Nómadas y viajantes

Erdogan mercadea con la OTAN

Ankara tiene la llave de la adhesión de Finlandia y Suecia porque es necesaria la unanimidad de los 30 países miembros de la Alianza

El objetivo del presidente turco es sobrevivir y tensará la cuerda con Occidente para obtener armas y dinero

El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, durante una rueda de prensa en la sede de la OTAN en Bruselas.

El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, durante una rueda de prensa en la sede de la OTAN en Bruselas. / YVES HERMAN / POOL

Ramón Lobo

Ramón Lobo

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El proceso de incorporación de Finlandia y Suecia a la OTAN ha entrado en aguas turcas, donde es fácil encallar si no se saben las reglas que dominan el regateo en los bazares. Ankara tiene la llave porque es necesaria la unanimidad de los 30 miembros, ratificada por cada Parlamento.

Recep Tayyip Erdogan es un maestro en un juego que exige audacia, paciencia y el paso atrás en el último instante. Empieza fuerte: exige que ambos candidatos cesen en su apoyo político a los grupos armados kurdos, que considera terroristas, y que levanten el embargo de la venta de armas a Turquía, y de otros productos, en castigo por sus ataques contra los kurdos de Siria.

La situación no es nueva: en noviembre de 2015, Erdogan aprovechó la presión de cientos de miles de refugiados sirios sobre Europa que huían de la guerra civil de su país para obtener cerca de 3.000 millones de euros de la Unión Europea, además de concesiones políticas. Fue el precio para frenar el éxodo. Un sistema similar emplea Rabat con España, pero en menor escala.

Pieza estratégica

Turquía entró en la OTAN en 1952, tres años después de su fundación. Eran los inicios de la Guerra Fría. Para EEUU era una pieza estratégica para frenar la expansión ideológica y política de la URSS en Oriente Próximo. Aquella Turquía, dirigida por el Partido Demócrata de Adnan Menderes, fue también un cortafuego frente a las corrientes islamistas más radicales. No duró mucho: Menderes fue depuesto en un golpe de Estado en 1960 y ejecutado.

Las intervenciones militares y la represión contra los demócratas y disidentes por parte de los distintos gobiernos autoritarios que se sucedieron no alteraron su papel en la OTAN. Pesaron más los intereses geopolíticos que los principios.

Cuando se dice que la OTAN es una organización militar compuesta por países democráticos se olvida el caso turco. Aunque Erdogan es un civil y no se puede decir que su gobierno es una dictadura, se comporta como un autócrata. Viola los derechos humanos. Ataca a los kurdos, sean de Anatolia, el norte de Irak o Siria.

Proceso exprés

La OTAN quiere que el proceso de adhesión de Finlandia y Suecia sea lo más rápido posible para cerrar la puerta a la tentación rusa. No quieren más Ucranias, invadida por querer entrar en la Alianza Atlántica y por no estar aún en ella. Es cierto que son casos diferentes porque Ucrania es un país eslavo que perteneció a la URSS, y que Putin considera propio.

Pese a las bravatas de algunos líderes rusos y de los tertulianos de la televisión oficial contra Occidente, Putin se limita, de momento, a hablar de error histórico. Aunque utiliza la OTAN como excusa propagandística, su motor es la reconstrucción del imperio zarista.

Tras la caída del muro de Berlín en 1989 y el colapso de la URSS en 1991, la OTAN se quedó sin trabajo. EEUU ha intentado arrastrarla en sus movimientos de ajedrez para aislar a China, su gran rival estratégico del siglo XXI.

Nuevo sentido

El problema es que los principales líderes de EEUU solo saben pensar dentro de la lógica de una Guerra Fría que ya no existe. La invasión rusa de Ucrania, el 24 de febrero, despertó a la OTAN, dotándola de un nuevo sentido. Es la única garantía militar vigente en Europa frente a Putin. Por eso Finlandia y Suecia abandonan su neutralidad para ponerse a seguro. Ucrania nos enseña que esto no es un juego, es una situación sumamente peligrosa. Para evitar la catástrofe hay que ser creíbles en la disuasión.

En este nuevo escenario, el rol de Turquía es diferente al de 1952. Tiene más que perder que ganar si se saliera de la OTAN. Arrastra una compleja historia imperial y unas fronteras que podrían entrar en ebullición. El farol tiene pies de barro.

Erdogan lleva mucho tiempo delante de un tablero que no es el de Occidente. Busca ganancia política personal. Está más cerca de Irán que de Arabia Saudí en la pugna global entre sunís y chiís, pero acaba de reanudar sus relaciones con Riad dejando atrás el caso del periodista descuartizado en Ankara, el disidente saudí Jamal Khashoggi. Priman los petrodólares.

Objetivo: la supervivencia

En Siria ha jugado en el bando contrario al ISIS, pero permite que el reducto de Idlib, al norte de Siria, conserve los rescoldos de este grupo yihadista, que podría volver a servirle de utilidad en su guerra contra los kurdos sirios, a los que Trump dejó tirados después de servirse de ellos como infantería contra el ISIS.

Erdogan tiene un objetivo: su supervivencia. Tensará la cuerda con Occidente, obtendrá armas y dinero, pero no la entrega de disidentes. Esa es una línea roja moral, y él lo sabe. Finlandia y Suecia son parte de su juego de siempre, pero las reglas han cambiado. Nada le garantiza que vaya a quedar fuera de la mira de Moscú.