Caen los contagios

Shanghái recupera la vida tras dos meses de encierro por covid

Una mujer lidera la incansable lucha contra el covid en China

Adrián Foncillas

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En el empedrado del Bund, el icónico malecón donde se amontonan turistas y locales, crecía semanas atrás la maleza. Ninguna foto simbolizó mejor la distopía de Shanghái, el corazón financiero de China, con sus 25 millones de habitantes en sus casas. En la pasada medianoche volvió a latir tras más dos meses. La cuarentena, mayor incluso que la pionera de Wuhan, ha medido la resistencia de los shanghaineses.

Las imágenes mostraban este martes a jóvenes en la calle de la Concesión Francesa, epicentro de la comunidad foránea, gritando los segundos que faltaban para el programado fin del encierro como si de un cambio de año se tratara. Muchos ya habían salido horas antes, tan pronto los funcionarios retiraron las vallas de sus inmuebles. Fue un estallido de alegría tan disculpable como breve, fiscalizado a distancia por la policía, que sólo pedía que no olvidaran la mascarilla. La ciudad se desperezaba esta mañana tras su letargo observando las precauciones porque el terror a otro brote que devuelva a la casilla de salida mitiga la pulsión socializadora. "No podemos relajarnos, debemos consolidar los logros en la prevención y control de la epidemia", pedía esta mañana el Gobierno local.

"Lo primero que he hecho esta mañana ha sido comprarle zapatos a mi hija porque los que tiene se le han quedado pequeños", señala por teléfono Liu Yang, representante de una compañía juguetera. Aquel encierro, que iba a durar apenas nueve días para embridar los contagios, se ha alargado a los dos meses y medio en algunos distritos. A las penurias inherentes se han sumado las de una gestión mejorable. El caótico suministro de alimentos y la información confusa han sido lamentos recurrentes y el traslado de los niños contagiados a los centros de cuarentena sin sus padres desató tal ola de ira que fue cancelado. "Lo peor ha sido la pérdida de la esperanza, pensar una y otra vez que habíamos alcanzado ya el hoyo más profundo y seguir hundiéndonos. Mi último límite era la posibilidad de que unos extraños llegaran a casa para llevarse a mi hija a algún lugar desconocido", añade Liu.

Una o dos semanas de cuarentena

Las restricciones se han levantado para los 22 de los 25 millones de shanghaineses que viven en las zonas de bajo riesgo. Acuden al trabajo desde esta mañana en transporte público. También funcionan las líneas de tren de larga distancia y los vuelos pero son improbables las salidas, si no son definitivas, porque al regreso espera una o dos semanas de cuarentena. Las tiendas han abierto con la limitación del 75% de su aforo, los restaurantes sólo sirven comida para llevar y siguen cerrados los gimnasios, cines y colegios. Es obligatoria la mascarilla y test cada 72 horas para acceder a los espacios públicos. Las puntos de análisis levantados en todas las esquinas descartan el final próximo de la política de covid cero.

"Mañana reabrimos las tiendas y llevamos días tan atareados que aún no he pensado en qué haré cuando tenga unas horas libres", revela Jiang Zhu, ejecutiva de una multinacional de moda. "La confusión y la incertidumbre han sido desoladoras. Han abundado los rumores y las promesas de apertura que no se cumplían. Si en tu complejo inmobiliario se detectaba un caso, sabías que alargarían dos semanas más la cuarentena a todos. He tenido problemas de sueño y mucha ansiedad", relata.

El grueso del daño podría haberse evitado sin la criminal negligencia de las autoridades locales. Desecharon la receta tradicional china y optaron por una tercera vía más cercana a la convivencia occidental con el virus, ordenando cierres localizados cuando el número de casos recomendaba la clausura integral. La orden de cerrar Shanghái llegó con 13.000 casos diarios; Shenzhen la había aprobado el mes anterior con 60 y sofocó el brote en una semana. Shanghái necesitó más de un millar de contagios para empezar los testeos masivos; Pekín los impuso con seis y ha evitado el confinamiento.

Engreídos y chovinistas

El suplicio de los shanghaineses ha generado escasa solidaridad en un país que los ve como engreídos y chovinistas, más pendientes del mundo que del interior. No se intuye el final de la política de covid cero en China, comprensiblemente inquieta por una pandemia descontrolada en sus zonas rurales, y el drama de Shanghái descarta más experimentos con gaseosa.

"Este es el día que habíamos soñado durante mucho tiempo. Todos hemos hecho grandes sacrificios, nos lo hemos ganado y necesitamos protegerlo", pedía esta mañana el portavoz del Gobierno local, Yin Xin. "Mantengamos firme nuestra confianza y unámonos empujando hacia adelante, confiemos en que la vibrante Shanghái que todos conocemos regresará pronto", añadía el presentador de la televisión pública. No hay dudas de que Shanghái volverá a ser Shanghái ni de la ineptitud de los que la empujaron al tormento.