Nómadas y viajantes

No solo son las mujeres de Afganistán

Es pronto para saber qué efecto tendrán a largo plazo los 20 años de ocupación, cuáles serán las consecuencias de haber plantado, más mal que bien, la simiente de una cierta libertad. ¿Cuál será la respuesta de las mujeres empoderadas y de sus hijas que ahora deben guardar silencio?

Mujeres afganas.

Mujeres afganas. / periodico

Ramón Lobo

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Veinte años de presencia armada de EEUU y sus aliados en Afganistán no han modificado nada, al menos en apariencia. Washington expulsó en 2001 a los talibanes, creando una falsa imagen de libertad, hasta que en agosto de 2021 unos talibanes reforzados e igual de sectarios expulsaron a los occidentales y al gobierno títere de Ashraf Ghani.

La desesperación y caos vivido en el aeropuerto de Kabul, el ansia por escapar de decenas de miles de afganos, eran la imagen de un desastre anunciado: somos incapaces de modificar la vida de personas atrapadas en regímenes despóticos. Nos falta paciencia y sabiduría. Nos sobran intereses y propaganda.

Atrás quedaron aquellos que se creyeron el cuento de que les íbamos a llevar democracia y progreso. Quedaron atrás millones de mujeres afganas invisibilizadas de nuevo, sin derecho al trabajo, a la escuela y a la universidad, a tener un rostro fuera del burka.

Si Occidente hubiese escuchado en diciembre de 2003 a Malalai Joya, en su intervención de tres minutos en la Loya Jorja (Gran Asamblea de notables, todos varones), nos hubiésemos ahorrado mucho sufrimiento. Joya denunció que la Alianza del Norte estaba compuesta por asesinos y narcotraficantes. Eran nuestros aliados frente a los talibán

20 años de ocupación

Es pronto para saber qué efecto tendrán a largo plazo los 20 años de ocupación, cuáles serán las consecuencias de haber plantado, más mal que bien, la simiente de una cierta libertad. ¿Cuál será la respuesta de las mujeres empoderadas y de sus hijas que ahora deben guardar silencio?

Shamsia Hassani es una célebre artista afgana nacida en Teherán en 1988, ciudad de exilio de sus padres. Sus grafitis denuncian la situación de la mujer aplastada por el machismo. Regresó a Kabul en 2001, pero tuvo que escapar en 2021. No es la única artista que llenó los muros de la ciudad con imágenes de lucha, también es notable Negina Azimi. Los trabajos de ambas han sido destruidos por los talibán.  

Salma al-Shebab es una mujer saudí que estudiaba en la Universidad de Leeds, Reino Unido. Regresó a su país de vacaciones. Fue detenida, encarcelada y condenada por un tribunal especial de terrorismo a 34 años de cárcel por el delito retuitear a activistas saudíes.

La sentencia llegó esta semana, después de la visita a Riad del presidente de EEUU, Joe Biden, que se envainó las críticas al príncipe Mohamed Bin Salman, al que la CIA considera el cerebro del asesinato y descuartizamiento del disidente Jamal Khashoggi. Pesó más el petróleo que los derechos humanos, igual que con Emmanuel Macron, que recibió al príncipe en el Elíseo con honores y desmemoria, o con el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, que hizo las paces con Riad pese a que a Khashoggi lo mataron en el consulado saudí en Estambul.

Afganistán no tiene petróleo ni gas, que se sepa, ni pinta nada en el concierto internacional. Es un caso perfecto para mostrar firmeza en la defensa de los derechos humanos.

Mujeres sin velo

Aunque no son situaciones comparables, la mujer estadounidense acaba de sufrir un golpe legal que facilita la prohibición del aborto. Es el primero de varios derechos en riesgo. En EEUU crece un clima extremista cristiano con un Partido Republicano echado al monte en el que algunos comparan al FBI con la Gestapo.

Conocí en Kabul en 2009 a Ramazan Bashasdost, candidato presidencial independiente. Quedó tercero pese a ser de la minoría hazara. Le compartí mi sorpresa de que muchos niños que vivían en la pobreza querían ser médicos. Me explicó que era la consecuencia de una serie de televisión india muy popular en esos días. “Ustedes nos han mandado lo que ya teníamos en abundancia, armas, bombas y soldados. Si nos hubiesen enviado series de televisión, esto sería diferente”. 

Mientras que nos escandalizamos con Afganistán por nuestras ciudades caminan mujeres sin rostro, veladas por el nicab, esposas de millonarios del golfo pérsico. Y permitimos que niñas con hiyab acudan a la escuela a aprender lo contrario de lo que les enseñan en casa con la esperanza de que la educación les dote de instrumentos para decidir sobre su forma de vestir cuando sean mayores de edad. Pocas podrán escapar al yugo de la familia y de la tradición.

Los colegios deberían ser lugares seculares de aprendizaje sin hiyab, crucifijos o cualquier otro símbolo religioso. La razón y la ciencia deben estar por encima de cualquier fanatismo. Las leyes del Estado mandan sobre la desobediencia fanática. ¿Por qué no sirve este argumento para las sectas católicas, los antivacunas y negacionistas del cambio climático? La respuesta es sencilla y es racista.

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