gesticulación nuclear de Moscú.

Se petrifica la impresión acuñada en abril entre los militares occidentales, cuando el ataque ruso se estancaba en una ratonera: “Putin ha sido engañado dos veces –concluye uno de los generales que ha accedido a hablar con este diario-: sus consejeros no le dijeron la verdad sobre el estado de sus fuerzas armadas, y su servicio de inteligencia falló sobre el estado de las fuerzas de Ucrania”.

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