Nómadas y viajantes

El D Day frente a los nuevos demonios

Una mujer contempla la destrucción causada por las tropas rusas en la ciudad de Bakhmut, en el Donbás.

Una mujer contempla la destrucción causada por las tropas rusas en la ciudad de Bakhmut, en el Donbás. / ARIS MESSINIS

Ramón Lobo

Ramón Lobo

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En poco más de una semana se cumplen 78 años del desembarco aliado del 6 de junio de 1944 en las playas de Normandía. Fue el inicio de la derrota de la Alemania nazi, el imperio del mal que zarandeó los cimientos de Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Caen, Cherburgo, Saint-Lô y otras ciudades próximas a la batalla quedaron destruidas por la aviación de los buenos. Entre 15.000 y 20.000 civiles franceses murieron en el inicio de la liberación de su país.

Quedan los museos, los búnkeres en las playas y los cementerios con miles de jóvenes muertos. Permanece la memoria en calles y plazas, como la emocionante de los Deportados de Bayeux. La llama de la lucha se mantiene en los discursos conmemorativos y pervive en los recuerdos que se estudian en las escuelas. Pero sobrevive también una ceguera que nos impide ver hoy el mismo peligro con otros nombres, sea Putin en Ucrania o las extremas derechas. ¿Quiénes serían hoy los salvadores? ¿Los británicos del Brexit? ¿El EEUU de Trump?

Calificar de fascistas o nazis a los nuevos extremados nos impide comprender el riesgo. Son etiquetas que nos llevan al pasado. Dificultan la comprensión de un problema que está en el presente. El enemigo no es un Hitler, o tres si contamos a Mussolini y a Hiro Hito, el peligro está dentro de nuestras sociedades. El mal no ha muerto.

Parte de la condición humana

Hanna Arendt nos puso ante el espejo con su libro Eichmann en Jerusalén: los monstruos que idearon y ejecutaron la Solución Final, el exterminio de seis millones de judíos europeos, eran personajes vulgares situados en el lugar equivocado. El mal absoluto no crece en un tipo de persona maligna, sino que está al alcance de cualquiera. Es parte de la condición humana, También lo dice Slavenka Drakulic en No matarían ni a una mosca sobre los Balcanes. Uno puede ser un asesino durante unas semanas y un ciudadano ejemplar el resto de su vida.

Las extremas derechas de Europa y EEUU se nutren de personas que son como nosotros: gente asustada que teme por su futuro en medio de cambios tecnológicos y sociales. En tiempos de crisis surgen las soluciones mágicas que agitan el miedo y el odio para contaminar la sociedad. Salimos dañados de la pandemia, hay carestía de chips y mercancías por el parón del comercio marítimo y aumenta la inflación. El enemigo vuelve a ser el Otro. Si antes era el judío, hoy es el migrante que viene a robarnos.

No es la misma letra, pero la música suena parecida. Ha surgido una extrema derecha más a la derecha de Le Pen y Salvini. Es la de Éric Zemmour que denuncia la existencia de un plan para sustituir a los franceses blancos y cristianos (él es judío) por negros, magrebís y refugiados de Oriente Próximo y Afganistán. Esta letanía ha prendido en el Partido Republicano de EEUU.

El blanco de la clase trabajadora -y media- siente que ha perdido protagonismo y poder en un país que considera de su propiedad. Odia la sociedad multirracial y plurilingüe en la que vive. Ese blanco asustado no pertenece a la clase alta blanca que mueve los hilos del poder, la que en nombre del mercado le dejó sin sanidad pública, sin ayudas, sin esperanza.

Ningún derecho está asegurado

El desembarco que cambió la historia de Europa, el grito del Nunca Más tras el hallazgo de los campos de exterminio, ocurrieron antes de ayer. Ningún derecho, ni la democracia, ni la paz están asegurados. Que se lo pregunten a Ucrania. En la televisión rusa se oyen disparates que llaman poco menos que al exterminio de millones de ucranianos por el delito de resistir.

España no vivió el D-Day. Nuestra bandera no ondea en las playas del desembarco ni en las plazas y calles de los pueblos de Francia. Las fotografías de los héroes no tienen rostro de españoles, pero los hubo que lucharon en la resistencia, que entraron los primeros en París. La célebre Nueve que tanto se la ninguneó en la España posfranquista.

En esa Europa ensangrentada hubo reconciliación plasmada en los sucesivos nombres de lo que hoy es la UE. Alemanes y franceses aprendieron a trabajar juntos. En España no la hubo más allá de una Constitución sometida a los ataques constantes de las derechas extremadas y de las derechas ignorantes que no se saben su contenido. El D-Day y sus consecuencias en la memoria colectiva pasaron de largo por nuestra historia.

En este mundo que enloquece de odio y que galopa libre en EEUU, la tierra de la libertad y de las matanzas en los colegios, no quedan salvadores que desembarquen si el mal ya está dentro de nosotros. Muchos líderes parecen personajes de Margaret Atwood. Son la precuela de El cuento de la criada. ¿Qué hacemos con los millones de muertos que se dejaron la vida por un mundo mejor y más justo? Ya no bastan las flores y los discursos. Es tiempo de actuar.

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