Geopolítica

Perejil: 20 años del enfrentamiento entre España y Marruecos por un islote

La ocupación marroquí del peñón desembocó en una operación militar que centró la actualidad política y estival de 2002

PEREJIL-BANDERA ESPAÑOLA

PEREJIL-BANDERA ESPAÑOLA / MG

Miriam Ruiz Castro

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Pregunta de Trivial: ¿cuál fue la primera acción militar de España en su territorio del siglo XXI? Una respuesta acertada bien podría valer un quesito: pensar en un enfrentamiento bélico difícilmente evoca a un islote deshabitado de apenas 500 metros de largo. Pero es como calificó el Ministerio de Defensa al incidente en Perejil, una crisis diplomática de primer orden con Marruecos que agitó la vida política en el verano de hace ahora veinte años.

El 11 de julio de 2002, una dotación de la Gendarmería Real de Marruecos ocupó el islote de Perejil, a 250 metros de la costa africana y a unos 8 kilómetros de la ciudad autónoma de Ceuta, y colocó dos banderas del reino alauí. España buscaba restablecer el statu quo previo a la “ocupación”, como la calificó el Gobierno, que permitía un acceso libre a ese pedazo de tierra enclavado en el Estrecho y que la Guardia Civil española utilizaba para las misiones de control y persecución del contrabando, tráfico de drogas y la inmigración ilegal. Aunque el islote tenía poco valor físico o estratégico, la decisión de Marruecos de ocuparlo militarmente estaba cargada de simbolismo: fue un episodio más en la larga lista de tensiones diplomáticas y contenciosos enquistados entre Rabat y Madrid, dos vecinos con una historia de idas y venidas.

A los continuos enfrentamientos a cuenta del Sáhara Occidental se sumó la llegada al trono de Mohamed VI, cuya relación con José María Aznar estuvo marcada por un aumento de las tensiones. Cuando la Guardia Civil se acercó al islote, los gendarmes marroquíes amenazaron con disparar “por error” sus fusiles de asalto. Marruecos arguyó que sus tropas estaban allí por una operación antidroga, pero reclamó la soberanía sobre el peñasco e insistió en que no se retiraría de él.

Apenas unos días después, el Congreso se vestía de gala para celebrar su Pleno estrella: el debate sobre el estado de la nación. Perejil se coló entre los asuntos principales y Aznar se pronunció desde la tribuna: “Hacemos todos los esfuerzos diplomáticos para restaurar la diplomacia internacional. España no aceptará los hechos consumados”. La oposición, con el PSOE a la cabeza, cerró filas con el presidente del Gobierno, pero no duró mucho.

En los días que se sucedieron, la OTAN pasó de calificar los hechos de “problema estrictamente bilateral” a referirse a ellos como “gesto inamistoso” y exigir a Rabat “la inmediata restitución del status quo”. También la UE pidió la “inmediata retirada” de las tropas del islote y consideró que el problema había sido “creado” por Marruecos. El 16 de julio, Marruecos reforzó su presencia en Perejil con infantes de Marina que sustituyeron a los gendarmes reales y cambió las tiendas de campaña por estructuras fijas. Incluso invitó a la prensa a visitar el peñón. El Gobierno español lo consideró una provocación y llamó a consultas al embajador para darle un ultimátum.

Al alba y con tiempo duro de levante”

Un día después del debate sobre el estado de la nación llegó la operación militar Romeo-Sierra para defender la soberanía española, pero realmente nunca llegó a desatarse el conflicto bélico. Seis días después de la acción marroquí, la ministra de Exteriores, Ana Palacio, comparecía en el Congreso para informar de que esa misma mañana el Gobierno se había “visto obligado a ordenar el desalojo del destacamento marroquí” en una operación exitosa en la que no se habían “producido bajas ni heridos”. Pero el protagonismo de aquella comparecencia no fue para la ministra Palacio.

Federico Trillo, entonces titular de Defensa, se ganó un hueco en la hemeroteca de las comparecencias más estrambóticas con su épica explicación de la operación: “Al alba y con tiempo duro de levante…, con fuerte levante, 35 nudos de viento, salieron cinco helicópteros, tres helicópteros Coughar que transportaban dos equipos de operaciones especiales, con un total de 28 soldados que llegaron a la isla Perejil”. Se izó la bandera española… y todo volvió a quedarse como estaba.

La oposición, del apoyo al descontento

Aunque el debate sobre el estado de la nación sirvió para cerrar filas, la intervención militar acabó por romperlas. El Congreso firmó una resolución de apoyo a la acción política del Gobierno y rechazo a la ocupación, pero los partidos de la oposición, a excepción de CiU, consideraron que el Ejecutivo no había sido fiel a esa confianza lanzando su intervención militar apenas 24 horas después, como expresaron los portavoces de los distintos grupos parlamentarios.

José Luis Rodríguez Zapatero, entonces secretario general del PSOE, consideró “excesivo” el modo en que se llevó a cabo la acción militar. Otra parte de la oposición la consideró “desproporcionada”. El diputado Joan Saura de ICV registró una proposición no de ley pidiendo la retirada de las tropas del islote y calificando la “solución militar” por parte de España de “irresponsable y rechazable”.

El coste económico de la Operación Romeo-Sierra fue de 974.786 euros, de los que 946 fueron para dietas de los efectivos del Ejército de Tierra, de Aire y de la Armada, según explicó el gobierno en una respuesta parlamentaria. La encuesta que realizó el Centro de Investigaciones Sociológicas concluida la crisis arrojó que tres de cada cuatro españoles apoyaba la intervención de las Fuerzas Armadas para desalojar Perejil. Sí hubo otro coste: el de los vecinos de las ciudades marroquíes colindantes que pasaban el día en el islote y alimentaban allí a sus rebaños. En el ‘nuevo antiguo’ status quo tras el conflicto, nadie puede ya poner pie en Perejil.