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La ultraderecha ya condiciona el gobierno en Suecia, la cuna de la socialdemocracia

El país rebaja el cordón sanitario que mantenia con la fuerza de extrema derecha, que se ha convertido en la segunda fuerza

Akesson

Akesson / ANDERS WIKLUND

Natàlia Araguas

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En plena euforia de noche electoral, cuando ya estaba claro que el partido ultraderechista Demócratas de Suecia (SD) había superado al Partido Moderado como segunda fuerza más votada, una de sus dirigentes saludó "Helg seger" con el brazo extendido ante las cámaras, copa en mano. Le faltó una letra para "hell seger", el saludo nazi sueco equivalente al "sieg heil" alemán, pero Rebecka Fallenkvist, candidata al consejo regional de Estocolmo pero sobre todo conocida como presentadora del canal de Youtube del SD Riks, fue rápida en aclarar que había querido decir "victoria de fin de semana", una fórmula gramaticalmente extraña para celebrar el resultado de su partido. "No tengo responsabilidades en lo que la gente interpreta, solo en lo que digo", quiso zanjar Fallenkvist el lunes. Se limitó a reconocer que no debió haber concedido aquella entrevista, a la que le faltaba sobriedad. 

Evitar arrebatos de ese tipo ha sido una de las principales misiones de Jimmie Åkesson desde que en 2005, con solo 26 años, se pusiera al frente de Demócratas de Suecia, fundado en 1988 por líderes del supremacismo nórdico. En 2006, el logo del partido pasó de ser una antorcha con la bandera sueca llameante –calcado del que por entonces exhibía el Frente Nacional del Reino Unido, abiertamente neofascista– a una inofensiva flor azul, una representación de la anémona hepática, muy común en los bosques suecos. Åkesson, que antes de ingresar en SD en 1995 militó en las juventudes del Partido Moderado, purgó de neonazis sus filas, reclutó tránsfugas de los llamados "partidos burgueses" y renunció al ‘Swexit’ en su camino a ser decisivo en la gobernabilidad de Suecia. “Un factor importante es el intento de desdiabolizarse de la extrema derecha, de presentarse como fuerzas no tan radicales, lo que no significa que entre sus militantes y dirigentes no haya elementos peligrosos”, explica Steven Forti, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona y autor del libro Extrema derecha 2.0. 

Bajo el mando de Åkesson, Demócratas de Suecia pasó del 2,9% de los votos en 2006 a entrar en el Riksdag (Parlamento Sueco) en 2010 con un 5,7%, con un programa que abogaba de forma desinhibida por una política de inmigración más restrictiva, recuperar la cadena perpetua y la expulsión inmediata para los ciudadanos extranjeros que delinquieran. A este discurso, SD contrapuso la defensa del estado del bienestar para los jubilados y las familias con hijos, llegando a hacer incluso un vídeo de campaña en el que una anciana se disputaba la pensión con un grupo de mujeres con nicab. En 2014, después de que Suecia admitiera a más de 160.000 refugiados sirios, SD alcanzó el 12,9% de los votos, que se convirtió en un 17,6% en las elecciones generales de 2018. Tras la última campaña electoral, marcada por el fuerte aumento de la violencia armada en las principales ciudades del país –en lo que va de año han muerto 47 personas por tiroteos, más que en todo 2021, recogía recientemente la BBC– Demócratas de Suecia se ha alzado con un 20,5% de los votos. El resultado forzó la dimisión de la primera ministra, la socialdemócrata Magdalena Andersson: la suma de SD con el bloque de centroderecha (moderados, cristianodemócratas y liberales) obtuvo la mayoría por solo tres escaños, 176 frente a 173.

“El contexto electoral les ha sido favorable, pero no es algo puntual. SD ha aumentado sus resultados de forma gradual por largo tiempo y se ha convertido en un colaborador aceptado en el Riksdag, al menos por algunos partidos”, advierte Johan Martinsson, investigador de Ciencias Políticas y director del Instituto SOM de la Universidad de Gotemburgo. Como factores específicos del aumento de la ultraderecha en Suecia, enumera “una inmigración inusualmente alta durante muchos años y de demandantes de asilo, además de la integración relativamente pobre de los nuevos inmigrantes en el mercado laboral. Sin olvidar la creciente preocupación por el crimen violento, que ha aumentado durante los últimos siete años: en el debate público, se ha vinculado a la inmigración de forma más o menos explícita”.

También los socialdemócratas endurecieron su discurso migratorio en campaña. Magdalena Andersson manifestó no querer “Chinatowns en Suecia, ni Somalitowns o Little Italies”, en unas declaraciones que pretendían ser antigueto y acabaron por pasarle factura. “La ventana de Overton, lo que es aceptable decir en una sociedad y lo que no, se ha movido en los últimos años gracias a la ultraderecha. Eso impacta en todos los partidos políticos y en la sociedad pero, como decía Le Pen, la gente prefiere el original a la copia”, reflexiona Forti. En Suecia, el líder del Partido Moderado, Ulf Kristersson, se ve en la tesitura de formar gobierno siendo la tercera fuerza más votada. En el último año, conservadores, cristianodemócratas y liberales han rebajado el cordón sanitario que mantenían con SD desde que entrase en el parlamento en 2010: parece que ahora se abren a pactar con el partido sin que entre en el ejecutivo. Pese a su afán de formar parte de un gobierno que ponga a Suecia “en primer lugar”, Jimmie Åkesson ha declarado que no quiere “forzar”. Para su partido, lo más importante es la política del nuevo ejecutivo, ha declarado. Marcarla, en la fórmula que sea. 

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