Purgas y nervios en Kiev

El presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, le da la mano al presidente de Francia, Emmanuel Macron, junto al canciller de Alemania, Olaf Scholz y el primer ministro de Italia, Mario Draghi

El presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, le da la mano al presidente de Francia, Emmanuel Macron, junto al canciller de Alemania, Olaf Scholz y el primer ministro de Italia, Mario Draghi / LUDOVIC MARIN / POOL

Ramón Lobo

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Vladimir Putin sometió a Emmanuel Macron a la humillación de la mesa kilométrica en su visita al Kremlin a principios de febrero. Era la manera de escenificar la distancia entre el futuro invasor de Ucrania y el presidente de Francia, necesitado de publicidad negociadora por razones electorales domésticas.

Esta semana, el líder turco, Recep Tayyip Erdogan, tuvo a Putin de pie, esperando 50 segundos antes de su encuentro en Teherán. Era el primer viaje del presidente ruso fuera del espacio de la antigua soviética. La cara del zar era un poema. Lejos de su área de influencia no parecía tan imponente como Pedro el Grande, su referente histórico, sobre el que basa su derecho de reconquista de tierras que en algún momento de la historia fueron rusas.

Erdogan es un artista del juego de las apariencias. Su país, que pertenece a la OTAN desde 1952, ha sido parte de la estrategia occidental en la Guerra Fría. En Oriente Próximo maniobra al lado de Irán sin enfrentarse del todo a Arabia Saudí. No ha roto con Moscú porque se ofrece como país mediador en la guerra. Se siente heredero de los sultanes del imperio otomano.

Biden en Oriente Próximo

El viaje de Joe Biden a Oriente Próximo, unos días antes de la cumbre de Teherán entre Putin, Erdogan y Alí Jamenei, ha dejado la impresión de un líder antiguo, que pertenece a un mundo que ya no existe. Visitó Israel, su aliado en la zona, que vuelve estar amenazado por la figura incombustible de Benjamin Netanyahu, y pasó unas horas con el líder palestino, Abu Abbas, para decirle que no son tiempos para negociar lo suyo, que las resoluciones del Consejo de Seguridad y los acuerdos de paz firmados por EEUU, son papel mojado.

También estuvo Biden en Arabia Saudí, escenificando su enfado con el príncipe Mohamed Bin Salman, al que la CIA considera ideólogo del asesinato del disidente Jamal Khashoggi. Con una mano le chocaba el puño como símbolo de frialdad y con la otra la pedía petróleo.

Occidente ha convertido a Putin en un Hitler para conectar con la moralidad de la guerra contra los nazis. Contemporizar estos años con las agresiones rusas en Georgia, Siria y Crimea fue una mala idea. Putin sabe que Occidente no quiere pelea, que siempre pestañea en los duelos al sol.

En Europa se huele el miedo a un invierno sin calefacción después de un verano de incendios en el que la catástrofe climática se ha hecho presente en toda su realidad y crudeza. La inflación provocará descontento social y huelgas. Es una mina para las extremas derechas. Ya se escuchan voces occidentales que apuestan por el principio de la paz por territorios. ¿Entregaría Alemania parte de los suyos para compensar a Ucrania o para garantizarse el gas natural ruso?

Zelenski, preocupado

El presidente ucraniano Volodímir Zelenski ha destituido a varios altos cargos, entre ellos al fiscal general del Estado y el jefe de los servicios de espionaje. Kiev afirma que 60 miembros del SBU, agencia de espionaje del país heredera del KGB, trabajaban para Rusia en las zonas ocupadas y que otros 651 han realizado actos de traición. Hay nerviosismo porque la situación militar es delicada.

La purga es una mancha para la imagen que la UE trata de vender de Ucrania, que pese a ser candidato a ingresar en la Unión, está lejos de los estándares exigidos por Bruselas. Su candidatura es propagandística, un modo de insuflarles moral de victoria.

Una democracia no consiste en votar ante las cámaras de televisión de EEUU, como sucedió en Afganistán. Es la consecuencia de un desarrollo social, educativo y económico que demanda un sistema político abierto y libre que resuelva los problemas de la mayoría. Ucrania no es una democracia; Rusia, menos aún. Ambos están lastrados por una tradición de gobiernos autoritarios e ineficaces dominados por la corrupción. Los dos tienen oligarcas y unos servicios secretos exsoviéticos en los que se han transmitido lealtades inquebrantables.

 Occidente tiene problemas, además del gas y el grano. No hay una unanimidad internacional contra Putin. No la hay en Asia ni en África. Solo en el campo militar parecen funcionar las armas sofisticadas enviadas aunque el Ejército ucraniano tiene dificultades para acercarlas al frente. Ambos Ejércitos han sufrido cuantiosas pérdidas y están agotados. A Rusia le cuesta avanzar, pero avanza, y Ucrania no tiene, por ahora, capacidad de reconquistar lo perdido.

Moscú se siente capaz de sostener una guerra de larga duración, más allá del invierno. Vuelven a aspirar a todo. No solo es el Donbás, también quieren el sur y, tal vez, Kiev. Putin juega con una fecha: noviembre de 2024. Tiene la esperanza de que los estadounidenses elijan a Trump o alguien similar que desmantele la OTAN y le deje hacer a su antojo en Europa oriental.

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