Crisis en el país anatolio

Cuando la inflación se descontrola: Turquía y una cesta de la compra imposible

El alza interanual de precios en el país anatolio se sitúa oficialmente en el 81%, pero estudios independientes colocan la cifra en el 176%

Mercado en la ciudad de Antioquía, en el sur de Turquía.

Mercado en la ciudad de Antioquía, en el sur de Turquía. / OMAR HAJ KADOUR

Adrià Rocha Cutiller

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Hace unos meses que la vida de Ebru y su familia cambió para mal. Antes, ella, su marido, y sus tres hijas podían salir un par de veces al mes a comer fuera; en el supermercado, no miraban tanto los precios, y ella, al hacer la lista de la compra, pensaba más en diversificar alimentos que en saciar estómagos

"El otro día fui al mercado y compré un tomate y tres pimientos. Le pedí perdón al tendedero, porque me dio mucha vergüenza. Él me dijo: 'No te preocupes, Ebru. No eres tú. Ya nadie compra más de dos pimientos y un pepino'. Qué vergüenza sufrí... me supo tan mal", dice esta mujer. Ella y su marido cobran el salario mínimo, dos salarios en casa, pero ni así les alcanza.

El motivo es la inflación desbocada que sacude a Turquía. Mientras en Europa, la inflación anual se sitúa en torno al 8% —en España está en una cifra récord del 10,8%—, en el país anatolio la inflación oficial está en un disparado 81%, aunque la investigación independiente de la empresa ENAGrup sitúa esta cifra en el 176%.

"La sociedad cada día que pasa es más pobre; cada día la situación es peor. Y el Gobierno intenta solucionar el problema con eslóganes, pero esto no llena los estómagos. La gente quiere comprar fruta, necesidades básicas, verdura, harina... Y ahora estamos en un momento en el que la mayoría de la sociedad turca no puede conseguir un mínimo de nutrición diaria", explica Veysel Ulusoy, director de ENAGrup y profesor de la Universidad de Yeditepe.

Comprar carne

Según una encuesta reciente, más de la mitad de los turcos han parado completamente o reducido drásticamente su consumo de carne. En el mercado, el alza de precios es vertiginosa: los números cambian casi a diario, y llenar la cesta, ahora, cuesta mucho más que hace una semana; el año pasado era otro mundo. 

Incluso en los restaurantes, los precios ya no se imprimen en los menús, sino que se colocan en etiqueta sobre etiqueta sobre etiqueta, actualizando las cifras, siempre hacia arriba. "Ya no podemos comprar carne. Antes, las niñas comían carne dos veces a la semana. Pero ahora ya no. Intento comprar algo de pollo, pero solo puedo hacerlo una vez cada 10 días...", se queja Ebru.

"Es increíble. Cuando recibo mi salario, va a la basura. Pago el alquiler, pago las facturas. Y ya está. Ya no queda más. No puedo comprarles nada a las niñas, ni un detallito, ni ir a ningún sitio. Ni los libros de la escuela", añade esta mujer. 

En primavera, una ola de huelgas y manifestaciones recorrió Turquía, y forzó al Gobierno de Recep Tayyip Erdogan a subir por segunda vez en seis meses el salario mínimo interprofesional, ahora situado en 5.500 liras turcas, el equivalente a 300 euros. El alquiler medio en Estambul, la mayor ciudad del país, está en torno a esta cifra.

El secreto está en los números

La situación es tan desesperada que, según el economista Ulusoy, el Gobierno "aprieta" las cifras para convencer a los inversores de que la inflación no ha llegado a las tres cifras. 

Pero Ulusoy y los miembros de ENAGrup están convencido de que sí lo ha hecho. Por ello, pagan las consecuencias: amenazas de procesos judiciales y destituciones. "Ellos saben que la cifra real es la que damos nosotros, y por eso estamos determinados a continuar pese a los obstáculos del Gobierno. La realidad es la que nota la gente en la calle", dice Ulusoy.

"Tenemos investigaciones en nuestra contra, casos judiciales. Y nos vendrán condenas en un futuro cercano. Pero no importa. Aquí seguimos", continúa este economista.

Mientras tanto, la lucha para la supervivencia de los turcos continúa, más con una guerra de Ucrania que ha disparado los precios de la energía en todo el mundo. Turquía —como la mayor parte de Europa— debe importar la gran mayoría de energía que consume.

"¿Cuántos años tengo? ¿Qué he hecho en esta vida? —se pregunta Ebru—. Todos mis esfuerzos han sido para que mis hijas puedan estudiar, para que puedan llegar adónde yo no he podido, para que puedan dormir en una cama cómoda, para que puedan comer comida decente, vivir en una buena casa, para que puedan ganarse con sus estudios un salario con el que vivir bien... No puedo conseguirlo. Estoy fracasando. ¿Se le puede decir a una hija que coma menos de lo que ella quiere porque no hay más?".

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