Tensión bélica en el Este

Guerra en Ucrania | El funeral bajo las bombas de Margarita

EL PERIÓDICO acompaña a una familia ucraniana que ha perdido a su hija de 8 años como consecuencia de un ataque con bombas de racimo rusas

Margarita, una niña ucraniana fallecida por fuego ruso, en su ataúd en Berzuky (Ucrania).

Margarita, una niña ucraniana fallecida por fuego ruso, en su ataúd en Berzuky (Ucrania). / RICARD GARCIA VILANOVA

Alfred Hackensberger
Ricardo Garcia Vilanova
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Vyacheslav Gaponenko conoce todas y cada una de las curvas y baches en el camino rural que va desde su pueblo natal, Bezruky, a la pequeña ciudad de Derhachi. Lleva conduciendo su viejo Lada por este tramo de 10 kilómetros desde hace años, de camino a Járkov, la segunda ciudad más grande del noreste de Ucrania. Pero un día laborable cualquiera a las 10 de la mañana se convierte, de repente, en el recorrido más largo de su vida. Un proyectil ruso de artillería cayó en el jardín de su casa. Sobre el asiento del pasajero ahora yacía su cuñada ensangrentada, retorciéndose de dolor, con su cuerpo cubierto por heridas de metralla. Su barriga está abierta. Sentada en el asiento trasero, la esposa de Gaponenko, Luidmila, sostiene a su hija de ocho años en sus brazos también toda cubierta de sangre. Todo el interior del vehículo es rojo ahora. La pequeña Margarita tiene lesiones en la cabeza y en la parte izquierda de su pecho. Donde está el corazón, hay un gran agujero.

Tras un trayecto que le pareció una eternidad, el padre de familia finalmente divisó el Hospital de Derhachi. "Salimos corriendo a la puerta al escuchar gritos y lamentos", rememora Svetlana Berezhna, la médico jefe del hospital que salió junto a sus compañeros a recibir a los heridos. "Fue terrible.Dos heridas graves y el matrimonio Gaponenko, en estado de shock. Sin zapatos, en ropa interior, completamente cubiertos de sangre", añade. "Hemos visto mucho, después de todo estamos en una zona de guerra", explica la cirujana ataviada con bata blanca en el pasillo del hospital antes de afirmar: "Pero todavía no habíamos visto nada así, es algo que siempre estará contigo, de lo que no te olvidarás en la vida". Las dos pacientes del Lada fueron trasladados inmediatamente al quirófano. "Aunque estaba claro para mí", admite la doctora mientras se ajusta las gafas oscuras con un suspiro.

"Para la pequeña Margarita no hubo ninguna oportunidad de sobrevivir. Sus heridas en la cabeza y en el área del pecho estaban totalmente abiertas. Hicimos todo lo humanamente posible", recuerda la doctora Berezhna que, sin embargo, sí salvó a la tía aunque es pronto para determinar si podrá volver a caminar.

Una noticia que nadie quiere dar

La experimentada doctora cuenta entonces lo difícil que fue para los padres aceptar la suerte de su hija. "Ninguno de mis compañeros quería dar la noticia de la muerte", dice Berezhna. "Así que tuve que asumir esa tarea tan difícil", relata la doctora. "Él pensó que yo le mentía”, recuerda. "Solo empezaron a aceptarlo cuando vieron el cadáver de su hija, tenían que verlo", añade.

Margarita estaba el fatídico día por la mañana con su tía en el jardín de su casa pintada en rojo oscuro desaparecida, en Bezruky, justo en la calle principal, junto a la iglesia. Ocurrió de forma repentina y la vida de una familia feliz quedó destruida. En esa misma casa, el 3 de junio, Margarita celebró su octavo cumpleaños con sus compañeros de clase.

Margarita, una niña de ocho años fallecida por fuego ruso, en una foto en su fiesta de cumpleaños a principios de mes en Berzuky.

Margarita, una niña de ocho años fallecida por fuego ruso, en una foto en su fiesta de cumpleaños a principios de mes en Berzuky. / EL PERIÓDICO

Margarita es sólo una de tantas víctimas menores de edad de la invasión rusa. El fiscal general de Ucrania ha contabilizado 343 niños muertos desde el inicio de la guerra y 635 resultaron gravemente heridos. "Lo más probable es que fuera una bomba de racimo la que mató a Margarita", explica Alejandro Kulik, del Ejército local. "La submunición explota y lanza innumerables piezas de metal pequeñas, que solo tienen un propósito, es decir, matar al mayor número de gente posible y causar heridas de gravedad", añade.

Munición de racimo

Berezhna, la médico jefe del Hospital de Derhachi, sospecha lo mismo. "La tía tenía todo su cuerpo golpeado por metralla, pero no en la cabeza. La pequeña Margarita tenía heridas por todas partes, incluso en su cabeza". La organización de defensa de derechos humanos Amnistía Internacional ya ha recogido en sus informes "bombardeos indiscriminados" por parte del Ejército ruso en Járkov. La ciudad, desde el comienzo de la guerra el 24 de febrero, tiene zonas residenciales bombardeadas diariamente y acumula cientos de civiles asesinados. Muchos de los ataques de Rusia con municiones de racimo están prohibidos internacionalmente. Es uno de otros muchos crímenes de guerra que están cometiendo las tropas rusas en Ucrania.

El asesinato de Margarita y los otros de 342 niños fallecidos son parte de una cadena interminable de las violaciones rusas en el derecho humanitario Las bombas han caído tres veces sobre el hospital infantil regional de Járkov. Los pequeños pacientes tuvieron que ser evacuados y ahora están albergados en otro hospital, cuyo nombre no se aporta por razones de seguridad . "Ya ves, en todas partes hay armas en los pasillos”, dice Natalia Romanova, una de las doctoras.

En una habitación están Veronika y Stanislav, ambos también víctimas de ataques rusos. La chica de 17 años, de cabello castaño largo, yace pálida y silenciosa en una cama. En su rostro aún infantil se sigue leyendo el horror y el miedo a la muerte. Veronika se sentó en la orilla del lago en el campo y pescaba cuando la granada rusa estalló. La metralla entró en sus pulmones. "Cuando llegamos al refugio nos dimos cuenta de que Veronika no estaba", dice su madre, María Chruikanova. "Tuvimos que esperar hasta que terminó el bombardeo y luego inmediatamente comenzamos a buscarla". Veronika todavía tiene que estar en el hospital hasta que le den el alta, según apunta su cirujano, Jevgeni Strilets.

Stanislav se queda sin habla

Stanislav, de 12 años, duerme y sostiene un animal de plástico verde y blanco en la mano. Su madre, Lyda Lyakh, junto a la cama, explica que la familia huyó en 2014, antes de la guerra del Donbás. "Salimos de Kramatorsk a Járkov pensando que estaríamos a salvo", explica. Pero ahora, la guerra de la que querían escapar les ha atrapado brutalmente. Su hijo estaba en su habitación en el primer piso cuando de repente un cohete ruso atravesó la pared de la casa y el niño sobrevivió de milagro. Tiene algunas cicatrices en la cara pero el principal problema, sin embargo, es psicológico. Ya desde las experiencias de guerra de 2014 tartamudeaba pero después del nuevo episodio traumático ya no habla. Incluso dejó temporalmente de respirar y tuvo que vivir conectado a un ventilador. "Necesita terapia, tratamiento de seguimiento", dice la doctora Natalia Romanova. Más de 40 niños víctimas de ataques rusos están siendo tratados en esta clínica. "Atacar a niños es un crimen contra la humanidad", añade la médico con un tono decisivo.

El cementerio de Bezruky es el escenario del funeral de Margarita. De lejos, destaca la tela de brocado púrpura que brilla al sol encima de la tapa del ataúd. Es un lugar idílico, con altas flores silvestres y poderosos álamos. Un soplo de aire fresco entra a través de los árboles y alivia. Hace mucho calor. El padre, la madre, la abuela y otros familiares lloran sobre el ataúd.

El fuerte llanto de los familiares se mezcla con los de la oración del sacerdote y el sonido de guerra. El estruendo de los morteros y las armas ni siquiera dejan de sonar durante el funeral, lo que recuerda a los responsables del cementerio que deben acelerar ya que, en cualquier momento, puede caer de nuevo un proyectil. Queda poco tiempo para los últimos besos en la frente de la niña, que nunca más volverá a su cuarto en su casa y nunca más cantará canciones infantiles con sus padres. La madre y el padre deben ser empujados hacia atrás para poder cerrar el ataúd con clavos. La familia se pone de pie llorando en voz alta. Gaponenko se coloca junto al ataúd de Margarita cuando desciende a su tumba mientras su madre grita de dolor.

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