Luto en el Reino Unido

Isabel II, la hija del imperio británico | PERFIL

La reina de Inglaterra, nombrada monarca a los 24 años, conoció a 15 primeros ministros británicos y 12 presidentes de EEUU

Isabel II

Isabel II / TOBY MELVILLE / POOL / AFP

Begoña Arce

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Isabel II traspasó los límites de la historia y el tiempo. Su larguísimo reinado, arcaico, irreal, era una reliquia en el siglo XXI, que los británicos veneraban como un tesoro. El Reino Unido está de duelo por la mujer que ha sido una presencia al mismo tiempo íntima y distante en la vida de los ciudadanos de cualquier edad. Una figura omnipresente. Su efigie se replicaba en monedas, sellos, billetes de banco, retratos oficiales, o el óleo torturado de Lucian Freud. El himno nacional pedía a Dios su salvación. Surgía del pasado vestida con terciopelos, armiños y portando la descomunal corona imperial, demasiado pesada ya para su cabeza cana de nonagenaria. Verla avanzar solemne cada año en la ceremonia de la apertura del Parlamento era contemplar un ritual de inspiración divina que enlazaba con las viejas glorias de la nación que fue el mayor imperio del mundo.

A pesar del imponente atrezo, la soberana tenía poderes limitados bajo las normas del sistema democrático que a lo largo de siete décadas respetó escrupulosamente. Cabeza de la Iglesia Anglicana en un país hoy multirracial, con credos de muchas otras religiones, jefa suprema de unas fuerzas armadas con efectivos más y más reducidos, su mayor logro ha sido preservar la continuidad de la monarquía británica, con un nivel de popularidad incuestionable. En cada golpe, tras cada crisis, siempre recuperó las riendas. A ella se debe que, al término del reinado más longevo en la historia del país, los británicos sigan prefiriendo un régimen hereditario a una alternativa republicana.

A mediados de noviembre la soberana, ausente durante varias semanas por problemas de salud, había recordado que "ninguno puede frenar el paso del tiempo". Era un aviso de que también a ella le estaba llegando la hora final.

Lilibet, la reina inesperada

En el destino de Elizabeth Alexandra Mary, cuando nació el 21 de abril de 1926 en el barrio londinense de Mayfair, no figuraba el convertirse en reina. Su abuelo era el rey Jorge V, sus padres los duques de York, y ella, tercera en la línea de sucesión, estaba llamada a llevar una vida discreta y despreocupada como miembro de segunda fila de la familia real. La jerarquía sucesoria se trastocó cuando la traumática abdicación de su tío, Eduardo VIII, elevó a su padre, Jorge VI, al trono y la convirtió en heredera. La futura monarca tenía 10 años.

Lilibet, como la llamaban en familia, fue consciente de sus futuras responsabilidades desde muy pronto. Su 'nanny' durante años, Marion Crawford, habla de una niña "muy ordenada", "cuidadosa", "seria", "muy responsable". El sentido del deber sería siempre parte fundamental de su carácter. Se crio muy unida a su hermana menor, Margarita. La rivalidad vendría más tarde.

Ambas crecieron aisladas del resto del mundo. No fueron a la escuela, jugaban en jardines privados. Aprendió francés y, a los 13 años, comenzó a estudiar historia constitucional al tiempo que su padre la fue habituando en el manejo de documentos oficiales. De la niñez guardaría de por vida el cariño por los perros y los caballos, un amor por los animales que no le impidió disfrutar de incontables cacerías. La foto publicada en el año 2000 cuando con sus regias manos le retorcía el cuello a un faisán moribundo provocó un escándalo.

Reserva, cautela, personalidad secreta

La adolescente que los británicos descubrieron al final de la Segunda Guerra Mundial era una chica agradable de melena ondulada, baja estatura, prematuramente enamorada. Las responsabilidades llegaron pronto. Tenía 25 años cuando fue proclamada reina y para entonces ya estaba casada con Felipe de Edimburgo, fallecido en el 2021, y habían nacido dos hijos, Carlos, el heredero, y Ana. Años después llegarían otros dos, Andrés y Eduardo.

La nueva monarca era demasiado joven e inexperta, pero como Winston Churchill supo apreciar, tenía gran concentración, era capaz de absorber rápidamente la información y poseía un fuerte sentido de la disciplina. A eso se unió una reserva y cautela permanentes. Isabel II fue educada en el arte muy inglés de esconder las emociones, algo que mucho más tarde chocaría con el desborde sentimental en la era de las 'celebrities'.

Siempre en guardia, la soberana nunca se permitió una opinión en público y rehuyó las entrevistas. A pesar de tantas biografías, películas, documentales, obras teatrales y la serie 'The Crown', su personalidad ha sido un secreto. En las recepciones oficiales la fórmula de cortesía que empleaba en las breves conversaciones con millones de desconocidos era el inocuo y famoso "What do you do? (¿Usted a qué se dedica?)". El silencio y un gesto indescifrable fueron su escudo para cumplir con la neutralidad de la Corona. "Es una profesional", había dicho su nieto, el príncipe Guillermo, que siempre la puso como ejemplo.

Con 15 primeros ministros

Churchill fue el primero y Liz Truss la última de los 15 primeros ministros de Su Majestad. Once conservadores y cuatro laboristas. De las relaciones con todos ellos se ha especulado mucho y sabido poco. Ha transcendido la diferencia de opiniones y cierta tensión con Margaret Thatcher, la frialdad y escasa simpatía hacia Tony Blair.

En la audiencia semanal entre la soberana y el jefe del Gobierno de turno nunca hubo testigos ni micrófonos. Tenía la reputación de estar bien informada y verlas venir. "Lo ha visto todo, lo ha oído todo", ha declarado el conservador David Cameron. Cada día estudiaba los documentos confidenciales del Gobierno. Su jornada empezaba con una taza de te, las noticias de la BBC y el pronóstico de las carreras de caballos, donde competían a veces sus pura sangre.

La Commonwealth

Isabel II vio cambiar el mundo radicalmente. Su abuelo y su padre habían sido emperadores de la India, pero el imperio británico se había desintegrado cuando ella subió al trono. En 1949 se convirtió en la jefa de la Commonwealth, un título inventado para seguir asociando el Reino Unido a las antiguas colonias. Con ese propósito daría la vuelta al mundo decenas de veces. Aún ahora era soberana de 16 estados independientes, incluidos, quién sabe por cuánto tiempo aún, Canadá y Australia.

Como monarca constitucional conoció a 12 presidentes de Estados Unidos, el país que en su juventud remplazó al Reino Unido como mayor potencia internacional y ahora entra a su vez en declive ante el ascenso de China. Vivió la Guerra Fría, el peligro de una confrontación nuclear con Rusia, revivida ahora con la invasión de Ucrania y la caída del muro de Berlín y el final del comunismo. Crisis como la del Canal de Suez y guerras como la de Vietnam o Irak echaron abajo viejos equilibrios de las superpotencias. Fue también la reina que selló la paz en Irlanda del Norte y estrechó la mano de un antiguo dirigente del IRA, la organización que había asesinado a uno de sus familiares, Lord Mountbatten.

Dinero y escándalos amorosos

Considerada según la lista Forbes como una de las mujeres más ricas del mundo, los gastos de la realeza y los escándalos familiares fueron asuntos causantes de los momentos más impopulares de su reinado. La indignación estalló cuando en Palacio intentaron que los contribuyentes costearan la reparación de los daños provocados por un incendio en el castillo de Windsor. Ante la avalancha de críticas, la reina y su heredero se comprometieron a pagar por primera vez impuestos y reducir la lista de 'royals' que se benefician de subsidios y prebendas.

Aquel 1992, fue el annus horribilis, marcado por la separación del príncipe Andrés y Sara Ferguson y el divorcio de la princesa Ana y Mark Phillips. Un año más tarde llegaría la ruptura de Carlos y Diana. La muerte de la princesa de Gales en 1997 arrancó una ola de hostilidad hacia la soberana criticada por su frialdad. Una vez más, el temporal pasó. En las últimas dos décadas, ya bisabuela, su figura fue alcanzando una aprobación desbordante, que no han mermado ni la marcha de Enrique y Meghan, ni las acusaciones sexuales mal resueltas contra Andrés. La pandemia, la perdida de su esposo, la caída en desgracia de su hijo favorito y los achaques de la enfermedad y la vejez han lastrado sus últimos meses.

Con Isabel II concluye un siglo de la historia británica. La estabilidad que proporcionó a la Corona fue también el freno para la evolución de una monarquía demasiado apegada aún al pasado imperial. Su heredero, sin la popularidad de su predecesora, tiene por delante un fuerte desafío.

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