Sector energético
La guerra de Ucrania relanza los proyectos de hidrocarburos y complica los objetivos climáticos
La desconexión energética de Rusia desata una carrera para construir nuevas infraestructuras y aumentar la producción de combustibles fósiles
Ricardo Mir de Francia
Periodista
Especialista en política internacional y reportero. Fue corresponsal en Washington durante una década, donde cubrió las presidencias de Obama, Trump y los inicios de Biden. Antes estuvo otros seis años en Oriente Medio. Licenciado en Periodismo por la Pompeu Fabra y con estudios de posgrado en Derecho Internacional, se ocupa actualmente de la guerra en Ucrania. Interesado también en temas de investigación, geopolítica de la energía, cambio climático y economía.
A finales de marzo, un mes después de que comenzara la invasión rusa de Ucrania, un periodista le pidió al ministro de Energía de Arabia Saudí que hiciera una reflexión sobre la nueva situación creada en los mercados energéticos. “Fíjese en lo que está sucediendo, ¿quién habla hoy del cambio climático?”, dijo el príncipe Abdulaziz bin Salman con un deje de interesado cinismo. No exageraba, sin embargo. Desde que la Unión Europea comenzara a adoptar medidas para acabar con su dependencia del gas y el petróleo ruso, los ámbitos más complejos de su masiva campaña de sanciones, toda la conversación se ha centrado en cómo reemplazar a los hidrocarburos rusos con importaciones desde terceros países. Las renovables apenas han entrado en la ecuación, a pesar de los imperativos de la ciencia, que llama a reducir a la mitad las emisiones de efecto invernadero antes de 2030.
La guerra ha traído consigo un período de extraordinaria bonanza para los productores de combustibles fósiles, justo cuando sus perspectivas de futuro comenzaban a emborronarse por la transición ecológica iniciada en varios continentes. Los beneficios del sector no han dejado de batir récords. Solo en el primer trimestre del año, las 28 mayores compañías de petróleo del mundo registraron un beneficio conjunto de más de 100.000 millones de dólares, las mejores cifras para muchas de ellas de la última década. Para la estadounidense ConocoPhillips aumentaron un 375% respecto al mismo trimestre del año pasado, según un análisis de ‘The Guardian’. Para la holandesa Shell, un 182%; para la británica BP, un 137%. Y el mes pasado, el gigante saudí Aramco se situó nuevamente como la compañía más valiosa del planeta, un trono ocupado hasta entonces por Apple.
Las petroleras no están solas en el banquete. Con la intención confesa de reemplazar al gas ruso, la guerra ha reactivado la inversión en el sector gasístico, tanto en la producción como en la construcción de gasoductos o de nuevas terminales para procesar el gas natural licuado (LNG, de sus siglas en inglés) transportado en barcos metaneros, según un informe reciente del Climate Action Tracker (CAT) “Ante la crisis energética desatada por la guerra, el resto de países tenía dos opciones: reducir el uso de los combustibles fósiles echando mano de las renovables y la eficiencia energética o remplazar el gas ruso con importaciones de otros países”, asegura a este diario Niklas Höhne, fundador del New Climate Institute, con sede en Alemania, y uno de los autores del informe.
Fiebre del oro gasística
“Desgraciadamente la mayoría de gobiernos se entregando a una fiebre del oro para construir nuevas infraestructuras gasísticas. Está pasando en Europa, pero también en Norteamérica, Asia y África”, añade Höhne. Países como Alemania, Grecia, Estonia, Holanda o Italia han anunciado la construcción de nuevas terminales de LNG. EEUU ha firmado un acuerdo con Bruselas para triplicar sus exportaciones al continente durante la próxima década. Roma ha cerrado acuerdos semejantes con Egipto y Argelia. Alemania, con Qatar y negocia otro con Senegal. Y en paralelo, viejos proyectos varados, como el gasoducto Transahariano (Nigeria-Níger-Argelia), se han reactivado, al tiempo que aumenta la producción doméstica en Canadá, Noruega, EEUU o Japón.
Los números sirven también para explicarlo. En 2020 Europa importó 115 billones de metros cúbicos de gas LNG. Si todos los proyectos anunciados se acaban construyendo, estará en condiciones de importar el doble, lo que según el CAT podría generar un escenario de exceso de capacidad. Las consecuencias de semejante expansión, incentivada por los altísimos costes de la energía, no se le escapan a nadie. El pasado mes de abril el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de la ONU volvió a repetir que es necesario que las emisiones de efecto invernadero se reduzcan a la mitad a finales de esta década si el mundo quiere evitar las consecuencias más catastróficas del cambio climático. “Es ahora o nunca si queremos prevenir que el aumento global de la temperatura supere los 1.5 grados”, advirtieron sus científicos. Para conseguirlo, advirtió el año pasado la Agencia Internacional de la Energía, no deberían iniciarse nuevas prospecciones de gas y petróleo.
Proyectos con décadas de vida
Pero el paradigma ha cambiado por las urgencias de los gobiernos para encontrar soluciones a corto plazo. “Numerosos proyectos de LNG llevaban años parados en Europa, se habían cancelado o tenían problemas para encontrar financiación en el contexto de la transición verde. Ahora vuelven a verse como viables”, afirma Neils Bartsch, director de Gogel, una base de datos que rastrea las inversiones en hidrocarburos. “Y el problema es que muchos de estos proyectos de la industria no están concebidos para reemplazar al gas ruso, sino que tienen un ciclo vital mucho más largo. Hablamos de décadas de vida”, añade Bartsch. De media, los proyectos de gas necesitan operar 20 años para que sus inversores recuperen el dinero, según los expertos.
El temor de los científicos es que esta crisis vuelva a convertirse en una oportunidad perdida, como lo fueron para muchos, los planes de recuperación poscovid, en los que la inversión en renovables estuvo por regla general por debajo de las expectativas. “Tenemos solo ocho años para reducir a la mitad las emisiones globales. Sería un gran error construir todas estas nuevas infraestructuras. Nuestro margen para rectificar se está acabando”, afirma Höhne desde el New Climate Institute.
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