Nómadas y viajantes
Hasta que la dignidad sea costumbre
Siglos de colonización española dejaron sociedades quebradas, sin una identidad definida; no sabían si querían ser indígenas o europeas
Ramón Lobo
Periodista
Periodista
Las tomas de posesión de Gustavo Petro y Francia Márquez, el "juro ante mis ancestros y ancestras hasta que la dignidad sea costumbre" de la vicepresidenta de Colombia abren una esperanza para un continente torturado por la pobreza, el narcotráfico, la violencia y una cultura económica basada en el saqueo.
Llega la izquierda al poder en Colombia y Chile, las dos apuestas más interesantes y renovadas, con una inflación global desatada y el temor a una recesión mundial. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe asegura que la pobreza alcanzará al 33,7% de la población, 1,6% más que en 2021. La pobreza extrema afectará a casi el 15%.
En este contexto, ¿cuáles son las recetas para paliar o revertir la situación? ¿Qué pueden hacer las nuevas izquierdas para no quedar sepultadas por una crisis que no causaron? ¿De dónde va a obtener dinero el presidente chileno, Gabriel Boric, para crear un sistema público de salud, arrasado por las teorías liberales de los años 80 impuestas por el dictador Augusto Pinochet?
El ideal de la Patria Grande de Bolívar —limitado a los países bolivarianos (Venezuela, Perú, Panamá, Ecuador, Colombia y Bolivia) o extendido a todo el continente como soñaron algunos escritores— solo se ha plasmado en casos como el de la constructora brasileña Odebrecht, que durante décadas sobornó a presidentes, expresidentes y funcionarios de 13 países.
Colonización española
Siglos de colonización española dejaron sociedades quebradas, sin una identidad definida; no sabían si querían ser indígenas o europeas. La colonia concentró sus exportaciones en unos pocos puertos que fueron foco de corrupción. El problema de España es también el de los países latinoamericanos: no vemos al Estado como la casa común.
Fracasamos en la creación de Estados democráticos fuertes porque en muchos casos, sobre todo en América Latina, se pasó de la sumisión colonial a un Estado prebendario generador de populismos. Los libertadores, emparentados con nuestros liberales, que tan poco éxito tuvieron en el siglo XIX, triunfaron sobre unas ruinas morales y económicas que facilitaron la figura del caudillo. Hubo gobernantes audaces, como Julio Roca, que impuso por ley en 1884 la educación primaria común, gratuita y obligatoria en Argentina.
La Guerra Fría que libraron EEUU y Rusia entre 1945 y 1991 se concretó en Latinoamérica en una sucesión de golpes de Estado, guerras civiles e invasiones, y en decenas de miles de desaparecidos. Washington considera que todo lo que mueve al sur del río Grande es su patio trasero. La Escuela de las Américas, sita en el Canal de Panamá, fue universidad de dictadores y torturadores. Es el segundo aplastamiento, una segunda colonización basada en la extracción de riquezas y en la represión de los pueblos indígenas.
¿Qué tiene que decir la nueva izquierda latinoamericana en todos estos procesos? ¿Debe estar de acuerdo con el presidente de México, que colabora con EEUU en la represión de migrantes que huyen de la pobreza? ¿Debe denunciar a un dictador como Daniel Ortega, que mantiene una oratoria populista como si fuera la tinta de un calamar? ¿Debe apoyar a Cristina Fernández de Kirchner, enfangada en la corrupción, y a Nicolás Maduro, que ni es Hugo Chávez ni se le espera? ¿Cuál es el espacio de acción política tras los fracasos de la lucha armada de años 80 que apenas mejoraron la vida de los más pobres?
Esperanza latinoamericana
Gustavo Petro, Francia Márquez, Boric -y tal vez un segundo Lula a partir de octubre- representan esperanza. Forman parte de una izquierda soñadora, y tal vez más pragmática, que aún no ha cortado amarras con los grandes mitos del siglo XX: Fidel Castro y Cuba.
Más allá de la ignominia del golpe contra Evo Morales, su error fue tratar de perpetuarse en el poder. No deberían ser referencias Pedro Castillo en Perú, que asegura grandes decepciones, ni el ecuatoriano Rafael Correa, que tras un ilusionante primer mandato, traicionó en el segundo a indígenas y feministas para terminar salpicado por la corrupción de Odebrecht.
Queda como referente moral continental el uruguayo José Mujica, exguerrillero tupamaro, que supo ver los errores del pasado y hacer autocrítica. Aunque no es Nelson Mandela, se mantiene como ejemplo del buen gobierno, un hombre capaz de entrar y salir del poder con el mismo coche, un Fusca de color celeste, y los mismos ahorros.
También debería resituarse parte de la izquierda de España, prisionera de banderas, pancartas y eslóganes que no modifican la realidad de los nadies de Eduardo Galeano, aquellos que "no tienen rostro, solo brazos, que no tienen nombre porque son un número", pero que quieren vivir con dignidad y justicia.
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